BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS

Tres discursos, tres

Ponce, Castella y Cayetano brillaron en Las Ventas. Madrid y su San Isidro siguen imponiendo su ley de mayo en el toreo. Ellos y el mismísimo Madrid, naturalmente, con sus grandes aficionados, con su tendido 7, con la gente guapa del cuché, con la afición itinerante que llega a la capital, México al frente, que todo lo compran. Ese es el Madrid vital y efervescente, un parlamento real, realísimo…
José Luis Benlloch
domingo 03 de junio de 2018

Madrid y su San Isidro siguen imponiendo su ley de mayo en el toreo. El maestro Ponce, más maestro que nunca, el bravo Castella y un rearmado y muy expresivo Cayetano han sido los nombres de la semana. Ellos y el mismísimo Madrid, naturalmente, con sus grandes aficionados, también con su tendido 7 y sus herederos de la grada juvenil empeñados en subir el volumen reivindicativo y desbancar a sus mayores; con la gente guapa del cuché en barreras y tendidos preferentes; con la afición itinerante que llega a la capital desde todos los rincones del planeta toro, especialmente de los países americanos, México al frente, que todo lo compran. Ese es el Madrid vital y efervescente, un espectáculo por si mismo, un parlamento real, realísimo, como la vida misma que acoge todas las tendencias de este país, el mismo que llevó a Ortega y Gasset a escribir aquello de quien quiera saber que pasa en España que se asome a una plaza de toros. Pues eso, sigue vigente.

Ponce reunió en su actuación valores como la responsabilidad y el coraje tan escasos hoy día. Lo suyo fue la obra de un maestro desde la lealtad a su clasicismo que es el clasicismo del toreo. Puso en liza su talento negociador con los toros, ni muy exigente para no romper cualquier posibilidad de acuerdo, ni excesivamente condescendiente como para que los toros creyesen que le habían ganado la batallas. Al desrazado primero le hizo concesiones, le dio tiempo, lo toreó con mimo en un intento de compensar sus carencias. A punto estuvo de lograrlo pero lo que no puede ser no puede ser así se empeñe el mismo Ponce.

En su segundo sucedió todo lo contrario, por esta vez los pupilos de Garcigrande no han echado una buena feria. Ese fue un toro agrio, violento y poco franco. Nada que hiciese desistir al maestro que asumió su responsabilidad de figura, vergüenza torera se le llamó a eso siempre, y se fajó con semejante opositor. Le consintió, dejó que los pitones le pespunteasen los muslos y hasta la pechera, y cuando quedó claro que el toreo de hoy no era para ese toro lo macheteó por la cara, se dobló con él, le pudo, le cogió el pitón en señal de dominio como cuentan que hacían los grandes lidiadores de los tiempos del toro fiero, exactamente como han reivindicado tantas veces los aficionados más fundamentalistas, solo que esta vez no apetecían verlo o seguramente no supieron verlo.

Fue la de Ponce una actuación de mucho peso, de las que definen a los maestros. Abstraído de las broncas y algaradas de los escaños. Por encima de las circunstancias. Con programa y contenido. Acertando en la estrategia. Elegante y muy torero, muy Ponce. Compareció en Madrid porque quiso, arriesgó porque va en su carácter y porque le obligaba el cargo. Una vez aquí, en la arena o en el estrado, ofreció dignidad y torería.

Lo de Castella el primer día fue una lección de agallas. Una sobredosis de emociones. Lo cogió el toro para desencuadernarlo apenas se había abierto de capa y no renunció a nada. Volvió a la cara del toro con el miedo metido en el cuerpo de los espectadores, sangrante, menguado y aun así muy entero. Tanto que en la estocada final volvió a apostar a la mayor a cambio de otra cogida. Se desataron las emociones, ¡la tila se puso por las nubes! y aún reconociendo que el toreo es sobre todo emociones, que Castella logró momentos de templanza y buen toreo en semejantes condiciones, la concesión de la segunda oreja desató todos los demonios de la plaza. Se fue a la enfermería, volvió cojitranco y lívido por la paliza y ni así se habían calmado los ánimos de los opositores.

Cayetano por su parte, en viernes de censura y relevo, hizo valer su torería, esa que se tiene o no se tiene, la que no se aprende, la que viene con los genes directamente de fabrica. Sacó lo máximo de sus toros, hizo lo que debía y no mostró duda alguna, detalles que en su caso son logros y avances. Tiró de las referencias familiares, más a los Ordóñez en los cites y en aquel arranque de faena por ayudados sentado en el estibo y más hacia los Rivera cuando se fue a la puerta de chiqueros o cuando montó la espada y se fue tras el acero con toda su alma y diría que hacia los Dominguín cuando les aguantó el pulso a los de la bronca antes de recoger la oreja que le había concedido gran parte de los aficionados.

Por todo eso las dos tardes grandes de la semana de este San Isidro, o lo cuentas por semanas o te pierdes, tuvieron salsa, interés y pasión. Eso fue el toreo siempre, así que paz y allá guerra, todo cabe.

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