El caso de Zaragoza es uno de los disparates más sostenidos en el tiempo desde “lo público”, respecto a la Tauromaquia. Es la plaza de primera categoría que aúna más que ninguna, por no decir la única, al toro de la calle y en todas sus expresiones y al toreo a pie, de tal forma que es el primero quien echa una mano económica al segundo. Una plaza reducida en su aforo hace años por cuestiones de normativas de seguridad, que perdió asientos y, por tanto, billetes. Una plaza cuya feria tiene la dureza añadida de estar muy allá, con toreros escarbando, reacios tantos a acudir a la última cita con el toro grande.
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