La crónica de Benlloch en Las Provincias

Volvió el mejor Varea

López Simón, dos orejas y puerta grande en el cierre de la Magdalena
José Luis Benlloch
lunes 27 de marzo de 2017

Ponce estrelló su maestría contra otro lote imposible de juampedros y la plaza registró de nuevo una gran entrada.

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El toreo bueno en el cierre de la Magdalena lo firmó Varea. Así que nunca más oportuno aquello de “Magdalena, festa plena”. Fue el mejor Varea, el de la bonita reunión con el toro, el de la inspiración, el creativo, ¡qué ocurrente en los remates!, ¡qué torero!, ¡qué gustoso en lo fundamental!… y qué mal con la espada, ¡coño! Cuando Varea monta la tizona es como si montase una tómbola. Puede que lo pinche, seguro que lo pincha, puede que cobre una soberana estocada, a veces, y ayer hizo las dos cosas, sólo que antepuso los pinchazos a las estocadas y se quedó sin puerta grande. Así que la “festa” no fue del todo plena. Antes de seguir adelante les cuento mi sorpresa: los paisanos de Varea estuvieron muy fríos en su primera faena. Incomprensiblemente fríos. Hasta el maestro de la banda mantuvo un extraño mutis mientras Varea toreaba con gusto y diría que, por momentos, con perfección. Sería la pena de sentir el fin de la fiesta próximo. Otra explicación no tiene.

El otro triunfador, si nos acogemos a cuestiones numéricas, fue Alberto López Simón. Una oreja y una oreja y, por tanto, puerta grande. No es mala cosecha, bien distinto es que sea suficiente. Sorteó el mejor lote. Estuvo mejor, mucho mejor, en los arranques de faena y en los artificios finales que en lo que es el toreo fundamental. Y el damnificado de la tarde se llama Enrique Ponce, por enésima vez en ese extraño maridaje que mantiene con los juampedros. Su primero fue tontuno, por tanto deslucido, por mucho que le hiciese encaje de bolillos sobre la mano derecha; y su segundo, una prenda que le hizo pasar muy mal rato. Toro malintencionado, cuya única virtud fue la transparencia. Hasta los chinos, guiris y demás advenedizos se dieron cuenta de que, como decían los antiguos, el burel no tenía lidia posible.

A pesar de ser el último día, taquilleramente el más complejo de todos, la plaza registró una excelente entrada, más allá de los tres cuartos. Va a ser verdad que tanta agresión y tanta invasión de la cultura anglosajona -¿qué puñetas tendremos nosotros que ver con eso?- se está convirtiendo en un reactivo. A este paso no les extrañe que ir a los toros se convierta en un ejercicio ideológico y acudamos a las plazas los aficionados, el público de siempre y aquellos a los que les repatean las injerencias externas. Eso debe haber pasado en Valencia y ahora en Castellón, donde para ser justos hay que poner en valor la gestión de una empresa que ha sabido reconducir lo que empezaba a ser una deserción masiva de la plaza.

De la corrida de Juan Pedro hay que apresurarse a decir que hubo de todo, como en botica. El tontuno primero y el peligroso cuarto contrastaron con el buen segundo, al que no picaron y acabó sacando buena condición. No fue malo el tercero, que duró un suspiro. El quinto embistió a saltos y sin estilo y el sexto, el de más romana, tuvo mucha nobleza y poca bravura, de tal manera que se dejó hacer. Sin ser lo de Valencia, el ganadero no se redimió del fiasco fallero. En un ejercicio de optimismo, hay que seguir creyendo que los buenos siguen comiendo en los cercados sevillanos del Castillo de las Guardas.

MAGIA Y MAESTRÍA DE PONCE

Para rematar la crónica es necesario espigar la tarde, recoger el mejor grano que quedó y apartar las malas hierbas. En el caso de Ponce habría que subrayar su maestría para conducir sobre la derecha al que abrió plaza. En realidad hizo un ejercicio de magia: donde no parecía haber nada, acabó cincelando excelentes derechazos. El trasteo al desabrido cuarto fue un ejercicio, en este caso, de estajanovismo. Minutos y minutos y minutos, insistencia, más insistencia, cabezazos y cabezazos del toro, que era un pozo con poco agua y malas ideas. No sé yo si una figura del toreo tiene que estar tanto tiempo ante semejante imposible. López Simón se mantuvo en su empeño constante de triunfar. El éxito por encima de todo debe ser su lema. A no se sabe cuántas puertas grandes que lleva hay que añadir la de ayer en Castellón. Nadie le puede, por tanto, afear nada. Se prodigó con la capa, entró en quites con fortuna diversa, arrancó su primera faena en los medios de rodillas, qué templado y qué largo toreó sobre la derecha en semejante posición, no desfalleció, buscó los recursos finales y hasta intentó matar recibiendo a costa de un espadazo feo. En su segundo todo fue más intenso todavía: firmeza, voluntad, ganas, artificios, muletazos del derecho, del revés, muchos muletazos… Una estocada, otra oreja y puerta grande. Y acabo como empecé, con Varea. Qué bien torea el de Castellón. Ahora mismo es un consumado maestro de la media verónica, que en tiempos de tanta revolera y tanta reolina es un lujazo. A su primero lo entendió a la perfección, le dio la distancia justa, le ofreció la muleta adelante, le condujo hasta el final, con la izquierda y con la derecha, todo con esa armonía estética que le caracteriza y todavía no entiendo la cicatera reacción del público. El toro no duró mucho, pero tampoco las faenas, como los buenos platos, tienen que ser ni largas ni soperas. Su segundo trasteo fue más asentado, más descargado sobre los talones, de mucha entrega, volvería a decir que ajustado a la condición del toro; la reacción estaba siendo pareja a la del primero, hasta que Varea se descaró con el de la banda, que atacó un pasodoble y se despertaron las aclamaciones. El de ayer fue un excelente Varea. En realidad, Varea es un excelente torero. El día que mate los toros será un gran torero.

CRÓNICA PUBLICADA EN LAS PROVINCIAS EL 27/03/2017

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