ENCUENTROS CON JOSÉ LUIS BENLLOCH

Pedrés: su distancia creó escuela

El maestro Pedrés sigue mirando con cariño y nostalgia al joven que redujo espacios y que acreditó la marca torera de Albacete
José Luis Benlloch
lunes 07 de enero de 2019

“Fue torero de ferias grandes bajo dos personalidades muy dispares. Fue pasión pura y fue técnica depurada. Necesidad y cálculo” tengo escrito sobre Pedrés. Justo lo que marcaba el reloj de la vida. Ya saben, a cada edad le corresponde ineludiblemente un toreo y hasta aquel chavalote serio y tenaz que dejó Almacenes Amando donde trabajaba para irse a la conquista de su futuro, tuvo que someterse a la lógica vital y artística: primero el corazón y luego la cabeza, y, como la argamasa que lo cosía todo, la personalidad. Fue capaz de dividir su tierra por la mitad cuando todavía era novillero recién llegado, de tal manera que en Albacete, en los albores de los cincuenta, se era de Montero o se era de Pedrés. Fue, por todo ello, el primer eslabón de una escuela, la manchega, que tuvo ilustres continuadores dentro y fuera de sus lindes. Fue también el primero -junto a su amigo/competidor Montero- que enarboló la bandera de la tierra e incendió el orgullo patrio; con él, en justa correspondencia, ser de Albacete comenzó a ser una seña de identidad con crédito. En esa evolución artística acabó descubriendo y conquistando su terreno en la plaza, el que durante mucho tiempo se dijo que era el terreno del toro, justo donde él se sentía a gusto, y naturalmente acabó teniendo su sitio en la vida. “Fue, es, un personaje. Socarrón, hombre de amplio escuchar y breve hablar, de una sola palabra y recto proceder, buen inversor y amigo de sus amigos” escribí sobre Pedrés en la última de las varias entrevistas que tuve ocasión de hacerle.

Ahora, pasados los años, cuando el ciclo vital estrecha las distancias como se las estrechó Pedro al toro, hemos entendido que es de justicia rescatar aquellas charlas de entonces para que los más jóvenes sepan quién fue Pedrés, el primer eslabón de lo que luego fue una escuela y una forma de entender el toreo que setenta años después sigue vigente: un toreo en las cercanías, ligado y despacioso. La charla ya no es posible, el maestro por esas aristas que tiene la vida no puede expresar los sentimientos que sí transmite su mirada. Escucha, sonríe, te estrecha la mano con ternura en cuanto tiene ocasión…

Las paredes y las vitrinas de la casa de Ferraz resumen los momentos más destacados de su carrera. El vestido de su presentación en Madrid, un rosa que fue su color preferido desde entonces, hasta tal punto que lo eligió como parte de la divisa de su ganadería; el azabache del luto que le guardó a su madre; las pitilleras de la época que le regalaban en los muchos festivales de lujo en los que participó; cabezas de toros, desorejados naturalmente…; el cartel de la pedresina según la versión de la misma que hizo otro maestro, Juan Reus; la foto de aquel encuentro formidable con Juan Belmonte nada menos o la de una charla con Rafael el Gallo al que Pedro mira con devoción y los trofeos de sus éxitos más destacados, un cuadro de Benjamín Palencia… es la estancia más íntima de una figura del toreo que sigue amando el toreo. De un encuentro anterior rescato un fragmento de la entrevista, imprescindible para entender al maestro de Albacete.

-¿Hubo dos Pedrés?

-Yo creo que sí, sí, seguro.

“El Pedrés de la primera etapa era la inocencia. Mi única noción era arrimarme y quedarme quieto. Que pasase el toro, por donde fuese, pero que pasase. Y yo quieto. Aquel no saber qué iba a hacer no sabes cómo impactaba en el pueblo. Transmitía riesgo”

-Recordémoslos.

-El de la primera etapa era la inocencia, el querer ser algo en la vida por encima de todo. Mi única noción era arrimarme y quedarme quieto. Que pasase el toro, por donde fuese, por delante o por detrás, pero que pasase. Y yo quieto. Era como si tuviese prohibido moverme. Esa fue mi primera época y creo que la más bonita de mi vida.

-Como receta eso es muy duro, muy difícil.

-No. No porque era lo que quería. Además, aquella inocencia, aquel no saber qué iba a hacer, no sabes cómo impactaba en el pueblo. Transmitía riesgo. No sabía pero me salían las cosas y eso lo hacía todo más fácil.

-Y en la reaparición llegó otro Pedrés.

-Que también impactó mucho. Fue el de las tres orejas de Sevilla, el Pedrés de Madrid, donde después de cinco pinchazos me dieron una oreja. En ese tiempo llevaba los toros muy largo y muy despacio. Había aprendido a torear mejor.

-¿Cómo surgió ese nuevo Pedrés?

-Cuando me retiré compré la finca de Salamanca y comencé a torear todos los días. Era lo que más me gustaba. Había días que toreaba por la mañana y por la tarde. Los amigos lo sabían y me llamaban, me invitaban a todos los tentaderos. Gozaba como nunca y descubrí el gusto por llevar los toros largos y templados.

-Es una buena explicación.

-Después de un triunfo en Palma de Mallorca se lo conté a Juanito Belmonte, que había estado viéndome en la plaza y al acabar vino a felicitarme. Me dijo que a su padre le pasaba lo mismo, que cuando se retiraba toreaba a diario en el campo, más incluso que cuando estaba en activo, y que por eso volvía a las plazas siendo aún mejor de lo que había sido.

-Tengo la sensación de que te gusta más el primer Pedrés.

-Sí, sí. Era más impulsivo. No me importaba que me cogiese el toro. De verdad. Solo me importaba ser algo en la vida. Era lo único que contaba.

“Todos los toros no te dejan que le pongas el paso pero al que te deja, si eres capaz de hacerlo, hay que hacérselo. Te haces rico en cuatro días. Hoy día se les pide a los toreros que den distancia y eso acaba en el unipase. Das uno aquí y otro allí. Eso no es. El toreo es aquí te pillo aquí te mato. Ese es mi concepto”

-Ya.

-Mira, había muchos toreros que se arrimaban mucho y que hacían el toreo muy bien. Así que para llamar la atención había que ir un pasito más allá que los otros. Y eso significaba, por ejemplo, cruzarse más que los demás. Esa era mi obsesión. Y gracias a Dios aquello funcionó.

-¿Esa era tu técnica, cruzarte?

-Cuando el hombre está dispuesto ni hay terrenos ni hay nada. Ni cabe hablar de técnica. Con ese estado de ánimo puedes con todo. Y vale todo. Y si no tienes ese ánimo sobra todo.

-Tú eras muy amigo de ponerle el paso a los toros.

-Todos los toros no te dejan pero al que te deja, si eres capaz de hacerlo, hay que hacérselo. Te haces rico en cuatro días.

-Hoy día se les pide mucho a los toreros que den distancia.

-¡Oh, no! eso acaba en el unipase. Das uno aquí y otro allí. Eso no es. El toreo es aquí te pillo aquí te mato. Cuantos más y más seguidos mejor. ¿Por qué crees que El Cordobés tuvo el triunfo que tuvo?… porque los pegaba todos seguidos, a su manera pero seguidos. Y eso se logra poniendo el paso o no quitándolo. Bueno, ese es mi concepto.

-En ese sitio se acaban pronto los toros.

-Los que son bravos no.

-Ahora se dice “no lo ahogues, no lo ahogues” y ves que los toros se paran.

-Lo que no se puede hacer es darle vueltas al toro, ¡ja, ja, ja! siempre a la misma distancia. A los toros hay que acortarles la distancia y siempre en línea recta. Cuando el toro vea que te echas encima verás si se arranca. ¡Joder! si se arranca.

-Pues tu creación, la pedresina, es un muletazo de lejos.

-Una cosa no quita la otra. Eso surgió por mi ilusión de querer hacer más cosas que nadie, por querer superar lo que había. Entonces Litri citaba de lejos. Pues yo también. Él se lo pasaba por delante. Pues yo por detrás. Ese fue el origen.

-La diste por vez primera en Valencia.

-Por eso lo bautizaron primero como el fallero pero luego ya lo identificaron más conmigo y le pusieron la pedresina.

-La dabas al hilo de las tablas.

-Menos una vez que la di en los medios.

Esa primera vez fue en las Fallas de 1952, ante un novillo de Atanasio. El muletazo adquirió tal popularidad que en ese tiempo dibujaba ese pase en el sobre de una carta y el cartero la llevaba a casa de Pedro. Hubo otro muletazo de su creación en ese tiempo, el primero que llamaron pedresina y que después desapareció en favor del primero. Este lo inició en Albacete y tiene una anécdota de lo más curiosa. Un pariente del maestro comenzó a gritarle desde el tendido “¡dale manoletinas, dale manoletinas Pedro!” y quiso darle gusto, solo que cogió la muleta como la pudo coger, digamos que regular, y el pariente gritó: “¡Anda, leches, si las das del revés…!”. Pero ante la reacción del público, que las acogió con gran entusiasmo, Pedro siguió dándolas de aquella guisa y la bautizaron como la pedresina.

“Lo que no se puede hacer es darle vueltas al toro, ¡ja, ja, ja! a la misma distancia. A los toros hay que acortarles la distancia y siempre en línea recta. Cuando el toro vea que te echas encima verás si se arranca. ¡Joder! si se arranca”

-¿Había que sufrir para ser torero?

-Cuando llegas al toro creo que sí, que la necesidad ayuda. Para salir a jugarte la vida tiene que ser por algo muy importante, algo tan importante como resolver tu propia vida. Si la tienes resuelta ya todo es distinto.

-¿Y luego, cuando ya estás instalado?

-Yo tuve otro reto, dominar la preocupación de la mañana, el desasosiego de saber si vas a estar bien o no vas a estar bien. Cuando lo dominaba me creía el amo del mundo.

-Te retiraste pronto la primera vez. Con tres años de alternativa.

-Lo que pasa es que fueron como seis teniendo en cuenta que no paraba ni en invierno. La retirada fue cuestión de agotamiento físico. Camará se dio cuenta y me aconsejó que descansase. Me lo dijo un día, “Pedro, deberías parar”. Me lo dijo sin esperármelo, le pedí tiempo para pensarlo y al día siguiente fui a verle y le dije que de acuerdo, que paraba.

-Pronto lo pensaste.

-Es que era cierto que estaba agotado. Además confirmé que ya podía vivir de lo que había ganado, que era mucho más de lo que necesitaba. Mis primeras ambiciones, por tanto, estaban cubiertas, así que le reconocí que tenía razón. Cuatro años después volví a llamar a Camará. Me había recuperado y además había descubierto que lo que más me gustaba era torear.

-Le llamaste y le dijiste que reaparecías.

-Me preguntó si lo había pensado bien, le dije que sí y ya no hubo más. Arrancamos a torear.

Lo del agotamiento había sobrevenido por una afección pulmonar que le obligaba a torear con un neumotórax y, por tanto, con un solo pulmón. Lo superó, presumía entre bromas, quedándose quieto: “Si no corrías no necesitabas el pulmón”.

DE LA CAPEA A LA GLORIA

La etapa novilleril de Pedro fue intensa y triunfal. Todo comenzó el día de su debut sin caballos en Albacete. Aquel día le sacaron en hombros y le devolvieron a casa a las diez de la noche después de pasearle por las calles principales de la ciudad. En ese tiempo hizo pareja con Juan Montero y firmó triunfos de gran trascendencia en Valencia, Sevilla, Madrid, Barcelona… De entonces es la anécdota con Pedro Balañá, que se resistía a las exigencias del apoderado de ambos y acabó soltándole para rebajarle las ínfulas y las pretensiones. ¿Pero quiénes son estos chicos?… un potaje y un gazpacho… lo que no fue obstáculo para que, pasado el tiempo y dados los triunfos de aquel Pedrés, acabasen siendo grandes amigos, hasta tal punto que durante su carrera le contrataba para el día de San Pedro y al acabar se iban a cenar para celebrar el santo de los dos.

Poco después de aquella negociación con don Pedro llegó el triunfo de Madrid, una tarde en la que la capital parecía Albacete por los trenes especiales y los coches que llegaron repletos de paisanos para apoyarles y que la postre supuso su despegue definitivo. La contratación también tuvo su intríngulis, lo que ahora se llama su intrahistoria. La empresa tenía una novillada regular que no les ofrecía garantías y decidieron mejorarla. La diferencia eran cincuenta mil pesetas que debían descontarse de los honorarios pactados, cinco mil duros a Montero y cinco mil a Pedrés, y con esa pasta compraron una de Manuel Sánchez Cobaleda que fue clave en el éxito. Cortó tres orejas y pudieron ser cinco porque con el que mejor estuvo, recordaba cuando llegaba el caso, tuvo que descabellar varias veces. Y cada vez que salía el tema en una tertulia entre amigos, le gustaba apuntar para resaltar la dimensión de aquel triunfo, que a la hora de liquidar no le cobraron el vale de entradas ni los cinco mil duros de mejorar la novillada y no solo eso, a partir de aquel día multiplicó los honorarios y acabó haciendo lo que él llamaba unas cuentitas, que hoy día serían cifras impensables para un novillero. Y para remachar aquel éxito volvió con otro mano a mano, ahora con Jumillano, sin tener que mejorar la novillada, que volvió a ser de Sánchez Cobaleda, y se saldó con otra salida en hombros.

“¿Si hay que sufrir para ser torero?… Cuando llegas al toro creo que sí, que la necesidad ayuda. Para salir a jugarte la vida tiene que ser por algo muy importante, algo tan importante como resolver tu propia vida. Si la tienes resuelta ya todo es distinto”

A pesar de su militancia manchega tomó la alternativa en Valencia por decisión de Camará, que tras comparar la pasta que había en la feria de Albacete y en Valencia en el cierre de temporada decidió que fuese en la capital del Turia, donde había casi tantos manchegos como en el propio Albacete además de los miles que llegaron para ese día. Fue el 12 de octubre de 1952, mano a mano con Litri, que se despedía. Los dos, toreros de Camará, uno que llegaba y otro que se iba pero que se arrimó tanto como el otro. Se acabó el papel, faltaría más, cortaron cuatro orejas y un rabo cada uno y Pedro, que naturalmente hizo el fallero entre el delirio general, no brindó el de la alternativa porque, como él mismo reconocía, no era de muchos brindis porque no era de mucho hablar. Estrenó un blanco y oro, los dos matadores se vistieron en el Excelsior, a donde volvieron a hombros, y después de ducharse tuvieron que salir al balcón los dos espadas para saludar a los aficionados, que no querían volverse a casa sin darles la última ovación. Fue tal el lío que se montó que los dueños del hotel decidieron no hospedar a más toreros.

Toreó hasta 1955, volvió cuatro años más tarde con Camará tal y como queda dicho y toreó hasta finales de la temporada de 1961 en que dejó de torear otra vez porque las cosas tampoco estaban saliendo todo lo bien que deseaba. Fue un parón breve, pues a comienzos de la temporada de 1963 emerge el nuevo Pedrés, el del temple y la ligazón. El punto de arranque fue en un festival de los que organizaba su amigo Balañá en Barcelona, en este caso con motivo de unas inundaciones. Se torearon veinte toros. A él le adjudicaron el de El Viti, le cortó un rabo e impactó de tal manera que Balañá le ofreció una exclusiva y, aunque se resistió -en realidad no quería torear-, acabó firmándola pero con Sánchez Mejías y Chopera. Fueron dos años más de triunfos hasta que se retiró, ahora sí definitivamente, en el sesenta y cinco, en Hellín, con Camino y El Cordobés. Esta vez la señal fue haber perdido la ilusión, pensaba que había dado ya lo mejor de él y, además, los toros le habían pegado muy fuerte y muy seguido, en Andújar, en México y en Maracay fueron las últimas que completaron un total de catorce. “Los impuestos de sangre los pagué con la puntualidad que se pagaban los de Hacienda”, ironizaba.

De esa última etapa fue el triunfo de Sevilla, 22 de abril de 1963, tarde en la que corta tres orejas a los toros de Urquijo alternando con Gregorio Sánchez y Paco Camino. Fue sustituyendo a Ostos, al que le habían pegado una cornada, y al llegar al hotel no tenía habitación y hubo que moverse con influencias para que se la diesen, claro que al volver de la plaza ya se la habían mejorado y, además, estaba repleta de seguidores. No solo eso: cuando llegó a Sevilla tenía hechas treinta corridas y cuando se fue de Sevilla, Chopera le había hecho ochenta, pero ochenta de verdad, y, según confesaba Pedro, a partir de ese día le multiplicaron por tres la pasta.

Aquella la recordaba siempre como su mejor faena junto a la que le hizo en Madrid a un toro de Alipio, en la Corrida de la Prensa también de esa última etapa, al que después de pincharlo cinco veces le cortó una oreja.

EL SITIO DE PEDRÉS

Cabría decir que Pedrés no buscó el sitio que le dio fama y fortuna, simplemente se lo encontró o se podría decir que nació con él. Era sencillamente donde se encontraba a gusto, recordaba, y cuando el toro le dejaba ponerse allí se sentía como si estuviese tomando un café, ahí mandaba. Como mandaba Dámaso, al que descubrió en un tentadero en su casa y le faltó tiempo para llamar a Camará para decirle que había encontrado uno que delante de los toros era más pesado que él. “Mándamelo”, le dijo el que sería apoderado de los dos y pocos días después le hizo debutar en Barcelona para ya no parar. Y después a ese mismo terreno llegó Ojeda, que, según Pedrés, lo mejoró todo.

Pedrés relativizaba el concepto del valor y él mismo se declaraba un torero de valor solo en algunos días. El día que estaba dispuesto arrollaba, le daba igual montarse en el toro que cualquier otra osadía, luego había días… que no lo era tanto. Entre los valientes que había visto destacaba a Manolo González y a Chicuelo II. Y lo que nadie le negó a él fue la consideración de gran muletero. Pedrés era de la teoría que los liderazgos, la pasta o las clasificaciones de figura en el toreo no son para los que torean mejor sino para el que cae mejor, que no tiene por qué estar reñido con lo anterior pero es distinto, en definitiva esos honores son para el que es capaz de transmitir emociones, en realidad son “para aquel al que el pueblo quiere ver y consecuentemente es al que acaban contratando las empresas”. Más claro imposible.

Retirado de los ruedos, asociado a los Camará y a Miranda, fue empresario de Valencia y Albacete, con mejores logros en lo artístico que en lo económico, y desde que pudo fue ganadero de bravo, una forma de agradecer al toro lo que el toro le dio. Y en esa postura continúa en su finca de Los Labraos, en Espeja, con una ganadería formada con vacas de su amigo y maestro Raboso, don José, que le alegra la existencia en cuanto le acercan a la finca.

Aquellas capeas

Antes de su irrupción en las plazas, Pedrés hizo su formación en las capeas de Albacete y Cuenca, incluso en las de Valencia, Ledaña, Minglanilla, San Antonio, Yeste, donde echaban novillos de Samuel que eran toros, todos tuertos, bizcos… Tardes de miedos y mucha ilusión en las que la recompensa eran unas pesetas que recogían cuando pasaban el guante y alguna invitación en las casas de los pudientes de la localidad si las cosas se daban bien. Su pareja entonces era Chicuelo II, con el que aparece en la foto, otra de las referencias de Albacete cuya irrupción en las ferias a pesar de ser mayor se retrasaría un par de temporadas respecto a Pedro, que le consideraba un valiente de verdad al que había que amarrar. “Nos peleábamos mucho por ir al toro -contaba-, incluso a veces hasta nos molestábamos yendo a la vez, así que decidimos sortear cuándo iba cada uno”. Luego torearon mucho juntos y fueron amigos hasta el trágico final de Manuel.

Otro lugar que se convierte en aula de formación es donde Sánchez Cajo, que movía ganado bravo por todos los pueblos de la región. Pedro trabajaba y ayudaba en las labores del campo y en contrapartida toreaba las vacas y los novillos. Solo cinco muletazos y vale, le decía Cajo, pero una vez en la cara del novillo no había quien le quitase: “Yo trabajaba y yo toreaba”, esa era la ley que esgrimía.

Fotos: ARCHIVO

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