La página de Manolo Molés

Gente que marca la historia

Manolo Molés
sábado 19 de enero de 2019

La historia del toro se escribe por etapas dentro de su continuidad. Hay momentos de esplendor y momentos de bajón. Todo depende de tu pasión por el toro o tu atracción por una figura. Y si esa figura puede con casi todos los toros y sus encastes, entonces tenemos ya la fiesta completa.

Cuando ya palidecía el fulgor de algunos toreros importantes, llegó ese rayo necesario para que ilumine y que no se apague el resplandor de la Fiesta. Esto sí que no está escrito en ningún evangelio taurino. Ese “salvador” de la Fiesta, capaz de llenar las plazas, traer en jaque a las figuras y ser capaz de no defraudar casi ningún día en ninguna plaza; es el milagro completo. Es el caso de Roca Rey, un personaje que tiene poco que ver con lo habitual. Lo podemos comparar en los años de crío con lo que fue la precocidad de Enrique Ponce en su infancia torera en tierras de Valencia, con el abuelo Leandro como mentor y consejero. O lo de El Juli, en pueblos de Castilla, con una precocidad absoluta y abriendo los ojos de la admiración aquella tarde en Chinchón que el maestro Gregorio Sánchez, su mentor y admirador, lo coló, y en buena hora, en la novillada que estábamos televisando para Canal Plus el maestro Chenel y un servidor. Ahí impactó a todos. Pero lo de Ponce y Juli son dos casos que suelen repetirse poco. Hasta que llega un peruano llamado Andrés, como una Roca y con la ambición de un Rey de la Fiesta. Tres casos mágicos. Y, sobre todo, adelantados, en varios años, a la normalidad.

DA IGUAL QUE EL ARTE VENGA DE TRIANA, DE CHIVA O DEL PERÚ

Lo grande de la Fiesta y de su afición es que no pide papeles a nadie. Da lo mismo que el misterio, el arte, el valor, la personalidad o el distinto, venga de Triana que de Chiva; de al lado de Madrid que del Perú. Y da lo mismo el entorno o la familia. El Juli tuvo un padre que vistió de plata. Ponce, un abuelo barbero que sabía de toros más que Cossío, y Roca Rey, eso sí, de familia de buena situación económica, un hermano y un entorno que vivía con respeto y afición la fiesta de los toros. Esto, seguro que Benlloch y sus muchachos encontrarán y pondrán aquí la foto de un crío soñando verónicas junto a un joven y consagrado Ponce. Dos niños-hombres prodigio. La foto hecha en Perú, claro.

Este espectáculo se alimenta históricamente de la llegada de toreros que vienen a por todas. Por calidad, por valor o por personalidad. Roca Rey ha llegado oportunamente en un momento de cierta deflación entre los aficionados. Esa es la grandeza de esta fiesta, en donde no se pide el carnet de identidad a nadie

No me extraña que un chaval tan cuajado de posibilidades lo descubriera para hacerse torero de verdad uno de los mejores toreros conocedores del oficio, un Rafael Ortega de la enseñanza y la didáctica taurina llamado José Antonio Campuzano. Y fue clave para saber ver, enseñar y respetar las condiciones positivas, y limar las que no están acertadas de árboles tan jóvenes y tiernos como los de Roca Rey. O en su momento, unos tuvieron fortuna rápida, otros lenta y alguno no pudo rematar el camino, pero Campuzano, tan claro, tan prudente y tan sabio, hizo esa labor con Castella, y ahí está, y para que quede claro que todo no llega rápido al éxito, diré que lo hizo también con Paco Ureña cuando nadie creía en él. Campuzano, sí. El camino iba a ser largo y duro. Pero al final el maestro tenía razón. Paco, al que deseamos lo mejor, tenía las condiciones para ser grande en el toro. Y las tiene. Como también apoderó J. A. C. a Iván García, matador de toros y gran banderillero. No llegó a lo alto vistiendo de oro, pero es uno de los mejores de plata. Le ves y entiendes todavía más que Campuzano se fijara en él. Campuzano es el mejor “ojeador” taurino que conozco, con permiso de Santiago López, que en lugar de ofenderse me dará la razón.

ROCA REY HA ENTRADO EN LA BATALLA CON LOS GRANDES

Lo grande de Roca Rey es que no ha vuelto la cara a nada. Ha entrado en la batalla con los grandes. Su capacidad, su regularidad, su ambición, su disposición para que en cada tarde de toros a plaza llena no se le vaya ni un solo partidario, marca ese punto de más que tienen las figuras de una época (a veces más largas, a veces más cortas). Andrés tiene dos armas que tuvieron por separado Ponce y Juli. De Ponce, la cabeza y la pausa. De Juli, la garra y la ambición. Ese cuajo juvenil que parece que llevan toreando toda la vida. Y de hecho es así. Ponce empezó con cinco o seis años, Juli lo mismo y Andrés yo creo que hasta empezó antes, una vez que pudo andar.

Fue muy estimulante la tarde de Albacete, que vi junto a mi hermano de oficio, Ángel Calamardo, en la que toreaban los tres. Enrique, Julián y Andrés. Impactante. Una guerra atómica fue la tarde. Roca arreó y se metió a la gente y el triunfo en el bolsillo con la difícil facilidad con la que lo logra tantas veces. A Juli le tocó un lote poco favorable para el triunfo, pero se dejó hasta la última gota de sudor en la disputa torera. Y Ponce (treinta temporadas de matador, Juli veinte y Andrés tres) sacó talento, aprovechó lo que tenía el toro y, por si no llegaba para abrir la puerta grande, se echó de rodillas, como un novillero que empieza, puso a la gente en pie y acompañó al peruano en la salida a hombros.

Roca Rey se ha convertido en un revulsivo para la Fiesta. Este espectáculo se alimenta históricamente de la llegada de toreros que vienen a por todas. Por calidad, por valor o por personalidad. Andrés ha llegado oportunamente en un momento de cierta deflación entre los aficionados. Pero esa es la grandeza de este espectáculo, en donde no se pide el carnet de identidad a nadie. Una fiesta que depende, sobre todo, de dos condiciones. Una: la casta, la emoción y la verdad del toro. Y dos: la personalidad, el arte o el valor (si fuera posible todo sería otro milagro) del que se viste de luces. Y si la suerte le acompaña, Roca Rey seguirá escribiendo la bella historia de un chaval peruano que soñó con ser figura inspirado en la vida de Muhammad Ali. Gente que marca la historia.

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