La crónica de Benlloch en Las Provincias

El toro faltó a la cita en el día grande

José Luis Benlloch
domingo 20 de marzo de 2016

Lo de ayer fue una tora detrás de otra tora, arroba arriba, arroba abajo, seis toras, ocho toras. Cuando más se necesitaba del toro para reforzar la movida del 13M, justo en ese punto de recuperación, ¡pum! fiasco.

Con la feria embalada falló el toro. Más que fallar, no estuvo y todo se desmoronó. Que Valencia no sea Madrid ni Bilbao ni Pamplona… pongo por caso, no significa que no necesite del toro y ayer no apareció por ninguna parte. Lo de ayer fue una tora detrás de otra tora, arroba arriba, arroba abajo, seis toras, ocho toras. Cuando más se necesitaba de él para reforzar la movida del 13M, para mantener esa inercia rampante de jóvenes contra figuras, para mantener el mismísimo ritmo de la feria ¡todos los días un triunfo por favor! justo en ese punto de recuperación, ¡pum! fiasco. No hay dicha que cien días dure ni siquiera una feria, maldita sea. Visto lo visto ayer o mejor lo no visto, hay que tomar medidas. No puede volver a suceder. Se sabe que no hay fórmulas que garanticen de manera absoluta el juego de los toros, tampoco la inspiración de toreros que no fue el caso de ayer que llegaron hasta donde llegó la riada, pero hay que tomar medidas; al menos debe sentirse la sensación de que se buscan soluciones, de que se es consciente por parte de cuantos deciden que lo de ayer va contra todos, que no puede repetirse. Va contra la Fiesta, contra quienes exigieron y seleccionaron los toros, a más fuerza más responsabilidad, contra el mismo ganadero porque seguramente esa misma corrida dos meses después es otra. Con otra fortaleza y con otro remate no pone contra las cuerdas el crédito ni la economía de su criador. Va contra el empresario porque disgustó a su clientela que es a quien de verdad se debe y no dice nada bueno de su capacidad de resistencia a los intereses ajenos.

A estas alturas de la crónica debe haber quedado claro que de la plaza nos fuimos todos disgustados por no decir jodidos, que no nos consoló ni la templanza mimosa de Ponce al toro cuarto, ni la decisión de un Castella que no pudo reeditar pasados triunfos, ni los lances pausados de Mora a sus dos primeros toros que apenas duraron eso.

La tarde comenzó torcida, aguosa y desapacible, lo que a buen seguro restó taquilla y ambiente pero no el buen talante del público, que fue quien la mantuvo en pie hasta donde pudo. El público y la banda de Reial de Montroi, que con su Concha Flamenca reivindicó el buen nombre musical de esta tierra mientras Castella trataba de pasar de muleta al quinto. Se había echado el viento, dejado de llover, cerrados los paraguas, una arena mullida invitaba -esta vez sí- a descalzarse, era tal la paz ambiental que cualquier atisbo de rebelión de las masas hubiese fracasado y además atendía el público, era toda una invitación a torear bien, daban ganas de torear, y bien que lo intentó Castella ante la resistencia pasiva del toro jabonero que acabó entregado y sin fuelle. El francés le dio mimo primero y agobio después, lo que correspondía, puso empeño y arrestos para compensar el déficit emocional. El público lo entendió y repartió generoso ovaciones entre el maestro galo y el maestro de Montroi. No llega a pinchar ese toro y se lleva la oreja.

Enrique Ponce era el plato fuerte. A Ponce no hay duda de que en Valencia se le quiere, porque se lo ha ganado y porque es historia, naturalmente. Tanto que se podría decir que toreramente es el amo. Eso a pesar de que no acaba de dar con la tecla del toro. La cuestión, quiero pensar que es cuestión de suerte, aunque en este caso la persistencia en el infortunio y la comparación con los retos que asume el maestro en otras plazas, anima a los contrarios. Su equipo tendría que hacérselo mirar. No se puede mosquear más a los que más le quieren como se pudo comprobar ayer. La ovación final con la que le premiaron su primera faena al blando sobrero que sustituyo a otro más blando o parecido, resume ese querer.

Lo mejor del maestro llegó en el cuarto, con un poco más de fuelle que sus hermanos y mucha nobleza. A ese le aplicó el tempo como no es capaz ningún otro, la distancia y la altura, desterró los tirones, evitó las claudicaciones o derrumbes del animalito hasta que pudo, que no fue siempre. En realidad salvó al toro, dio una lección de torería en su apostura y puesta en escena. Es de valorar en tiempos en que tanto prima la vulgaridad pero no tengo tan claro que sea ese el camino por donde circula la temporada. Al primero lo mató de excelente estocada, de las que hubiese querido para refrendar alguna de sus grandes faenas, a éste de un feo pinchazo y otra buena estocada.

De Castella queda explicada su segunda faena, de la primera me acuerdo de la guerra que se trajo con la montera que no había forma de mantenerla en su sitio y de otra excelente estocada. El conjunto fue una pelea contra la ruina de toro que tenía delante, en verdad una tora que no se fue de nuevo a los corrales porque Amado había arriesgado y ya había devuelto el primero. Para entonces el fiasco torista ya era indisimulable.

Mora volvía a Valencia tras el infortunio de Madrid, tras aquella cornada que le empujaba al adiós. Resistió, se empeñó y vuelve a pisar la arena, en este caso en tarde de máximo rango. Personalmente me gustan los gestos de generosidad y reconocimiento del toreo, al que tantas veces se le señala por un exceso de mercantilismo. El hombre correspondió al cariño del público y del maestro Ponce, que le brindó el primero de la tarde para rearmar su moral. A ese primero lo lanceó con cadencia y ese sabor antiguo que contienen sus formas, repitió suerte en el sobrero segundo, seguramente el toro más entero de la tarde, al que toreó con gusto, sobre los dos pitones, con relajo y ese sabor personal que ya mostró con la capa. Lo hizo mientras duró el toro, que pronto mutó el empuje y la sensación de bravo en genio para diferenciar la bravuconería de la bravura, la sinceridad de la cobardía. El presidente Amado no atendió la petición que en otro momento, sin paraguas y manos libres, hubiese sido bastante mayor. Su segundo, otro jabonero, acapachado y noblón, más que soso, bobo, impidió el lucimiento de Mora y acabó cabreando al personal que a esas alturas estaba a punto de perder la paciencia, eso sí, sin acritud. Es lo que tiene esta tierra y de lo que algunos abusan. Se confunden y arriesgan más de lo que creen.

CRÓNICA PUBLICADA EN EL DIARIO LAS PROVINCIAS EL 20/03/2016

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