La revolera

Urdiales, el toreo eterno

Paco Mora
domingo 26 de agosto de 2018

¡Qué rarezas tiene Curro Romero! Mira que viajar para ver a Diego Urdiales… Pues miren por dónde el Faraón de Camas sabía muy bien lo que hacía. Porque el torero riojano que apodera Miguel Villalpando, breve de físico pero rebosante de torería, ha demostrado esta tarde en la penúltima de la Aste Nagusia su gran estatura torera. Pasaba por allí, en una corrida en la cual su presencia a algunos quizás les pareciera un pegote, emparedado entre los dos catedráticos “cum laude” de la Tauromaquia actual. Era la tercera vez que se vestía de luces esta temporada y entro en el cartel como de puntillas. Y con un toro de Alcurrucen, bueno pero que en sus manos evoluciono a la condición de excelente, el de Arnedo dio un curso de tauromaquia clásica y eterna.

¿Que si ha gustado tanto clasicismo al buen público bilbaíno? ¡Hombre!… Parece que sí, porque Urdiales, que había entrado de puntillas en Vista Alegre, ha salido en hombros de la plaza más dura y exigente del Universo Taurino como máximo triunfador de la feria y con tres orejas en el esportón. Y sin romances de valentía, ni un gesto de complicidad con los tendidos, solo toreando como vimos torear, los que tenemos más pasado que futuro, a los grandes del toreo que alcanzamos a ver. Como Domingo Ortega, como Pepe Luis, como Pepín, como Antonio Bienvenida, como Ordoñez… Toreando para ellos, sin una mínima concesión a la galería.

Urdiales ha demostrado en Bilbao que eso de que hoy hay que torear de otra manera para llegar a los tendidos es una filfa. Lo dicen los que no sienten el toreo como lo siente esa menudencia prodigiosa que se llama Diego Urdiales. Y punto redondo. ¿Qué el público de hoy quiere remanguillés, desplantes y zarandajas? ¡Mentira podrida! El de La Rioja no ha dado un pingui, ni un paso en falso ni ha dirigido una mirada a los tendidos buscando el aplauso. Se ha dedicado a torear. Y a fe que lo ha conseguido. Hacía mucho que uno no había visto torear tan de verdad, tan sin latiguillos ni imposturas ni excusas de mal pagador. Esta tarde quedo demostrado en la capital vasca que el toreo fetén, el de verdad, solo es uno; el de siempre el eterno, que no necesita adornos ni floripondios para electrizar los tendidos.

Claro que para eso hace falta también que salga por los chiqueros un “alcurrucen” de los que si se les hacen las cosas bien lanzan a un torero. Y van…

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