La crónica de Benlloch en Las Provincias
Valencia, 27 de julio de 2017Valencia, 27 de julio de 2017

El duro espectáculo de la casta

Moral y Varea lograron los momentos más lucidos frente a los cuadri. Rafaelillo resultó herido de consideración por el cuarto de la tarde
José Luis Benlloch
sábado 28 de julio de 2018

Máxima tensión. Tarde de matices. Difícil, pero no imposible. El argumento principal eran los toros de Cuadri y dieron motivos para un tratado de tauromaquia, sobre todo de la tauromaquia de otro tiempo. De ahí el barullo que hubo en tendido y ruedo. No se entendía. La corrida tuvo más interés que bravura. Encastada sí fue, con carácter: hasta los mansos, que los hubo, vendieron caras sus vidas. Tuvieron cuajo, la seriedad que los ha hecho famosos, los pitones negros, la mirada amenazante. En general fueron reservones. Lo fueron hasta los que embistieron, caso del segundo. También fueron cambiantes. Lo que parecía que iba a ser, no era, y donde se atisbaba un imposible, en el sitio y bien colocado el torero, abrían un resquicio a la esperanza.

La corrida en su conjunto tendió a pararse. En general le faltó suerte. La que hubiese venido de planteamientos lidiadores más adecuados a su condición. Desde luego que no regalaron nada. Tampoco eso es sorpresa. Uno se anuncia con una de Cuadri y sabe a lo que va. La mayoría dio espectáculo, sobre todo el sexto. El espectáculo de la mansedumbre encastada. Se repuchó en varas, salió rebotado, se lo pensó, se armó un lío el público pidiendo que lo picasen como en el supuesto de que hubiese sido bravo, cuando, en realidad, lo importante era picarlo como fuese y donde fuese. Cortó el presidente por lo sano y ordenó banderillas negras. Lo banderilleó con eficacia Raúl Martí. Pares de mérito. Ya se sabe, ayer mismo se comprobó, lo difícil que resulta banderillear a los cuadris. Cuando a casi todos les llegaba el agua al cuello, el de Foios clavó rápido, fácil y poderoso, lo que siempre hicieron los banderilleros buenos. Las monerías para otro día. Ese mismo toro, que había desbordado con el capote a Varea, cuando se quedó solo con él, tuvo posibilidades de éxito. Esos son los matices imprevisibles que dan interés a estas corridas. Del cielo al infierno, de la debacle al éxito, todo en cuestión de segundos. La gente agradeció el esfuerzo de Varea y cada muletazo, más allá de que fuese limpio o enganchado, fue un rugido de emoción. No acabó de redondear la faena, mató de un bajonazo y los muchos partidarios que llegaron desde Castellón hicieron prevalecer los momentos buenos a los malos y le premiaron con la vuelta al ruedo.

Los momentos de mayor interés artístico de la tarde los firmó Pepe Moral en el segundo. Hubo estética, emoción y mérito a la verónica a un toro que se le frenó de salida. Le dieron tratamiento de bravo en el caballo. No lo era. Se fue suelto del primer encuentro y se defendió en el segundo. «Vale la pena», le dijo el apoderado -el Guerra, a Moral-. Y tuvo razón. Valió la pena. A pesar de que el toro no era claro, le apostó Moral y sobre la derecha le ligó series importantes. El toro tardeaba pero embestía con franqueza y emotivo. Se apagó pronto y la faena no acabó de redondearse. A ese lo había banderilleado con lucimiento Juan Sierra. Su segundo, aplaudido de salida, se paró pronto, se puso imposible en banderillas, no dio opciones en el último tercio y el sevillano lo mató con demora.

Rafaelillo, que abrió plaza, tuvo el toro más complicado de la tarde. Serio, hondo, imponente. Le ovacionaron apenas dejó entrever su rotunda anatomía por chiqueros. En varas, el caballo de picar adivinó lo que se le venía encima y se dejó caer y en el momento de máximo apuro para el piquero apareció el capote milagroso de José Mora, cumbre, oportuno y salvador. El mismo Mora volvió a estar bien en banderillas en el cuarto. El público protestó el cambio de tercio: había ganas de ver toro; y el de Cuadri, que en el capote había atisbado cierta condición, sufrió un cambio radical. Desarrolló sentido, se puso buscón, era toro para apostar -a no se sabe qué- o para quitarte. Rafaelillo lo trasteó con oficio, lo suficiente como para que el toro se acobardase. Palmas de comprensión para el murciano. En el cuarto se la jugó en las largas de salida, le encontró la distancia y el punto con la mano izquierda, sonaron olés de esperanza y reconocimiento y, cuando la faena se venía arriba, apareció la listeza del cuadri, que alargó la gaita y de una puñalada le abrió la pantorilla. Ni una broma, ni una confianza ni siquiera con los que parecían dispuestos al entendimiento.

Ese fue el argumento de los cuadri, duros, difíciles e interesantes. Lo sufrieron todos, especialmente Varea, el de menos oficio, que tuvo una tarde dura y gris.

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