La crónica de Benlloch en Las Provincias
Valencia, 27 de julio de 2017Valencia, 27 de julio de 2017

No diga Ureña, diga pureza; no diga Román, diga arrojo

Los dos matadores abren la puerta grande en un mano a mano de los de verdad ante una extraordinaria corrida de Algarra, brava, seria e importante
José Luis Benlloch
domingo 29 de julio de 2018

No diga Ureña, diga pureza. No diga Román, diga arrojo. Y si quiere hablar de bravura, bravura y toreabilidad, diga Algarra. Los tres ingredientes convirtieron el mano a mano de ayer en una de las corridas más emocionantes de los últimos tiempos. Si había alguna duda sobre la artificialidad del duelo, apenas saltó el primer toro a la arena quedó claro que el mano a mano era de los de verdad. No solo eso, arrastrado el sexto, si hubiese lógica y sentido de la oportunidad, el de ayer sería el primer cartel cerrado para las próximas Fallas. Fue una tarde cargada de emociones, de retos, nada fue fácil y casi todo brillante. A propósito, el toreo tiene modas, sí, pero hay resortes infalibles en todos los tiempos: uno torea con pureza, asienta las zapatillas y somete al oponente, y los aficionados se agarran a los asientos, emocionados; uno apuesta a todo o nada en cada muletazo, se encomienda a la santa providencia y no le importa que los pitones le pasen cerca, que le cojan incluso y le zarandeen, y el público se agarra a los asientos, emocionado. No puede extrañar pues que ese mismo público, tres horas después de comenzar, exhausto y vacío, se resistiese a abandonar la plaza. El milagro llevaba la firma de Román y Ureña. Pero aún hubo más. Un banderillero, a cambio de la gloria -no hay más jornal-, le anda despacio a un toro, le llega muy cerquita y le deja dos pares en la cruz y hace, también, que el público emocionado se agarre a los asientos. Eso, lo de agarrarse al asiento, justo antes de levantarse como un resorte entre clamores, lo logró Raúl Martí. Ya ven, Foyos tiene otro torero. Y también puede ser que un piquero, en este caso Pedro Iturralde, en tiempos tan vilipendiados para su profesión, le tire el palo y agarre en la cruz a un toro que viene galopando de lejos y lo mismo. El público lo entiende y lo agradece. Y ya no digamos si se abre la puerta de chiqueros y aparece un toro/torazo como el primero, el cuarto o el sexto, ¡ohhhhh!, y la plaza, toristas y toreristas, le reconozcan como uno de los animales más bellos e imponentes de la creación. Y ayer, hasta los del arrastre, sobrados els roçins, obedientes a todos los arres, se ganaron el fervor del público. Tanto fue, que la ya tradicional arbitrariedad del palco no pudo desequilibrar una tarde que nació triunfal, con el corazón del público abierto a las cuadrillas. Vaya recibimiento, ¡salude usted maestro!, ¡usted primero maestro!, ¡y vaya despedida!, con los maestros en hombros y justificados loores al mayoral en la vuelta al ruedo final.

Ureña argumentó siempre desde la firmeza, la quietud y el aguante como armas definitivas. A su primero, toro de buena condición, que acusó en exceso las querencias de chiqueros hasta hacerse laboriosa su lidia en los primeros tercios, lo amarró con un arranque de faena de ordeno y mando: crujió la plaza en cada muletazo, lo que merecía la ocasión. El toro, que amagaba por momentos entre rajarse o irse atraído por su querencia, quedó finalmente prendido en los engaños del murciano, que lo toreó con especial gusto. Estocada rotunda, la primera de las seis que se recetaron ayer: seis volapiés y un pinchazo para seis toros. Su segundo, que hizo cosas extrañas tras dos volteretas, hasta parecer descoordinado, sacó buen fondo y acabó sometido también a la verdad de Ureña. Lo que eran problemas en un principio se diluyeron en la quietud del murciano. Talones hundidos, mano baja, temple largo, ahora la derecha, ahora la izquierda, la muleta arrastrada, todo muy cosido, como el argumento de una buena obra.

Lo despachó de un estoconazo y el presidente no entendió, extraña y ya preocupante manera de valorar el toreo, que fuese merecedora de una oreja. Como llovía sobre mojado, como no es la primera vez que le pispan desde la inopia un triunfo, mejor dicho, una oreja, el triunfo no se lo puede quitar nadie, se enfadó el torero y se enfadó el público mientras el usía y compañía ponían cara de no entender. Evidentemente no entienden.

La faena de Ureña al toro quinto, toro bravo, enterizo, poco templado de primeras, al que Iturralde picó soberbiamente, fue una antología del toreo al natural. El medio pecho, como dicen los tratados clásicos, las zapatillas enterradas, la muleta adelante y abajo, ausencia de toques, el recorrido largo y desde el principio y hasta el final, allá donde el giro de la muñeca hacía las funciones del rompeolas de una bravura cada vez más domeñada. No se puede torear con más verdad ni con más pureza, ni se puede entender que este tío no mande en las ferias. Lo mató con entrega y se le concedieron ¡qué respiro! las dos orejas. A todo lo dicho añádanle una constante intervención de capa: los lances a pies juntos con los que recibió a su primero, un quite por gaoneras ajustado a más no poder y muy cadencioso al primer toro de Román, otro gran quite a la verónica en la versión ralentizada al toro cuarto, y un manojo de medias verónicas, por aquí y por allí, que no desmerecieron a su recital de muleta.

Román no se rinde

Román no se rindió. Román no se rinde nunca. No sería Román ni hubiese llegado hasta aquí. No había aparecido el primero y ya le había endilgado una larga de rodillas. Y tal como transcurría no se podía acabar la corrida sin que se fuese a la puerta de chiqueros como respuesta a todos los retos que le habían planteado. Por en medio hubo caleserinas, chicuelinas, faroles de rodillas… todo, en la versión efervescente, apasionada, que practica el valenciano. De su primera faena, apunten un inicio de piernas flexionadas, torerísimo. Y un momento cumbre, Román en estado puro, un cambio de mano por la espalda, una cogida espectacular y una reacción muy brava. Respuesta de un pura sangre en cuanto se levantó. En esa faena la izquierda fue de alto nivel y la estocada, a toro parado, un ejemplo de agallas y decisión. No obedeció el toro y no le importó a Román que siguió su camino y se volcó sobre el morrillo. La oreja estuvo más que justificada. Su segunda faena, al único toro deslucido, noble pero parado, fue un arrimón, un quiero y quiero y quiero… Esa fue la filosofía de Román toda la tarde, la voluntad de crecer. Se comprobó en el sexto. Faltaba una oreja para no quedarse atrás del compañero y contra el viento, que se levantó en rachas muy molestas, y contra la marea de la gran faena previa de Ureña, se abrió camino el coraje de Román. No fue una faena limpia pero sí muy brava, corajuda, de pura entrega. Cada muletazo era una apuesta a todo o nada. Los pitones del algarra le pespunteaban los muslos. Ni caso. Necesitaba el triunfo. Y como los grandes, lo amarró: un pinchazo del que salió cogido y una estocada le dieron el derecho a cortar la oreja que le franqueaba la puerta grande. El mano a mano no había podido ser más de verdad.

POSDATA.- La vuelta al ruedo al quinto pudo ser dudosa para los más exigentes pero como premio al conjunto de la corrida fue más que merecida.

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