La página de Manolo Molés

Equilibrio y seriedad

Manolo Molés
sábado 23 de septiembre de 2017

El toro y su emoción hacen aficionados. Y así creció Albacete. Pasaron por aquí varios empresarios, sólo se quedaron los Lozano. Siendo tan toreristas por su papel de eternos apoderados, entendieron que el toro de Albacete era casi, o sin casi, el de plaza de primera. Y ahí está

Nada es casualidad, todo es trabajo y encontrar la línea que guste y enganche al aficionado. Hace muchos años yo descubrí que en el verano había tres ferias, dos catalogadas como de segunda y otra que ascendió a esa categoría, que tenían un fondo de verdad taurina con el que me sentía a gusto. Eran Colmenar Viejo, que de tercera pasó a segunda, tierra de aficionados, campos que albergaron muchas e importantes ganaderías, desde Aleas a la de Martínez, que lógicamente nunca conocí. Colmenar Viejo tenía la conciencia del toro y un nivel de exigencia, nada que ver con tantas plazas de pueblo. Y escribo pueblo en el buen sentido de la palabra. Era tierra de toros, de toro en la plaza y buenos aficionados. Y nada blandengues. La empresa Jardón lidiaba aquí casi el toro de Las Ventas; y luego pasó de todo, caída incluida, y este año tuve la sensación con la nueva empresa de que algo se ha recuperado de esa bandera torista que era, fue y debe ser este pueblo serrano, cantero en su origen y ahora multiplicado con los nuevos tiempos y gustos.

SI SE LLENA LA PLAZA ES PORQUE NO LE ECHAN AGUA AL VINO DE LA FIESTA

Otra feria septembrina de segunda pero con ribetes de primera era Logroño. El de la plaza abierta, el de la afición con los dientes afilados, los de la peña 21, la de los años de don Manuel Chopera, el prototipo perfecto de empresario que fue Manolo Chopera. Aquel Logroño era mucho más torista y a veces tan duro como ya no existen paralelismos. La otra era Albacete. Tenía todo lo que me gustaba: seriedad, aficionados, exigencia del toro, conocimiento, respeto y justa valoración a lo que se hacía con aquel pedazo de toro que salía a diario. El toro y su emoción hacen aficionados. Y así creció Albacete. Y así me enganché a esta feria mucho antes de que la descubrieran otros. Pasaron por aquí varios empresarios, sólo se quedaron quienes entendieron lo que quería esta afición y posiblemente quienes más entendieron por dónde iban sus gustos fueron los Lozano. Gran familia taurina que todavía colea y para bien. Los Lozano han trabajado para sí mismos y para la Fiesta, para ganar dinero y para construir futuro. Ahí está su paso por Madrid, su baluarte gallego de Pontevedra y su sello de tantos años en Albacete.

Aquí estaban los Lozano cuando El Juli se despidió de novillero en esta feria para ir a tomar el doctorado en Nimes. Y aquí, siendo tan toreristas por su papel de eternos apoderados, entendieron que el toro de Albacete era casi, o sin casi, el de plaza de primera. Y ahí está. Y por eso se hizo afición. Y por eso aunque luego cayeron por aquí empresarios que intentaron erosionar la seriedad de esta feria el resultado fue que los Serolos y compañía volaron; y el toro se quedó en la feria. Y los Lozano volvieron al torismo bien entendido.

En aquellos tiempos de Manzanares padre, que aquí fue una gran figura, de Dámaso tan grande y tan bueno, de Ojeda, de Muñoz, de Caballero como nuevo revulsivo, de Espartaco, de tantos toreros también de la tierra, Albacete y su afición disfrutaban de un toro casi de primera. Y había diez tardes de toros. Muy cerca, en la querida Murcia, de las grandes meriendas y los indultos casi diarios, se solapaba una feria alegre, con un toro con mucho menos trapío y por tanto con otros sabores para la afición. Hay más. En Murcia, que se llenaba, pagaban casi el doble que en Albacete y el toro era la mitad. ¿Qué pasó? Que vino la crisis y Murcia se quedó reducidísima en su feria; y Albacete, con la base de la emoción y el toro, ahí está. Tenía diez tardes de toros y tiene diez tardes de toros. Y llenos. Y también hay que decirlo porque importa: aquí el toro es muy toro y los precios nada abusivos. Una mezcla casi perfecta.

Por todo esto, hace ya más de treinta años que nunca me pierdo esta feria. Había encontrado un equilibrio que me satisfacía. El toro, la afición y un presidente que también influyó en el cambio a mejor que fue Constantino González, bueno, serio, inflexible, ejemplar, medido, que defendió la categoría de esta plaza de Albacete sin estridencias pero sin que le temblara nunca el pulso de buen aficionado y hombre honesto. Entre todos hicieron de Albacete una feria con sabor de verdad. Y es lógico que no todos los días sean perfectos pero, casi todos, están en los niveles de una afición que si llena la plaza es porque no le echan agua al vino de la Fiesta.

RECUPERAR LA BELLEZA Y LA AUTENTICIDAD DEL TERCIO DE VARAS

Claro que todavía se podrían hacer más cosas en una feria como esta. Sobre todo una: recuperar la belleza y autenticidad del tercio de varas. En lugar de un solo puyazo, como está autorizado, generalmente antiestético, un mínimo de dos o tres entradas y respuestas no agresivas y picarlo según necesite el toro. Pero poniendo equilibrio para que el toro no parezca, y no sea, la víctima de ese encontronazo con petos y caballos. Y aquí, otro personaje entrañable, los jacos son de El Pimpi, que todas las tardes se me acerca, me coge la mano y derrama una lágrima por Dámaso. Dámaso también hizo que Albacete fuera una gran feria y una escuela de toreros. Ahora lo que más me duele es su ausencia. De su feria, de mi feria.

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