Si esto fuese una crónica viajera, que no tiene por qué no serlo, camino de Pamplona en el mapa taurino aparece Teruel con su Feria del Ángel. Parada y fonda. El Torico en lo más alto, los pañuelicos rojos que te meten en ambiente, su jamón D.O. que mejora el cartel por días, valencianos y más valencianos por las calles y las peñas vaquilleras a las que se les echa de menos en la plaza, petándolo todo. Hay que recuperarlas sí o sí. No es necesario recordar que Teruel es menos universal que Pamplona, en realidad ha tenido que reivindicar su existencia a golpe de eslogan publicitario y aún sabiendo que existe queda lejos de la exposición mediática que supone San Fermín, pero es feria igualmente entrañable y festiva y sus gentes la viven a pulmón libre. Este año, a más a más, fue un todo cargado de sentimientos. Y ya saben, dame un sentimiento, una historia que toque el corazón, y levantaré una feria. Un sentimiento y un empresario que bien la gobierne, claro. Esta edición tenía el sentimiento y el empresario, el recuerdo de Víctor Barrio, un año de su mitificación, me cuesta escribir muerte, y Alberto García empeñado en rescatar la plaza de su pueblo. Ahora sólo falta la tercera pata del banco: que la Administración apoye.
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