Como a estas alturas -bajuras más bien-, ya no me queda ni un gramo de confianza en ningún partido político de los que pugnan, no por gobernarnos sino por disfrutar de las prebendas del poder, y las pocas posibilidades de gozar de la vida que todavía no me han abandonado son los toros y mi paquete diario de cigarrillos, juro solemnemente que en la avalancha de elecciones que se avecinan no vacilaré en echar mi voto en la urna en favor de cualquier partido político que no se haya decantado en contra de la fiesta de los toros, sobre todo si considero que, una vez conseguido el poder, será capaz de apoyarla y legislar para asegurar su permanencia como bien cultural de primera magnitud que es.
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