La crónica de Benlloch en Las Provincias

Talavante toca el cielo

Puerta grande para el extremeño, que cuaja una faena para el recuerdo en Castellón
José Luis Benlloch
domingo 26 de marzo de 2017

Excelente corrida de Garcigrande, lleno total y actuaciones a gran nivel de El Juli y Castella.

El toreo dilucidado. El toreo decantado. El toreo dibujado. El toreo tal cual, lo hizo ayer Talavante en Castellón. Lo redondeó en el sexto, pero ya lo había esbozado a gran nivel en su primero. El toreo es un misterio que Talavante explica con más frecuencia que nadie. Lo hizo ayer muy claro, elegante, con precisión de ingeniero, con alma de imaginero y lo entendió el público de Castellón, que entró en absoluta comunión con él. Estoy convencido de que le hubiesen entendido también en el Japón. El arte es el arte. El toreo de escuadra y cartabón, de orgullo, bélico y rampante, eso fue cosa de El Juli. En primer lugar no tuvo toro y todo seguido se inventó un toro. También lo entendió el público de Castellón y también lo hubiesen entendido en el Japón porque la pasión si es sincera es pasión en todas partes. Talavante refrendó su obra de un excelente espadazo; Juli precisó de un pinchazo previo y el detalle marcó la diferencia en el capítulo de trofeos. Una oreja para el de Madrid y dos orejas con petición de más para el de Extremadura.

También estuvo Castella, era su segunda actuación, el fruto de su éxito del día anterior. Toreó a sus dos toros con mucha decisión, seguramente con menos sentimiento que sus compañeros. Ese debió ser el motivo de que le entendiesen menos. Sobre todo el presidente, que se aferró a su potestad, se tapó los oídos y no quiso saber nada de una masiva petición de la segunda oreja en el quinto.

El otro gran triunfador de la tarde fue Justo, el de Garcigrande, otra vez, como en las Fallas. Trajo seis muñecos, ustedes me entenderán, seis bombones para hacer posible todo lo que les he contado. Aparecían sin dar mucha información, que sí, que no, informales, el tercero hasta se permitió la osadía de voltear a Talavante y a Juli en el primer tercio, pero tocaban a matar, se quedaban a solas con el espada y rompían a embestir en modo garcigrande. Sólo el primero, chico y descangallado, fue imposible; pero a partir de ahí fue soltando uno bueno y otro mejor. Me encantó, vaya clase, vaya ritmo, vaya dos pitones, el segundo de la tarde. Tuvo menos ritmo el tercero, pero esa carencia le dio interés y le añadió transmisión a todo lo que se le hacía. El cuarto fue un manso de libro, huido y desentendido de toda lucha, llegó al último tercio distraidote y mansón. Causa perdida te decías. Justo hasta que se topó con El Juli, que lo desengañó, lo fijo, le obligó y le convenció para que embistiese una y otra vez en los medios. Si hay toros con suerte, ése fue uno de ellos. Bueno el quinto y excelente el sexto, que embistió humillado, repetidor y cadencioso por los dos pitones. A estas alturas sigo haciéndome cruces, por no decir maldiciendo, la insensibilidad presidencial. Más de un toro fue de vuelta al ruedo y, si ninguno le pareció suficiente, la merecieron sobradamente por su conjunto.

Noticia grande y gozosa fue el nuevo lleno que registró la plaza del Paseo de Ribalta. Había temor a que la caída del cartel de Roca Rey, ahora mismo uno de los atractivos taquilleros más fuertes, pudiese provocar una devolución importante de localidades. No fue así y, como dice el cómico, las que salieron por las que entraron, con el resultado de una plaza rebosante. Y como nadie se quiso quedar atrás, también hubo pares de banderillas excelentes, los de Trujillo mismamente al sexto, para que todo fuese redondo.

A LA APOTEOSIS

La tarde había arrancado con cierta decepción. Ni siquiera El Juli pudo hacerle faena al que rompió plaza. Fue una falsa alarma, la concreción del adagio gitano, ya saben que no quieren buenos principios, y a partir de ahí la tarde se lanzó. Vino Castella con su primera faena, a mi entender con más nivel, más torería y más limpieza que la segunda, y menos valorada por el público, seguramente todavía mosca por el arranque de la tarde. Después continuó el buen nivel con Talavante, que salió toreando sobre la derecha con limpieza, largura y ese no sé qué que Dios le ha dado. Respondió el toro con embestidas vibrantes y repetidoras y la obra no acabó de culminar por la interrupción de una maldita caída. Se derrumbó en un giro el de Garcigrande, que perdió apoyo y no podía levantarse. Cuando lo logró ya nada fue igual. El cuarto fue el manso de marras que les he contado. Habían triunfado todos menos El Juli, que fue en busca del morito resoplando. Le ofreció la muleta, se la dejaba en la cara, no le obligó de primeras, lo fue convenciendo y el trasteo fue subiendo de nivel y de tensión. Hubo series con el toro ya muy rajado en las que le ganaba el paso a la salida de cada muletazo, como para que el toro acabase aborreciéndole. A esas alturas la plaza era un clamor, el toro se antojaba abrumado y El Juli, un tipo insaciable. Seguía la faena, ahora luquecinas, bramaba el público, se encogía el toro y, quizás, a ese exceso de metraje pueda atribuirse el porqué del pinchazo previo a la estocada. La del quinto fue una faena de tensión y ganas de Castella, con el mismo esquema pero menos limpia que su anterior trasteo y de mejor acogida entre el público, que, como queda dicho, insistió en la concesión de la segunda oreja. La respuesta del diestro al presidente –tiró el trofeo debajo del estribo– no fue elegante ni cayó bien ni mucho menos era necesaria. En el sexto el público tocó el cielo. Talavante, subido a la ola de la inspiración, lo cuajó de principio a fin. Desde unos estatuarios firmes y verticales, como la Torre del Fadrí, hasta las bernadinas finales, cambiándole el viaje al toro, el torero mantuvo al público en pie. Éxtasis general. Puerta grande para el extremeño. El éxito, esta vez sí, se correspondió con la realidad.

CRÓNICA PUBLICADA EN LAS PROVINCIAS EL 26/03/2017

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