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En la manga

Carlos Ruiz Villasuso
sábado 02 de junio de 2018

A mitad de San Isidro, y a la espera de grandes cosas, las que no han sido grandes, que son casi siempre, merecen una lectura. Porque hemos reducido las grandes cosas a eso que pasa cuando un toro embiste como pensamos que ha de embestir para hacerle la faena que pensamos que hay que hacer. Fuera de estos parámetros, el toreo entra en una especie de melancolía y se funde el fusible que mantiene la luz encendida de lo que es el toreo: una sorpresa. Tan metidos estamos en que un toro ha de hacer esto y lo otro y un torero, a la vez, hacerle esto y lo otro, que todo lo demás no es toreo. Y lo es.

Lo es pero no se aprecia, no se valora. ¿Por qué? Insisto en lo que tantas veces he afirmado. Que hemos hecho un toreo previsible. Que este afán de perfección en la embestida del toro y su paralelo, el afán por la perfección de la forma de torear, elimina del sentido del espectáculo a un montón de toros que no embisten así. Toros “malos” a los que, sin embargo, los toreros plantean una forma de torear idéntica a la que aplicarían al toro “bueno”. Un sin sentido. Pero, además, un sinsentido que está metiendo al toreo en eso de que la mayor parte de las tardes no pasa nada.

Buscar la perfección en el toro y el toreo perfecto, un platonismo absolutamente real, va en contra del toreo. Porque esa búsqueda se instala en las escuelas en donde el torero aprende que hay una forma de torear. Una. Por eso tantos nos parecen iguales. Y el toreo no ha sido así nunca. El toreo ha sido tan plural en sus formas como toros distintos salen al ruedo

Imaginen que al toro que no es “así” como creemos que debe ser, al toro “malo”, se le pudiera aplicar su paralelo natural: un toreo o lidia distinta al del muletazo quieto y limpio. Imaginemos que al toro que lo precise, se le camina, se le torea sobre las piernas, se le busca las vueltas. Imaginemos que en nuestra mente no existe esa idea preconcebida como de una única forma de torear. Si fuera así, si se apreciara y valorase esa forma de torear, si no hubiéramos metido en el público la idea de que lo que no es lineal o curvo o más o menos por abajo y ligado y limpio, no es bueno, el toreo estaría en otro lugar.

Buscar la perfección en el toro, un platonismo absolutamente real, y el toreo perfecto, otro platonismo absolutamente real, va en contra del toreo. Porque esa búsqueda se instala en las escuelas en donde el torero aprende que hay una forma de torear. Una. Por eso tantos nos parecen iguales. Y el toreo no ha sido así nunca. El toreo ha sido tan plural en sus formas como toros distintos salen al ruedo. Ahora, sin embargo, sumamos dos sin razones. Una, que queremos que todos los toros embistan igual y se les haga el mismo toreo. Tan es así, tanta es la uniformidad del aprendizaje, que en las corridas “duras” se ha estado anunciando a toreros de más o menos “estilo” o estética. Simplificando, que se ha anunciado al de arte en la dura. Porque son capaces.

¿Personalidad? Todos concluimos que antes había más toreros con su personalidad diferenciada. Entre otras cosas, porque había menos escolástica y más toros diferentes, en una Fiesta menos predecible o sabida. No había en la mente el prejuicio de la perfección del toro ni de la perfección del muletazo. Meter al toreo en la única emoción del muletazo limpio y largo es meterlo en un callejón sin salida. Porque, así que pasen unos años, cuando el muletazo ya no pueda ser más por abajo, más limpio y más ligado, ¿hacia dónde dirigimos la perfección? Cuando ya no nos emocione ese toreo sin mancha, sin un enganchón, sin una mácula, ¿dónde estará la siguiente perfección?

Devolvamos ahora al toro su imprevisibilidad. No buscando selectivamente al toro “malo” sino permitir que exista sin prejuicio, para regresar al toreo en esa otra forma o formas de andarles, castigarles, poderles, quitarles, caminarles, de forma torera, gallarda y estética. Ningún arte ha evolucionado a partir de una sola idea. Si ponemos el valor del toreo en una única forma de embestir y una única forma de torear esa embestida, nos metemos en la manga que deseamos evitar.

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