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El indulto y el peto

Carlos Ruiz Villasuso
sábado 28 de abril de 2018

El indulto de “Orgullito” en Sevilla deja claves sobre las que no aparece reflexión alguna. Claves muy importantes para entender el presente y el futuro del toreo. Cuando se indulta un toro en una plaza la polémica no es sobre su condición o bravura o su aportación al toreo y al espectáculo. Todos, de una u otra forma, coincidimos en que ha sido un gran toro. Y añadimos, pero…Y ese “pero” es la norma: lo que dice el reglamento, lo que hizo en el caballo, que ha de ser dos puyazos de los buenos, metiendo la cara abajo, que en banderillas se venga pronto y fuerte, que embista cien veces por abajo en la muleta. Y aun así, estará el “pero ideológico” si es “domecq” o no lo es.

La cuestión está en que debatimos siempre en lo no sustancial, en el “pero”. Pregunto: ¿ese debate sobre toro de indulto o no de indulto es trasladable a la sociedad actual? ¿Tiene argumentos ese debate para salir del corrillo estrecho de lo taurino? ¿Ese “pero” es la esencia que debemos trasladar a los no aficionados para argumentar la vida o la muerte de un toro? Yo creo que no. Creo que esos “peros” o matices son muy de andar por casa. Elijamos una de estas dos preguntas: ¿Cuantos toros indultados tenían derecho a la vida según los “peros”? Posiblemente ninguno, o muy pocos. ¿Cuántos toros salen en primera plana de los diarios si no son indultados? Ninguno. “Orgullito” y otros toros han sido portada llevando con ellos y con su vida un mensaje del toreo.

Entiendo a quienes creen que un toro no tiene chance de ganarse la vida si no ha cumplido en el caballo de esta forma: pronto, a más, cara abajo, meter riñones, fijeza en el peto, salir solo cuando lo sacan debajo del peto a base de insistir en el capote… Pero resulta que todo esto es un tercio descrito desde la irrealidad de lo escrito, de la idea de bravura, del texto o de la norma. Y jamás un toro va a cumplirla, porque, si la cumple, habremos convertido al toreo y al toro en lo que jamás va a ser ni tiene que ser y, ojalá, nunca lo sea: un ejemplo práctico de la perfección. Entre la idea y la realidad siempre ha de haber una distancia para el sueño. El sueño del criador, del quien lo torea, de quien lo ve en la plaza.

Porque esa norma o esa idea idílica de tercio de varas de diez sobre diez en nota incumple la razón y esencia del tercio de varas. Que no se pica la fuerza, se pica la raza y la bravura. El tercio de varas no es, ni mucho menos, el lugar donde se examina la fuerza del toro, sino el que ha de examinar su bravura y su raza. Tantos toros que echan la cara arriba, que se repuchan, que se quitan el palo con su cara al pie del estribo, que empujan hacia adentro, que usan las manos y no los cuartos traseros, que salen sueltos o de naja… salen del tercio con su fuerza intacta. Y, sin embargo, un toro bravo y noble que se venga derecho, que antes de llegar al faldón del peto ya tiene la cara abajo descubriendo el lugar correcto para la puya, que romanee con la cara abajo y a golpe de riñón… sale del tercio con su fuerza mermada.

Muy mermada. Pregunto entonces: si el manso sale más entero en fuerza y el bravo, el de entrega, el de condición, sale más mermado en fuerza, ¿qué suerte de varas justa en calibre y en coherencia con el toro estamos haciendo? ¿Una suerte que castiga al bravo y al entregado y que ayuda al manso y sin entrega? ¿Estamos primando, en el asunto de la fuerza, al que no la entrega, al que la esconde? Sería, es, una suerte injusta e incoherente con el toro. Y, de hecho, lo es. Un manso que pelea poco y trata de no dejarse nada en el peto puede durar cien veces más en la muleta. ¿Por qué? Porque hemos hecho una suerte que pica la fuerza. No la bravura.

El tercio de varas ha de ser más coherente con el bravo. Los primeros puyazos han de ser muy medidos siempre porque hay opción de otro. Fuerza y bravura no siempre van de la mano. ¿Hay toros bravos de fuerzas con nota de aprobado o suficiente para ser lidiados y toreados? Los hay. Pues ¿por qué hemos de tratarlos en el peto como un toro cuya fuerza la podríamos calificar de ocho o de nueve? ¿Por qué? Insisto: hagamos un tercio de varas que pique la bravura y no la fuerza. El caballo siempre va a poder hacer que el toro pierda ese poder fiero que dé paso al posible temple y al toreo. Pero esa función ha de ser coherente con otra: medir la intensidad del castigo para no maltratar a un toro y beneficiar a otros.

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