Bendito Madrid, bendita la hora en que a don Livinio se le ocurrió “la idea pueblerina” de hacer en Las Ventas de Madrid, plaza de temporada sin descanso, una feria. Sí, a modo de los pueblos y de casi todas las plazas grandes. Livinio acertó y la feria fue creciendo y el verano bajando. Llegó el 600 y las suecas a las playas, las vacaciones y un paréntesis de holganza de junio a septiembre que fue vaciando Las Ventas en la canícula, la que va del solsticio de junio hasta que llegan las nieves. Aquel rayo de luz que le llegó a la mente del belga. Por cierto, pónganle una estrella más a la gerencia de este gestor que no tenía, en principio, ni papa de toros. Livinio, ojo, fue también el impulsor de la construcción de la Venta del Batán en 1950, cedida por el entonces alcalde José María Moreno Torres. Y siguió inventando el belga: en 1962 se celebró la primera Feria de Otoño. Y ahí está su visionaria herencia.
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