La crónica de Benlloch en Las Provincias

Los cuvillos llevan la decepción a Bilbao

La maestría de Enrique Ponce y Roca Rey no fue suficiente para salvar la tarde
José Luis Benlloch
miércoles 22 de agosto de 2018

Decepción. Grande. Maldita sea. El día que más necesario era un triunfo retumbó un sonoro petardo. Y, lo que es peor, con la plaza de Vista Alegre prácticamente llena. Con lo que cuesta llenarla, con la ilusión que había generado tanto ambiente, dos horas y media después en la Vista Alegre bilbaína mandaba la decepción. No es justo con tanto esfuerzo detrás. Fue así de principio a fin. Nada el primero, no fue nada, ni fuerza ni raza, lo devolvieron a corrales. Idem en el primero bis, sobrero del mismo origen, ni fuerza ni raza. Nada en el segundo… y así prácticamente hasta el infinito, una hartura que culminó en el sexto, ni fuerza, ni raza, ni clase, este con un chorreón de mala leche. Responsables, los toros de Cuvillo, tantas veces chisposos, tantas veces acumulando toreabilidad y tardes de gloria. Ayer sólo tuvieron fachada, kilos, demasiados kilos, y pitones, e hicieron realidad la frase de El Gallo: “Lo que no puede ser, no puede ser…”.

Los cuvillos se encontraron con dos grandes: Ponce y Roca en estado de celo, dispuestos a ponerle un punto y seguido a esa competencia directa que prendieron en el mano a mano de San Sebastián. El tercer grande de la tarde, Manzanares, no estuvo; así que se le sigue esperando. De esas situaciones de abstinencia es imprescindible, los tiempos lo exigen, que resurjan toreros tan importantes como Josemari. Resurgirá, es ley de familia.

Con la mejor entrada de la feria, una corrida desfondada y difícil arrastra las grandes expectativas que había levantado el cartel

Lo mejor de la tarde arrancó en el tercero. Roca en ese, al igual que hizo en el sexto y como hace prácticamente todas las tardes, lo dejó absolutamente crudo, dos picotazos para cumplir el trámite y el resto a expensas de su muleta, de su capacidad, de ese pisar firme que hace que los toros embistan y se entreguen apenas tengan algo dentro. Su primera faena fue un dechado de todas sus virtudes: firmeza, muñeca fácil, colocación exacta, de aquí no me quito y el que manda soy yo. Todo con un ritmo y una templanza que deberían borrar cualquier duda sobre su calidad. Y de cuando en cuando, el calambrazo del pase cambiado o el muletazo imprevisto. Por esta vez, si no sonase horrorosamente mal, cabría decir que no necesitó del toro, todo lo puso él. Un pinchazo previo a la estocada y la demora a la hora de doblar del toro redujeron el premio a una fortísima ovación.

La réplica se la dio Ponce en el cuarto con más de lo mismo en el reparto: mucho torero y poco toro. El de Chiva le midió los tiempos, las alturas, toreó sin toro, se fue y volvió, y recordó, por si alguien lo dudaba, quién manda en la capital, autoridad que viene de siempre: tantos años de matador, tantos años de mando en esta plaza. Se entregó al matar. El encuentro fue el propio de un chaval con ansias de gloria. Atacó por derecho y salió rebotado de los pitones, y como ocurrió con Roca cuando todo hacía pensar que el toro doblaría, se demoró en el tiempo, falló Enrique con el descabello y el reconocimiento de una ovación eterna, nunca acababa, volvió a poner de manifiesto la calidad de la faena y el cariño del público.

Del resto de la corrida mejor no hablar. El primero ya quedó dicho, fue un inválido, el segundo más de lo mismo, tercero y cuarto simplemente se dejaron tras afortunado sorteo para ellos, el quinto fue definitivamente malo y el sexto, directamente imposible. Nadie lo deseaba pero sucedió en el peor momento. La decepción se manifestó en las protestas finales del festejo.

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