Miguel Ángel Perera y Fernando Cepeda, dos tipos serios donde los haya, han decidido romper sus relaciones profesionales como apoderado y torero, después de doce años de lucha infatigable en un camino que no ha sido de rosas para ninguno de los dos. El baile económico que ha caracterizado el final de la temporada del año que aún colea, hacía presumir que se producirían muchos cambios de arriba abajo del escalafón de los matadores de toros. Pero esta ruptura ha sido particularmente sorprendente, porque la relación entre ambos estaba basada fundamentalmente en una profunda amistad, al margen de los intereses económicos. El realismo y formalidad de Perera para juzgarse a sí mismo profesionalmente, no lo hace proclive a dejarse encandilar por las cifras multimillonarias que circulan por la parte alta de la clasificación.
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