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Y, además, es imposible

Carlos Ruiz Villasuso
domingo 21 de enero de 2018

De todas las llamadas “artes”, la del toreo es la menos renovable. Se maneja de tal forma que ya es una norma lo que sigue: que ha de pasar más de una década para que un torero cumpla, más o menos, con los componentes de una figura. Tirón en taquilla, ilusión, esperanza, talento, solidez y posibilidad para crecer.

De todas las llamadas “artes”, la del toreo es la menos renovable. Se maneja de tal forma que ya es una norma lo que sigue: que ha de pasar más de una década para que un torero cumpla, más o menos, con los componentes de una figura. Tirón en taquilla, ilusión, esperanza, talento, solidez y posibilidad para crecer. Desde la llegada de El Juli, tuvimos que esperar a Talavante y luego a Roca Rey, sin que estos dos grandes hayan significado lo que El Juli en sus inicios. Recordemos que el de Velilla actuaba, sí o sí, con el cartel de “No hay billetes” tarde tras tarde.

Ahora, la escasez de lo bueno/nuevo en los escalafones y, sobre todo, el largo espacio de tiempo que hemos de esperar hasta que llegue una realidad, hace que estemos llevando al toreo a un lugar de previsibilidad enorme. No es una crítica sino una realidad, que alguien con un poco de conocimiento, sería capaz de adelantar carteles con ganaderías incluidas para un tanto por ciento de ferias relevante. Uno sabe que si no alcanza a ver a Manzanares/Talavante acá, lo podrá hacer allá. O Juli/Roca, o las variables que se puedan hacer entre Manzanares/Talavante/Roca/Juli y de nuevo Ponce, a los que sumamos, en otro orden, a Perera/Castella y al único nuevo: Ginés Marín.

No hay urgencia para verlos porque los vamos a ver aquí, cerca, allá, luego. Además, no pasa nada si no puedo ir, porque está la tele, que seguro va a mostrar a los citados unas seis o siete veces al año, si no son más. Así las cosas, las novedades de los años están en los planteamientos. Morante, menos y más tarde, y su apoderado dice que ojalá media docena con José Tomás. Este no se sabe pero sí sabe que quizá media docena o más, con las ganaderías que ya se conocen de antemano. Insisto, no es una crítica, es una realidad. Pura descripción. La crítica viene ahora.

Viene en que es imposible. Imposible se traduce en la frase de El Guerra: “Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible”. Imposible mientras se mantenga la organización de las novilladas como mero trámite, como algo incómodo, como un grano en el culo. Desde el punto de vista de organización, es una oferta absolutamente deficitaria que no tiene vuelta en forma de recompensa. Se pierde y punto. Si hubiera la sensación de pérdida como inversión, habría una razón de peso, pero las gestiones de las plazas son a corto plazo. Por mucho que un pliego obligue a dar novilladas, es una obligación, solo eso. Las obligaciones se cumplen y punto. Se trata de hacer de las novilladas justo lo contrario a una obligación.

Las bases de pintores, escritores, escultores, actores, cantantes… es infinitamente superior a la realidad de artistas en activo y ésta, muy superior al número de artistas en figura. Una pirámide que, en el caso del toreo, es casi invertida, pues se dan más corridas que ningún festejo de base. ¿Cómo es posible que salga alguien si la base de búsqueda es inferior a la lista que esta base ha de sustituir?

Las novilladas han de partir de un estatuto del novillero como amateur. Una petición que servidor lleva haciendo hace dos décadas. El novillero, amateur, sin cargas contractuales de ningún tipo, sin costes de ningún tipo. Ninguno es cero. Un estatuto amateur que haga de las novilladas algo sencillo y barato de organizar, en un circuito de plazas de tercera o segunda. Y otro estatus para las novilladas de compromiso y lanzamiento, en plazas como Sevilla o como Madrid, Valencia… El resto, con un estatuto amateur que englobe a ganaderos, a subalternos, a empresa, a veterinarios, a médicos, a todos. Todos. Todos para que todos los novilleros no tengan que poner nada. Y, por supuesto, a la Administración. O administraciones. Basta con hacer valer la ley de Patrimonio Cultural. Pero, querido lector o no querido lector, no se va a hacer. Con la gente que tenemos, lo que no puede ser, no puede ser. Y, además, es imposible.

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