La página de Manolo Molés

Adiós a un héroe en el ruedo y en la vida

Manolo Molés
sábado 29 de diciembre de 2018

Se le echará de menos. Aunque estoy seguro de que sin vestirse de luces seguirá muy cerca de su mundo del toro, del campo, de las plazas. Y de la radio. Le conocía, lógicamente, como torero, con una carrera cargada de dureza y de mérito. Y de cornadas. Dos extremaunciones y un milagro en Zaragoza. Aquella cornada en la cara hubiera retirado al noventa y nueve por ciento de los que se visten de luces. Ese uno que falta para el centenar lo llevaba Padilla en su corazón de guerrero. Una primera etapa cargada de miuras y parecidos donde había que echar más cojones que regusto; pero nunca renunció ni maldijo su destino. Disfrutó del toro montaraz y este jerezano reinó en la Francia del toro buido (acanalado, afilado, aguzado, estirado, puntiagudo y punzante son acertados sinónimos de buido), y fue torero en todo el norte de España con ganaderías duras a las que entendió y con las que funcionó entre puertas grandes y cloroformo.

La fe y la fuerza de Padilla han tapado muchos dolores. A unos gustará más y a otros menos, pero su epopeya, su no doblar nunca la rodilla y su respuesta a la tragedia tienen un mérito monumental. Y su seriedad. Ni idea tengo de lo que hará. De lo que estoy seguro es de que no va a parar y de que va a estar cerca de su mundo de los toros

Es curioso. Padilla sabía torear aunque aquellas corridas apenas se lo permitían. Padilla, como otro héroe llamado Ruiz Miguel, se formó en la mejor escuela del toreo (según Chenel, que es como “según los evangelios”) y fue alumno del gran Rafael Ortega. El mejor matador de casi todos los tiempos; el más puro también y el de mejor concepto del toreo. Solo a Rafael imitó Antoñete. Y con eso le bastó para ser un torero de época. Ruiz Miguel, Padilla y algún otro aguantaron lo que han aguantado estos dos héroes porque conocían el toreo, el toro, el oficio y los recursos. Alumnos del mejor maestro. De ahí que, tras lo que parecía el final en Zaragoza para Padilla, empezara un nuevo tiempo, mucho más soleado, celebrado y reconfortante en todos los sentidos. Muchos se preguntaron: ¿qué hará Padilla con el toro de las figuras? Pues hombre, su personalidad está marcada por su primera etapa, pero no le costó ni un día acoplarse al toro embestidor, al toro de las figuras viniendo de donde venía. Rafael Ortega le enseñó las claves. Las del toreo bueno con el que hay que entregarse y las del toro cabrón con el que hay que andar listo, profesional y resolviendo. Esas son las claves reales del milagro Padilla.

VEINTITRÉS VECES INTENTANDO MEJORAR LOS DESTROZOS

Hay tres cosas claves en su vida aparte de su mujer, su padre, sus hermanos banderilleros (uno de ellos se retiró tras la aparente catástrofe del hermano en Zaragoza), Rafael Ortega, su maestro, la ganadería de Miura (tiene la casa cuajada de cabezas de toros con el hierro de Zahariche) y últimamente los cirujanos que le han cuidado la vida y la recuperación: Val-Carreres y el doctor y hermano del milagro, García Perla, que le operó veintitrés veces intentando mejorar los destrozos. Operaciones con anestesia y profundas de las que casi nadie se enteró porque Padilla no perdió ni una en el paraíso de disfrutar y entregarse en los carteles y al toro de las figuras. Su otro antídoto estaba más allá de los astros, negrito zahino, y fue tan bueno en vida como milagroso: San Martín de Porres. Es su bandera y tiene, creo, hilo directo con él. La oración oficial diría del santo que tiene mucho que ver con la épica de Juan, que ha llenado todas las capillas del toreo en todo el mundo del santo peruano. Esta es la frase: “Confío en tu poderoso valimiento para que, intercediendo por mí ante el Dios de bondad y misericordia, me sean perdonadas mis culpas y me vea libre de los males y desgracias que me afligen. Dame al menos tu espíritu de sacrificio”. La fe y la fuerza de Padilla han tapado muchos dolores. A unos gustará más, a otros menos, su toreo. Pero sus méritos, su epopeya, su no doblar nunca la rodilla, su respuesta al dolor y la tragedia, tienen un mérito monumental. Y su seriedad. Años, desde lo de Zaragoza, entrando todos los domingos a la radio. La radio fue su primer flotador y su casta de torero hizo el resto.

Ni idea tengo de lo que va a hacer. De lo que estoy seguro es de que no va a parar, de que va a estar cerca de su mundo de los toros y de Adolfo Suárez, su mejor amigo en las duras y en las maduras. Supongo que se apuntará a algún festival, a algún día de tentadero, pero apostaría a que ya no se probará más trajes de luces.

SI NO ABRIMOS LAS FERIAS DE SEGUNDA PALIDECE EL FUTURO

Escribo desde América, desde Colombia, donde la pasión del toreo aguanta pero ha perdido algunas plazas de segunda que rematan el tejido natural de la Fiesta en este recomendable país. Quedan tres cosas atractivas: las ferias de Cali, Manizales y Bogotá porque Medellín la han ido destruyendo los políticos antitaurinos -que también los hay y no pocos-. La lástima es la provincia donde Armenia, Sogamoso, Pereira, Cartagena y un puñado de plazas de segunda importantes que han medio desaparecido. Y eran fundamentales. Ahora quedan tres de las grandes, la cuarta, Medellín, en el aire, y luego está lo que llaman “La Provincia”, plazas entrañables, no grandes, de pueblos muy aficionados pero de estrato mucho más humilde. Es la ruta por otra parte necesaria, donde los ganaderos lidian lo que no guardan para las ferias grandes, donde se hacen los toreros de la tierra y donde van los españoles que torean poco a reencontrarse con la profesión, aunque haya poco pecunio y eco por lo que allí logren. Pero les vale. Pregúntenle a Emilio de Justo. Ahora es una de las novedades en España, Francia, etc. Pues cuando nadie le daba un pitón, su paraíso eran esas plazas de tercera en los pueblos colombianos. Ahí cogió oficio, moral y fuerza para seguir peleando. Lo hermoso de todo esto es que ahora ya ha vuelto a Colombia y estará en las ferias de primera. Pero habría que hacer algo para volver a abrir las ferias de segunda, en capitales importantes. Si no lo hacemos palidece el futuro. Y cada vez es más estrecho. Hay que despertar.

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