La revolera

Tarde triste y desangelada

Paco Mora
domingo 10 de julio de 2016

Tarde plúmbea, tristona y desangelada, porque incluso la alegría de otras tardes sanfermineras fue menor y menos ruidosa. Y es que las peñas pamplonicas también tienen su corazoncito.

Y la Fiesta sigue. No es sólo una frase. Es una realidad. La sombra de la tragedia de Teruel pesaba como un losa sobre la plaza de toros de Pamplona. Abría plaza Curro Díaz, que estuvo anunciado en Madrid para doctorar a Víctor Barrio y confirmar la alternativa a Juan del Álamo de una tacada. Por una cornada en Baeza, el día anterior, tuvo que sustituirle El Fundí.

Así y todo, por uno de esos misterios profundos del toreo Curro parecía destinado a matar ayer tarde al toro que le quitó la vida al infortunado Barrio. Pero eso fue ayer, y como decíamos al principio, “La Fiesta sigue”. Brindis al cielo de Curro, con rostro serio y mirada perdida en la lejanía y al tajo. Aunque la corrida de Pedraza de Yeltes no dio para mucho, más bien para casi nada. Toros de las pinturas de Altamira, grandones, exageradamente pitonudos y con menos casta que un conejo de corral. Se han empeñado en acabar con el auténtico toro bravo, que debe ser encastado, bien hechurado, de tipo armónico y de menor alzada que la mayor parte de los de las ganaderías en boga. Pero “burro grande ande o no ande”, parece la consigna.

Así y todo Curro Díaz lo intentó y en sus dos toros dejó pasajes de muletero de calidad, majestuoso empaque y gran personalidad. Un torero de una colocación perfecta y torerísima que atraviesa un momento en el que su toreo ha ganado en largura y profundidad. Además de que no se podía sacar agua de los pozos secos que fueron sus dos adversarios, cosa no habitual en él, marró con los aceros. Se veía claro que todavía no había recuperado el alma, parte de la cual se dejó en la arena de Teruel, cuando tuvo que levantar el cuerpo desmadejado del segoviano al que se le escapaba la vida a borbotones.

A Iván Fandiño le ha ocurrido tres cuartos de lo mismo, aunque en determinado momento, en su segundo toro, pareció que el éxito le sonreiría, pero la espada se le negó y todo quedó en agua de borrajas. Juan del Álamo, visiblemente afectado por la desgracia de su amigo y compañero, no tuvo colaboración alguna por parte de su lote. Tarde plúmbea, tristona y desangelada, porque incluso la alegría de otras tardes sanfermineras fue menor y menos ruidosa. Y es que las peñas pamplonicas también tienen su corazoncito.

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