La Pincelada del Director.- Por José Luis Benlloch

Valencia, todos los días un suceso

José Luis Benlloch
martes 25 de julio de 2017

Al final se ha podido demostrar que la Feria de Julio mantiene su espíritu, que hay solera, que apenas la rieguen, le apliquen ilusión y cariño, responde. Y todo lo contrario, cuando se planifica con gustos ajenos, la afición local se siente ajena. Breve pero intensa. Con mejor final de lo que prometía. Como las buenas faenas, que también las hubo. Como el toreo en su esencia. Así fue la Feria de Julio, por estos lares, la Fira de Juliol. Acompañó la fortuna. La buena suerte es necesaria, sólo que unas veces urge más que otras y en esta edición la Fira y su futuro llevaban el toro de la desesperación y la continuidad pegado a las posaderas. Intereses cortoplacistas, ya saben. Al final se ha podido demostrar que mantiene su espíritu, que hay solera, que apenas la rieguen, le apliquen ilusión y cariño, responde. Y todo lo contrario, cuando se planifica con gustos ajenos, la afición local se siente ajena. Hubo mucha gente en los festejos de promoción. Y más que habrá en cuanto se logre transmitir no sólo su espíritu sino su misma existencia.

Hubo mucha gente, en realidad un gentío, en el acto reivindicativo del toro embolado, tercera apuesta de defensa de la Tauromaquia en tierras valencianas. Para que luego desde sus poltronas capitalinas los doctos del toreo digan de Valencia e impartan doctrina. Tres citas, tres, Castellón, Valencia y otra vez Valencia, a calle llena, a plaza llena, con la voz alta y el orgullo en carne viva. Tres citas de las que presionan a los anti y hacen pensar a los políticos. Eso frente al mutismo de otras grandes cátedras -ni los guardianes de las esencias, tampoco los intransigentes del mundo, ni los exquisitos del sur se mojan que se sepa en iniciativas de ese calado- con el toreo formal, figuras y empresarios puestos de lado, ni frío ni caliente, a la espera de que aparezcan los fotógrafos, Valencia salió una vez más a la calle. ¡Y da resultado! Los anti parecen ladrar menos y los jóvenes se dejan ver más. Esa es una sensación muy compartida. Avanzamos. Hubo mucha gente la tarde de Manzanares, ese era el cartel estilo Valencia, cada plaza tiene su gusto y penaliza lo contrario, recuerden el desenlace de la NPT de Madrid; la de Paquirri, a cada cual su responsabilidad, fue un fiasco taquillero y el domingo se experimentó una leve mejoría, se entiende que al reclamo de los cuadris, que en esta tierra tiene auténticos devotos.

La novillada de los Maños, la corrida de Luis Algarra, la de Cuadri y algún toro de Cuvillo dieron nivel a una feria que arrancó con un acto reivindicativo de los que frenan a los anti y hacen pensar a los políticos

En lo artístico no hubo tarde sin suceso. Deslumbrantes los del ruedo, patético el del palco. La excelente novillada de Los Maños compaginó presentación, interés y nobleza. Ya conté en Las Provincias que el parte de guerra, un toro vivo y dos chicos en la enfermería, no fue consecuencia más que de la ambición de los chicos y de una suerte esquiva que al final no fue tanto y los tres, incluido el maño Isiegas, que saboreó el cáliz amargo de ver cómo le encerraban un novillo, salieron reforzados de Valencia. La tarde de Manzanares fue el techo artístico del ciclo. Sin reticencias de nadie, impactó, gustó, mezcló torería y técnica, se impuso al toro de más carácter, cuajó el toreo a derechas y se desbordó en el toreo a izquierdas, un par de tandas con la zocata marcaron el culmen.

Román hizo la faena de su vida a un bravo cuadri y Marín volvió a dar la talla en Valencia. La presidencia, esperpéntica, dio la nota grotesca de la feria

En Las Provincias, con el calor de la inmediatez, me quedé con su monumental arranque de faena, belleza y técnica a la par. Muy atalonado, imponiendo el dominio, jugando la cintura en busca de la profundidad, advirtiendo al cuvillo quién mandaba sobre quién, sin dejar nada a ese albur tan de moda del pase cambiado en el que se hace obligado cerrar los ojos a la espera del desenlace. No es el caso, arranques de faena como el de Manzanares exigen los ojos bien abiertos para no perder detalle porque, ya se sabe, no hay mayor pena que… no ver, o no saber ver, el cante grande del toreo. Luego vino la maravilla de ligar el natural con el de pecho como recuerdo de la esencia del mejor toreo, los de pecho al hombro contrario, la majestad en el cite, su figura recrecida queriendo escapar del vestido, el público expectante, el toro pronto y noble, la muleta puesta adelante, arrastrada por abajo, hasta el final, y como remate la trinchera mandona una vez, otras la gracia de la trincherilla o el molinete, todo muy engarzado para que el cuvillo no escapase de aquella danza. Ese mismo día, Ginés, al que Valencia le sienta de maravilla, debió acompañarle por la puerta grande. Se lo ganó claramente. Estuvo en su papel de joven en tiempo de crecer, ambicioso, belicoso en quites. Estuvo por encima de su dormido primero y en su segundo se vio el mejor Marín en faena a más. Hubo toreo ligado y toreo apasionado, en la distancia que pedía el toro y en la distancia que imponía el torero. El volapié fue cumbre, lento y firme, nada que conmoviese al presidente.

Manzanares y Ureña se disputaron el título de triunfador. El alicantino mezcló torería y técnica y se desbordó con la izquierda. Ureña, heróico, impactó, emocionó y conmovió con un toreo sincero y bravo que le salía del alma

El sábado hubo otro suceso de lo más gozoso, muy conmovedor, éste en clave épica, con el torero más héroe que nunca. Ureña, Paco Ureña, se anuncia. Desde anteayer Ureña el Grande, un lujo para matizar a los que se consideran lujosos. Lo de Valencia fue la entronización que le debe llevar al olimpo del toreo. Cogido por su primero, salió para estoquear el segundo. Y en uno y en otro impactó, emocionó y conmovió por cómo se paró con los toros, por la verdad de su toreo, lento, sincero, bravo, desgarrado, salido de su alma, inspirado, incuestionable, clarísimo y deslumbrante para cualquier mente sana. Y como culmen de todo, su estocada al toro que cerraba plaza, soberbia, olvidado de lo que le había ocurrido en su primero, eficaz y rotunda con la que coronó su gran obra. Nada que le importase a la presidencia, que todo seguido perpetró el atraco/ridículo de la feria, un esperpento que no se puede consentir. Que se lo hagan mirar. Y en el cierre Román rozó el milagro, si es que torear un toro de Cuadri con el cuajo y la firmeza con que lo toreó, también con el relajo y la verdad, es poco milagro. Fue otra faena de las de consagración a la que le faltó el remate de la espada. Un pinchazo, una cogida tremenda y una estocada con asomo le quitarán seguramente repercusión a su faena, pero después de lo visto a nadie le podrá extrañar que este Román cualquier día pueda cuajar un toro como el mejor.

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