No es fácil ser el hijo de un genio. Y más aún si ese personaje extraordinario, revolucionario y triunfador en un mundillo tan complejo como el taurino, se llama Victorino Martín. Normalmente de esos genios sale uno de siglo en siglo o todo termina con él. Continuar la grandeza del que llamaron Paleto de Galapagar (también llamaban Paleto de Borox a Domingo Ortega, repetía cuando llegaba el caso Victorino) no es sencillo. Y el hijo está honrando al padre. Y le ha tocado un papel nada sencillo: mantener en todo lo alto el hierro de la A coronada. Y ahí está: la historia continúa. Abre Vistalegre, abre Madrid, cierra Castellón y los victorinos siguen siendo reconocidos y reconocibles. Pasó en Vistalegre. Y eso es bueno. Para él, para Curro Díaz, torero diferente y personal, para el luchador y ya maduro Emilio de Justo. La bola negra fue para Daniel Luque. Pero le llegará la hora porque ahora es más sólido que nunca.
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