Desde el Arenal

Compromiso

Carlos Crivell
sábado 19 de enero de 2019

Muchos aficionados se mostrarían satisfechos si las figuras del toreo se anunciaran con encastes variados. El rutinario enfrentamiento con determinadas ganaderías transmite una sensación de comodidad por parte de esos toreros. Y esa apertura de encastes no debería nunca ser considerada como un gesto, sino como algo natural dentro de la temporada. Es cierto que es un error hablar de monoencaste Domecq, entre otras cosas porque Domecq es ahora una amalgama en la que cada criador ha puesto su sello particular, de tal forma que no hay un comportamiento uniforme. Es más, un toro difícil de Domecq puede ser mucho más complicado que cualquiera de una de las ganaderías que se consideran más agresivas y duras. Domecq es un mosaico variado, ciertamente, pero es muy cansino comprobar cómo las figuras se limitan a un ramillete muy limitado de divisas.

Dice Ruiz Miguel que ha matado cien corridas de Miura y casi cuarenta de Victorino, entre otras, lo que es más que suficiente para considerarlo como figura. Es evidente que Ruiz Miguel lo fue con toros muy complicados. Por eso mismo, a los que mandan hoy deberían lidiar de forma normal todo tipo de ganaderías.

El momento complejo de la Fiesta, analizado cada semana en esta columna y en las que adornan esta revista, exige por parte de la torería andante un paso adelante. El toreo es emoción. Si algún día desaparece la épica de la corrida de toros y solo queda la estética, estaremos asistiendo al final de la Tauromaquia. Las figuras deben cambiar su cómoda actitud, pero sería también bueno que sintieran la exigencia de la afición, algo que casi ha desaparecido. Incluso que notaran el peso de la crítica ante su reiterada insistencia en ponerse siempre delante de las mismas ganaderías. Estamos en los primeros pasos de la confección de los carteles de las Fallas y la Feria de Sevilla. Y todos quieren las mismas corridas. Si hubiera una afición que les presionara para cambiar de ganado, seguro que otro gallo cantaría en nuestra alicaída fiesta de los toros. Como la afición apenas puede expresar fuera de la plaza, son los toreros los que deben cambiar sus preferencias. Y posiblemente los críticos también deberíamos ser menos complacientes.

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