La página de Manolo Molés

Flores en el desierto

Manolo Molés
domingo 28 de enero de 2018

Lo de Ponce empieza a romper las leyes escritas por la naturaleza hace años para los ciudadanos que se visten de luces. El torero de Chiva, con el récord de tardes toreadas por encima incluso de Pedro Romero (¿quién contabilizó, en serio, sus tardes de toros y su espada a la que dicen más certera que la de Rafael Ortega? Por cierto, algún día habrá que hacer un reconocimiento público, no sólo de su espada, sino de la enorme pureza del torero gaditano, de la que bebió Antoñete, entre otros). Ponce llegó a Colombia, como aparece en Perú, o en Méjico, y como si no pasara nada se lleva todos los trofeos y se harta de torear y hacer feliz a toda aquella afición. Y no se le ve ni el final ni el tope. Ahora que ha convencido a toda su familia de que ya no hay prisa para la jubilación es un no parar del torero de Chiva. Que lleva toreando desde los seis o siete años que tendría, corríjame si no, José Luis Benlloch, cuando participó en aquel tu certamen de Monte Picayo. Aquel chaval al que el abuelo Leandro llevaba por toda la provincia en su Dian 6, que ya era igual de listo pero que apenas daba peso en la báscula y había que ponerle relleno en las piernas para que le quedara prieta la taleguilla. Aquel novillero que se presentó en las Ventas de Madrid y dicen que no daba ni el peso pluma…

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