La Pincelada del Director, por José Luis Benlloch

Zaragoza, el dedo que marca el camino

José Luis Benlloch
miércoles 18 de octubre de 2017

La semana fue Zaragoza. Zaragoza y El Pilar y su plaza de la Misericordia y su público y su historia y su cambio climático, el estrictamente meteorológico y el social, que es mucha cosa e importante. Por todo ello chuparon cámara, protagonismo y lisonjas. Es lo justo. Se trata de una nueva vieja feria que ha recuperado laureles y galones. La semana fue Zaragoza. Zaragoza y El Pilar y su plaza de la Misericordia y su público y su historia y su cambio climático, el estrictamente meteorológico y el social, que es mucha cosa e importante. Por todo ello chuparon cámara, protagonismo y lisonjas. Es lo justo. Se trata de una nueva vieja feria que ha recuperado laureles y galones. El detalle, en tiempos tan delicados, es un chute de moral. El dedo que marca el camino. ¡La victoria final es posible!, esa debe ser la lectura. La fórmula es promoción, calidad, atención… Por esa trocha se ha pasado de la ruina y el abandono, de ser manifiesta y urgentemente mejorable a riesgo de desaparecer, a una etapa de expansión en la que el único enemigo de futuro sería el conformismo de los gestores o las veleidades de la clase política que decidiesen iniciar una nueva aventura. Este año hubo grandes entradas, si contamos los festejos populares, y por qué no, hubo días de tres llenos totales. Días, varios, en los que salían unos para que entrasen otros, y hubo grandes faenas, detalles unos y otros que ponen El Pilar en lo más alto y permiten asegurar que se le ha dado la vuelta al calcetín. Y en lo que le toca, que es mucho, felicidades a Simón, al productor como se empeña en proclamarse, un tipo al que su exuberante oratoria disimula en ocasiones otras virtudes que le han llevado a éxitos como este. Y en el reconocimiento va incluido el equipo que le apaga fuegos y le curra las ideas.

El toro apareció con la presentación propia de una plaza de primera, en ocasiones hasta con generoso e inesperado trapío, los juampedros mismamente, y en las cuestiones estrictamente artísticas hubo grandes triunfadores. Ponce se mostró magistral y desbordante; Cayetano, herido, se fue recargado de honor; también Garrido, que pasó por el mismo cruento trance; Ureña, que no cesa, mantuvo su nivel en lo más alto y cuando los partes médicos le aconsejaron reposo entendió que no hay mayor reposo que quedarse quieto… en la plaza; Talavante, que llegado este tiempo, todos los años, se inspira a la vera del Ebro; y Roca Rey, que más que cóndor fue un avión que estremeció los cimientos de la Misericordia. A la lista se sumaron en el último capítulo de la feria Marín, con un faenón, así titularon los compañeros de aplausos.es su puerta grande, y Padilla, que cada Pilar -y lleva seis ferias así- celebra su segundo nacimiento a su manera, una especie de apoteosis con banderas, fuegos artificiales y puerta grande.

No se puede embellecer más la técnica, ni ponerle mayor pausa a la guerra, ni más colmillo a la ambición, ni más valor, valor sordo, sin alharacas, ese es el secreto, el secreto de Ponce, ni torear mejor a un toro desabrido…

Lo de Ponce tiene difícil encuadre. Hace años que dinamitó la capacidad de asombro de propios y extraños. Su actuación en Zaragoza, tiempo en el que a tantos grandes, jóvenes y veteranos comienza a faltarles el oxígeno, desborda todos los límites. No se puede embellecer más la técnica, ni ponerle mayor pausa a la guerra, ni más colmillo a la ambición, ni más valor, valor sordo, sin alharacas, ese es el secreto, ni torear mejor a un toro desabrido al que era difícil encontrarle soluciones. Pues se las encontró y lo toreó como si fuese el más leal colaborador, como si aquel juampedro fuese realmente artista cuando era un rudo uro a la caza de ventajas. Le concedieron una oreja, el público se desgañitó pidiendo la segunda, el presidente se cerró en banda, ¡pobre hombre, qué falta de gusto o de conocimientos o de ambas cualidades que se suponen imprescindibles para ocupar un cargo así!, y acabó equiparando la obra magna del maestro con otras faenas cargadas de vulgaridad y lástimas. En su segundo juampedro Ponce se arrimó, volvió a arrimarse como si tuviese que ganarse la feria próxima. A eso se llama vergüenza torera o responsabilidad de figura o marcar diferencias.

Cayetano cambió la puerta grande por la puerta de la enfermería. Siempre es una posibilidad. Lo suyo fue la escenificación del toreo más épico. Una vez más se pasó su impericia técnica por el arco triunfal de su amor propio, se podría decir también del valor y redondeó una excelente faena a cambio de una cogida espeluznante de la que se levantó claramente herido. Nada que le afligiese. Se levantó, peleó para desprenderse de las asistencias, cuajó la mejor serie de muletazos, tumbó al oponente de una buena estocada y se dejó llevar, ahora sí, a la enfermería. Fueron dos orejas al honor.

A Talavante se lo llevaron en hombros con su media sonrisa, su rostro huesudo y su vestido catafalco y azabache en una representación que le acercaba más a las imágenes de Salzillo que a la euforia del triunfo

Lo de Talavante transcurrió por esos caminos personalísimos de su toreo en los que mezcla el arrojo y una extraña elegancia, un aroma de misterio y un trazo técnico claramente dominguinesco. El tipo confía el gobierno del toro a sus muñecas, eso es lo que hizo en Zaragoza: fijó los pies, diría que echó el ancla y desplegó velas con sus brazos largos, larguísimos, cual si fuesen los molinos propios de su figura quijotesca. Velas templadas que rápidamente convertían en brisa las embestidas huracanadas de los toros. Lo hizo ante dos buenos ejemplares de Cuvillo que, entre sus cualidades, hay que destacar la buena suerte, la suerte de toparse con Talavante inspirado. Como cabe suponer el público enloqueció, le entregaron tres orejas y se lo llevaron en hombros con su media sonrisa, su rostro huesudo y su vestido catafalco y azabache en una representación que más le acercaba a las imágenes de Salzillo que a la euforia que se supone para momentos así. Aunque esta no ha sido su mejor temporada, en Zaragoza puso las cosas en su sitio.

Ureña toreó enfermo, le recomendaron reposo y toreó más parado aún. El triunfo de Cayetano es el triunfo del honor. Padilla volvió a celebrar su aniversario y Marín cuajó un faenón

Ureña es otro caso. Constancia, valor y pureza es el credo del que no ha abjurado en toda la temporada y no lo iba a hacer en Zaragoza y como las lealtades tienen premio cortó una oreja de cada oponente y se fue en hombros por la puerta de cuadrillas, tránsito que no impide el reglamento. Lo de Roca Rey fue tremendo, asustó al miedo, se rebeló contra los mayores, apostó al valor y a la frescura y le sacó brillo a esa fórmula que le trajo hasta aquí. Su quite por gaoneras va a quedar por mucho tiempo ¡a ver quién lo mejora! en la memoria de los aficionados. No se puede torear más cerca ni más abandonado al albur, a lo que Dios quiera, de como hizo Roca en el quite y en toda la tarde. Como aquella tarde de Fallas de 2016, también en competencia con Talavante, fue un bárbaro llegado desde Perú, más que cóndor, un avión.

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