Mi casa. Salgo. Una vecina con dos perros. Doy los buenos días con educación. A los perros, también. Se me acercan y me huelen los tobillos. Los perros, no la vecina. Una sé que es hembra. El otro, más chico, mira atravesado y puede que sea macho, aunque no tiene lo de macho. Se lo habrán quitado. Cedo el paso con un gesto de mano y brazo por delante a la vecina, a la perra y a lo otro. Van sin correa. Los tres. Bajan la escalera hacia la puerta de salida. La perra huele un no sé qué en el suelo y la vecina parla con el portero. Pasan unos segundos. Tengo prisa, ¿les importa? Me miran como se mira a uno del ISIS.
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