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Sexo en contra

Carlos Ruiz Villasuso
sábado 07 de julio de 2018

Me declaro a gusto al lado de un buen vino tinto, Remelluri o Macan me valen (al Vega Sicilia no le digo nunca no), que me sirva para abrazar una conversación medio interesante un par de horas. O para jugar al juego de miradas todas las horas que sean menester, sin importarme que ella no haya salido de un libro de Sartre. Me declaro partidario de la siesta aleatoria, a ser posible asistida por un “ella” lavada a mano, porque me declaro partidario de la cama como mundo sin horizontes. Me declaro gabista: “Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía” (García Márquez). Añado: incluso repleta de uno mismo. Más allá de lo que cabe en esa cama, nada me interesa y lo declaro en público.

Me declaro en ira contra los lugares tristes de la vida elevados a la estupidez por sus creativos. Sí, por qué no, por ejemplo la estupidez de Ada Colau de retirar de las calles de Barcelona una pantalla para ver si De Gea es flan o tarrina de gelatina. La calle es de Ada. Yo quiero que las calles sean de las hadas. Llamarse Ada y no tener derecho a ser hada debe de ser una crueldad apoteósica por la que una se amarga, tira hacia ancha, se afea. Ada es inmune a la cultura. No ha lugar en cama alguna. Me declaro su expulsador, y de Iglesias, por reiterado estúpido solemne contra lo culto, y de Sánchez, ese hombre colgate que lleva en cada sonrisa el brillo del colmillo del deseo de poder. Me declaro extramuros de ellos.

Y de ese pepé postmarianista que vive en formol y al que ahora, muerto el padrone, le salen las navajas y sus navajeros. Yo soy partidario de Pepe (bien, sí, Pepa), del vino, de los toros (no todas las tardes, porque yo me declaro que no quiero ser aficionado si serlo es ser monotema de intransigencia). Me gusta el fúrbol y el fútbol y, sin embargo, me cansa el futbolerismo de tanta mediocridad embrutecedora, y, por encima de todo, soy fan fanático, no sé si por este orden, de dos güevos fritos tirados al lado de sus papas, para comer con las manos, con las mismas yemas de los dedos que paso las hojas de los libros, que son las mismas que tocan palmas por un lance e idénticas a las que pretenden acariciar suave esa gota de vino que se le olvidó adrede al lado de la boca. Las mismas yemas de dedos que tratan de rozar a otras cada día en las calles. Las mismas que se enguantan en los guantes de cuero sobados para el box. Prueben una vez a hacerlo del tirón y sin lavarse las manos. Eso de contagios y bichitos es una mamada.

Yo me declaro español, manda cojones. Pero lo que más “manda cojones” es que soy español sin deseo de ser europeo y manteniendo intacto mi orgullo: un lúcido sentido de inferioridad superior. Sentido, no complejo. Eso se lo dejo a Rajoy, Sánchez, Torra y hasta a ese buen chico a quien se tragó una buena chica llamada Inés (Ciudadanos es un imposible; una chica buena no se (la) come a un chico bueno). Me refiero a la primera comunión del eterno Rivera, que siempre me da la impresión de ser un hombre aún por terminar o nacido diez minutos antes. Yo me declaro no de ellos. Quieren ser europeos y yo, español. Europa soy yo, cojones.

Veo a esos Gustarson y más Son y tal, y a los finlandeses, altos y de pálida tez en el Mundial, y soy consciente de mi involución en sentido inferior: guardo respeto al exterior latino y árabe. Pero, de la misma forma desarrollo mi sentido de sensibilidad superioridad respecto a los bárbaros del norte. Aún no han aprendido a hacer sexo “con” alguien, sino “contra” alguien. Una bárbara en una cama es un ¡uf! muy grande. ¿Un bárbaro? No lo sé, no he probado.

No jodan con lo de machista. Ejemplo: es idiota compartir una de Macan al pie de ella. No por sedicioso del gasto, sino porque para qué. Si a ella, bárbara evolucionada, le va a saber igual que un vino de brick. ¿Estamos? Declaro (me) español para este verano, al menos. Partidario de las corridas de toros de siempre y de las fiestas de pueblo de siempre y de las camas tristes de siempre. Me declaro taurófilo. Pero muchísimo más y en rebeldía activa si prohíben mi filia, por la que, quizá, muera matando. Católico y a la vez comunista, libertario y tradicionalista y monárquico y anarquista, como Lorca. Español nada rancio pero integral y antinacionalista. Grito ¡Viva España! al lado de quien grite ¡Viva la vida, la literatura, los toros, el boxeo, la poesía! La pasión.

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