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Ole sus cojones

Carlos Ruiz Villasuso
domingo 21 de octubre de 2018

Nada recuerda más el paisaje humano que una estación. De las de viajar. Ya no sacan las novias ni las madres el pañuelo para despedir a ese brazo de leva militar que asoma con dos tallas más que el recluta, por la ventana del tren. Hoy ruboriza y hasta extraña esa despedida afectiva en una estación. Se viaja demasiado. O el viaje no tiene esa excepcionalidad de entonces. Vamos acá y allá sin ir hacia ninguna parte, creo. Pero las estaciones tienen ese paisaje humano de la despedida retratado en su memoria de estación. Se iban, nos vamos. Nos despedimos, Padilla.

Le he visto a merced en los últimos meses. Jodido, con los cojones en la boca, muy tío, muy hombre, muy torero, pero muy en la estación para el adiós que se merece como los mayores honores que nadie jamás se haya ganado. Es un ejemplo de cojones

A ciertas alturas de la vida, cuando un torero se va, recuerdas. Un reportaje allí en Sanlúcar o en Jerez, no recuerdo bien, la verdad, en su plaza de toros, cuando Litri era el puto amo y El Mangui hacía reír a los lagartos. Zona de preparación de ese tipo silencioso, menudo y gigante que es Diego Robles. Había un buen montón de toreros, entre ellos Padilla y su hermano, que, la verdad, no contaban tanto. Hay que recordar. Andaba casi metido en algunas carnes de más. Pero echaba el alma en cada carrera, en cada movimiento, en cada minuto.

Hace pocos días, en Salamanca, vi toros en el “búnker” que ocupaba Julio Robles, cuando le quitaron eso tan de libertad que es caminar. Acompañé a otro que anda en la sufridera de la silla de ruedas, Manolo Vanegas. A eso de mitad de la corrida apareció Padilla, que toreaba esa tarde. “Lo importante es seguir, tener fe, no importa que te vengas abajo, para eso tienes permiso, pero no tienes permiso para nos ser constante. Lucha siempre”. Eso le dijo. Más o menos. Y le pegó un abrazo y se fue al ruedo. Son esos instantes que no se olvidad. Marcan. Un tipo partido en mil pedazos y recompuesto va y le dice eso a uno que no tiene referencias en eso de estar quebrado en mil pedazos. Qué grande.

Recuerdo también su triunfo primero en Bilbao, cuando Padilla era muy malo entre los buenos aficionados. En Bilbao que triunfara Padilla era como una herejía. Bueno, no sé, su Cocherito era muy fino, la verdad. Pero en mundotoro titulamos “Padilla, Lehendakari”. Porque fue el pueblo, la gente, el vulgo, el sin prejuicios, quien optó por darle valor añadido a sus cojones de torero. Al año siguiente fue todas las tardes a la puerta de chiqueros. Claro, que recuerdo un año que le pegó un toro una cornada en la cara/cuello, en Pamplona. Me llamaron de un diario alemán y medio nos entendimos en francés/hispano. Idioma suficiente para decirle que “así de grandes”.

Y, no es cuento, ellos tienen también eso en su imaginario de que el tamaño no importa. Y le dije al teutón que eso y un carajo. Joder si importa. La frase la acuñó uno que la tenía chica. O uno que los tenía bien en tamaño pero que los usaba como chicos. Que es lo mismo. Padilla es el representante de echarle cojones. Dice adiós el paradigma de echarle cojones, que es lo que, esencialmente, le han echado todos los toreros de todos los tiempos. Cojones.

También recuerdo, me desmientan testigos si no es así, cuando le formó un lío a dos de Cebada en Logroño, el último año de la plaza vieja. Yo tenía entonces la idea del toreo deformada por un mundo de habladores y escribidores mayores que se habían hecho viejos sin saberlo. Viejos en el sentido de dogmáticos para los que Romero era todo y Padilla, nada. Le brindó un toro a don Manuel Chopera y al regresarle la montera, el Chopo de entre los chopos, chapeau, le dijo: “Queda contratado para el año que viene en la nueva plaza”. Fue más o menos así. Cuestión de cojones, que era cuestión de honor.

Recuerdo… pues eso. Cómo le cambió la vida en Zaragoza, que le sacó billete de ida sin vuelta al adiós. Y fueron sus cojones los que variaron ese destino. Le he visto a merced en los últimos meses. Jodido, con los cojones en la boca, muy tío, muy hombre, muy torero, pero muy en la estación para el adiós que se merece como los mayores honores que nadie jamás se haya ganado. Es un ejemplo de cojones. De valor por el valor. De torero por torero. De hombro con hombro, hombre con hombre, sangre por vida, llanto por éxito, sudor por futuro. Que el adiós le venga como a él le venga en gana porque se ha ganado mi respeto, mi admiración. Supongo que la de todos, pero hablo de la mía porque cada día que pasa estoy convencido que sí, que el tamaño importa.

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