La Pincelada del Director

Orgullito cayó en una lucha de reyes

El toro de Garcigrande que ganó la vida en la plaza y la perdió en el campo desenmascara no pocos contrasentidos (el del animalismo mismamente) y supone un crudo contraste entre el sentimiento de los hombres (algunos) y la inapelable ley de la naturaleza animal
José Luis Benlloch
lunes 19 de noviembre de 2018

La noticia taurina de la semana tuvo un tinte bucólico y seductor que desenmascara no pocos contrasentidos (el del animalismo mismamente). Los contadores de visitas de los portales taurinos se dispararon a su reclamo y las redes se llenaron de lamentos y admiración. Ha muerto Orgullito anunciaban, y el universo digital del toreo, tan amigo de la controversia y la descalificación, lloró, quién lo iba a decir, lágrimas de pena. Orgullito, que se había ganado la vida en la plaza, en Sevilla nada menos, la había perdido en el campo en una pelea de reyes o qué si no son los sementales de una ganadería. El desenlace, ya ven, supone un crudo contraste entre el sentimiento de los hombres (algunos) y la inapelable ley de la naturaleza animal.

En la leyenda queda el pulso entre Orgullito y Juli, ambos manejaron conceptos semejantes, bravura, empuje, nobleza, sinceridad… Ninguno se hizo trampas, fue un pulso a vida o muerte, sin reservas, en el que ambos ganaron la vida

Sucedió en los campos charros que fueron del vizconde de Garcigrande. Un atardecer, a la hora en punto en que los vientos cambiantes alteran los estados de ánimo, los sementales se dieron cita bajo las encinas para reordenar sus jerarquías. Los bramidos de quienes acudían prestos al reclamo estremecían la soledad del campo. El encuentro, como si fuese un parlamento, degeneró en una de esas algaradas que una vez iniciada no existe fuerza humana capaz de controlarla. El desenlace fue trágico, una alianza entre aspirantes al trono de jefe de la manada, un dos contra uno, quizás un tres, determinó la tragedia. A Orgullito lo encontró el ganadero la mañana siguiente con el cuello partido y molido a golpes mientras sus compañeros de cerca, rotas las alianzas de la noche anterior, turreaban al viento que había un nuevo orden. Era un sonido resacoso, como de arrepentimiento con una sola excepción de entre todos ellos, la de un toro negro y no tan guapo como Orgullito pero de tan distinguida reata como él que paseaba su solemne farruconería de vencedor a paso lento. El suyo era un mugido entrecortado y pendenciero para que se enterase el campo entero de quién mandaba allí. Es la dura ley de la naturaleza.

La historia no es nueva, es la propia entre animales tan jerárquicos y gregarios, también tan poderosos, como el toro. Se repite cada cierto tiempo, justo el necesario para que otro de los ejemplares jóvenes se sienta con fuerzas para acceder a la jefatura del grupo y en otra anochecida en la que cambien los vientos, convoque de nuevo cónclave bajo las encinas para pelear por el puesto que supone comer antes que los otros, elegir los rincones y querencias que más le apetezcan y, si hubiese caso, elegir las hembras. No siempre gana el aspirante y cuando sucede, el vencido se ensotará humillado en el rincón más apartado. Esta vez perdió Orgullito aunque su sitio en la leyenda no se la pudo robar el toro de la farruconería.

LA PARTE DE JULI

A Orgullito se le recordará como un ejemplo de bravura y nobleza que puso de acuerdo a una plaza entera que clamaba a los cuatro vientos alabanzas y loas como si hubiese visto un milagro. Seguramente lo era. Lo parecía al menos. Lo toreó Juli, que también puso su parte alícuota en aquella ceremonia de emociones. Fue la suya una faena de tremenda tensión. Los dos, Orgullito y Juli, manejaron conceptos semejantes, bravura, empuje, nobleza, sinceridad… Ninguno se hizo trampas y ni uno ni otro necesitaron de alianzas ajenas, fue un pulso a vida o muerte, sin reservas, en el que ambos ganaron la vida. El veredicto en la plaza fue unánime en el reparto de glorias, esta vez hubo dos ganadores por igual. Fue la tarde, 16 de abril de 2018, en la que ambos se ganaron un sitio en el cuadro de las grandes leyendas del toreo. Se abrió la Puerta del Príncipe para El Juli, Orgullito volvió a los corrales a regañadientes porque si por él hubiese sido hubiese continuado aquella lid hasta la misma extenuación y aquella noche, en el Real de la Feria, no se hablaba de otra cosa que de ellos dos.

De vuelta a la dehesa de Garcigrande recibió los máximos cuidos veterinarios, recibió a la prensa de medio mundo que le retrataba y se interesaba por su salud. ¡Orgullito está bien! repetía su criador, Justo Hernández, que aquella tarde de abril tuvo que recorrer el anillo de la Maestranza en representación de Orgullito y a día de hoy todavía sigue recibiendo premios y parabienes por haber criado tan bravo y noble ejemplar. A Orgullito, que volvió a disfrutar del aire puro de los campos de su Salamanca natal, se le seleccionó una distinguida compañía femenina como máxima responsabilidad de la que estaba descansando en estos días fatídicos. Fue así hasta que el maldito cambio de tiempo convocó a los sementales a aquel trágico cónclave. Queda el recuerdo y la esperanza de que en la camada que llegó a engendrar vuelva a salir otro ejemplar que honre al padre y al esfuerzo tremendo de los hombres del campo que fueron capaces de moldear tantas virtudes en cuerpo tan bello.

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