La crónica de José Luis Benlloch en Las Provincias

Manzanares bordó el toreo

José Luis Benlloch
sábado 22 de julio de 2017

La gente se fue de la plaza feliz. Se lo merecen, nos lo merecíamos: La feria que quieren apiolar ¡no lo consientan, coño! que sigue en pie, orgullosa y sensible a los estímulos de calidad; el público que llenaba tres cuartos del aforo; los toreros que apretaron de firme; y entiendo que también la empresa se lo había jugado todo, incluyo el prestigio, a una carta, y le salió redonda. Fue una tarde a la valenciana. Festiva, de calidad, sin amarguras y naturalmente triunfal.

La gente se fue de la plaza feliz. Se lo merecen, nos lo merecíamos. La feria que quieren apiolar ¡no lo consientan, coño! que sigue en pie, orgullosa y sensible a los estímulos de calidad; el público que llenaba tres cuartos del aforo; los toreros que apretaron de firme; y entiendo que también la empresa se lo había jugado todo, incluyo el prestigio, a una carta, y le salió redonda. Fue una tarde a la valenciana. Festiva, de calidad, sin amarguras y naturalmente triunfal.

El momento álgido llegó en el quinto toro, con Josemari, más Manzanares que nunca, arrebatado por momentos, torerísimo en el cite y en la reunión, explosivo en el tramo final. Su arranque de faena, belleza y técnica a la par, fue monumental. Muy atalonado, imponiendo el dominio, jugando la cintura en busca de la profundidad, advirtiendo al cuvillo quién mandaba sobre quién, sin dejar nada a ese albur tan de moda del pase cambiado en el que se hace obligado cerrar los ojos a la espera del desenlace. No es el caso, arranques de faena como el de Manzanares exigen los ojos bien abiertos para no perder detalle, porque, ya se sabe, no hay mayor pena que… no ver o no saber ver el cante grande. Y a partir de ese inicio, Manzanares, en la plaza que ya fuese de su padre, fue creciendo en el toreo sobre la derecha, mano baja y sometimiento, y sobre todo en el toreo al natural, mimo y hondura. Para entonces la plaza levitaba, la Concha Flamenca como banda sonora de la obra, el alicantino ensoberbecido en el cite, su figura crecida parecía escapar del vestido, el público expectante, el toro pronto y noble, la muleta puesta adelante, arrastrada por abajo, hasta el final y como remate la trinchera mandona una vez, otras la gracia de la trincherilla o el molinete, todo muy engarzado, pero en toda esa variedad creativa me quedo, por escaso en los repertorios actuales, con el natural ligado con el de pecho, la esencia del toreo de siempre, recuérdenlo. Cuando el natural no iba más, un golpe de muñeca suave y enérgico además de exacto, vació la embestida y la volvió a recoger sin solución de continuidad para que surgiese el forzado de pecho, la pata adelante, el mando latente, el recorrido en circunferencia y el toro que rompió su furia en el hombro contrario tal como lo explicaban los tratados de la mejor tauromaquia. Muy Ordóñez, muy Manzanares, muy él. Luego vino la estocada recibiendo, el delirio que todo lo alcanzó, desde Guardamar a Vinarós, pasando por l’Horta y els Valls donde Faura ayer se hizo definitivamente manzanarista, las orejas de golpe, la Puerta Grande, los comentarios… y ahora que vengan a decir. Su primero no tuvo ni gracia ni clase y Manzanares dejó su toreo para mejor ocasión, exactamente para después de la merienda.

La tarde fue más que eso. Fue también Ginés Marín, joven en tiempo de crecer, ambicioso, combativo en quites, al que le sienta Valencia que ni pintada. Estuvo por encima de su dormido primero, al que le tenía cortada la oreja hasta que un mal golpe de puntilla lo puso en pie y el presidente enfrió la euforia general, pero sería en su segundo donde se vio el mejor Marín en faena a más. Hubo toreo ligado y torero apasionado, en la distancia que pedía el toro y en la distancia que imponía el torero. El volapié fue cumbre, lento y firme, de los que por sí sólo vale una oreja, de los que se ven muy pocos y a pesar de la petición tremenda del público el usía no concedió la segunda oreja y uno se quedó con la sensación de que en el total de la tarde Ginés debió acompañar a Manzanares.

Castella estuvo esforzado y valiente. Le cortó la oreja a su primero por una faena en la que anduvo sobrado y técnico, y no tuvo oponente en su segundo con el que redondear la tarde. A la corrida de Cuvillo le faltó carácter, Manzanares cargó con el peor y con el mejor y el público llenó tres cuartas partes de la plaza. Reaparecieron caras conocidas y, entre ellas, alguien de gran relevancia actual, José Luis Ábalos, tercer hombre del PSOE, cuya presencia me gustaría interpretar como un nuevo guiño de su partido a la tauromaquia. Todos nos fuimos encantados a los compases de Valencia, que es donde estábamos, yo diría que la mejor Valencia por julio.

CRÓNICA PUBLICADA EN LAS PROVINCIAS EL 22/07/2017

La dura ley de la casta, crónica publicada en Las Provincias, 21/07/2017.

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