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Sólo corridas

Carlos Ruiz Villasuso
sábado 23 de septiembre de 2017

No soy sospechoso de apego al toro grande, pero aún me repatea más ver a toreros tan poderosos faltando al respeto a su excelencia: por muchas diabluras que le hagan al toro sin trapío, no van a emocionar. Y no emocionar es no volver a la plaza. He presenciado toros en ciertas plazas que me han dado vergüenza

Los secretos de las causas o razones no lo son porque, si lo fueran, resultaría que estamos hablando de milagros. Y nada sucede por milagro. Que la gente no haya ido a los toros en Valladolid, por poner un ejemplo reciente, y sí haya acudido a Palencia, por poner otro ejemplo reciente, es una suma de razones que no son secreto: precios, crisis, más de lo mismo, ausencia de toreros en baja o quitados… Pero estas razones para la ausencia deberían tener los mismos efectos en todos los lugares. Y no es así. Resulta que en unos sitios la huída de público ha sido brutal y en otras, al revés.

Hay una cuestión más: el trabajo de campo. El trabajo en la ciudad, el trabajo de muchos días en el lugar donde se va a hacer la oferta. Convivir con el pueblo que va a ser cliente o posible cliente, incluso convivir con el enemigo local. Tomar el pulso, saber cómo andan en el bolsillo, cómo están necesitados de qué cuestiones. Mimar la base popular, los más jóvenes, actuar entre ellos y hacerles participar y, por supuesto, no poner esos precios bárbaros que sólo tienen unos pocos. Y, junto a ello, el toro. No abusar del toro chico. No soy sospechoso de apego al toro grande, pero aún me repatea más ver a toreros tan poderosos faltando al respeto a su excelencia: por muchas diabluras que le hagan al toro sin trapío, no van a emocionar. Y no emocionar es no volver a la plaza.

He presenciado presencia de toros en ciertas plazas, y algunas con la tele de por medio, que me han dado vergüenza. Toros que han sido hasta de bravura excelente y a los que los toreros le han hecho de todo y más, pero sin un gramo de emoción. Yo espero que esos mismos toreros manden al carajo a quienes les “cuidan” tanto, porque cuidarlos es otra cosa. Cuidarlos es no faltar al respeto a sus innegables capacidades toreras. Cuidarlos es no devaluar esas cualidades excelentes, sino tratar de potenciarlas. Y eso pasa con un toro digno, en tipo, con su cuajo, su cara para adelante, sus manos cortas. Y que no me vengan ahora a decir que ese toro no existe.

Existe pero se muere en las componendas y en el amiguismo y en ese más de lo mismo de un lobby enfermizo que puede estallarnos en las manos. Ver a figurones del toreo con un cuatreño cuyo trapío es de novillada sin caballos en muchos lugares, es colocar al toreo en el abismo. E, insisto, faltar al respeto a todos pero, primero, a la figura que se pone delante. He luchado, peleado, escrito, debatido y aguantado el tirón toda mi vida denunciado el toro de las doce, el toro falso de volumen y caja y kilos y pitones. El toro fachada fea. Y esta denuncia me permite ahora tener el crédito para decir que me avergüenza esa falta de sensibilidad justa de algunos empresarios/apoderados/porcentajistas/ganaderos que sacan a la plaza un novillo para un torero poderoso.

De los trapíos, el trapío de lo cabal, el de la sensatez, el trapío de la sensibilidad, el trapío de la inteligencia, es el que más echo en falta hoy. Se llama decencia a pesar de todo. Se llama dignidad por encima de un euro. Se llama cuidado y se llama respeto. Le perdimos el respeto al toro echando el toro elefante y feo y ahora se lo estamos perdiendo, muchas veces ya, y casi siempre por los mismos, al poner en la arena a precio de oro el toro de bronce o de encima de la tele. Y estoy convencido que, en el fuero interno, muchos toreros saben que esto que escribo es tan cierto como que les está restando pegada en el público.

Siempre he afirmado que en el toro y el toreo, como en la vida y en el trato, casi todo es cuestión de gusto. Y el gusto suele casar bien con las proporciones, con la armonía, con el respeto a lo cabal. El gusto es el primer trapío que debemos tener todos. Y se está perdiendo. Ya no hay gusto. Ni placer por el gusto. Sólo corridas.

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