LA CRÓNICA DE BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS

Toreo grande y emociones sin espada

El arte de Fino, la bravura de Román y una gran corrida de Fuente Ymbro cerraron las Fallas en las alturas
José Luis Benlloch
miércoles 20 de marzo de 2019

En lugar de orejas hubo avisos. Emociones sin espada sería el título. Una pena grande. Los protagonistas tienen nombre propio. Gallardo, que soltó un corridón de toros, con bravura y nobleza, algún ejemplar como el segundo de soberbio comportamiento y un conjunto de los que entran pocos en las plazas de primera. Ante ellos Finito dibujó brujerías y fantasías de la más alta escuela. Román se arrimó como siempre -o más- y se templó como nunca. Y Marín, al que se le veía especialmente alicaído en la plaza, despertó en el sexto y para no ser menos que sus compañeros se lió con la espada. Sucedió en el cierre de feria, sin el ambiente de los grandes acontecimientos que tanto allanan los criterios y los rigores. ¡Quién te ha visto y quién te ve, San José!, esa fecha hay que recuperarla, propónganselo como objetivo próximo. Camino de la redacción maldigo mil veces el infortunio estoqueador, tanto por los toreros -que tanto lo necesitaban- como por los aficionados, que siempre necesitan de tardes de referencia para guardar en la alacena de los grandes recuerdos a contar… Yo estuve aquella tarde de la alternativa de Parrita… Yo estuve en el mano a mano de Ordóñez y Camino… Yo fui a aquella corrida de Victorino que no llegaba a los quinientos kilos, insisto, no llegaba a los quinientos kilos y bla, bla… para los que quieran o sepan entender. La de ayer pudo ser de esas si no llega a ser por las espadas o, mejor, por la impericia estoqueadora de la terna, por eso, parafraseando al poeta, diría que si no hay mayor pena que ser ciego en Granada, no es más chica la de ver pinchar una faena y ya no digo una sino dos o tres tan preciosas -¡Viva el toreo!- como las de Fino o tan emocionantes como las de Román.

Finito dibujó brujerías y fantasías de la más alta escuela y volvió a encontrarse con Valencia para levantar el vuelo; Román se arrimó como siempre o más y se templó como nunca. La espada le privó de cortar cuatro orejas. Progresa, progresa

Tocaba ya pasar de los toros sueltos a la gran corrida y se pasó. Embistieron cinco de seis. El segundo de la tarde, de nombre Damasco, fue de una bravura tremenda. Embistió desde que salió hasta que entregó su vida en los medios, a campo abierto, sin buscar refugio, donde mueren los valientes. Antes había perseguido las telas con contagiosa codicia, había acudido pronto a todos los cites, se había mantenido serio y pendiente de todo cuanto sucedía y hasta tuvo la generosidad, eso es importante, de perdonar a Román cuando, llevado por su bravura -Román no estaba siendo menos bravo- cometía algún fallo y dejaba su anatomía a la intemperie de aquel huracán. Hubo alguna voz pidiendo el indulto pero no las suficientes para tomarse en cuenta. Y si alguien pide que le compare con el célebre Horroroso de la afrenta presidencial del domingo, decir que este tuvo una bravura más descarnada y aquel más toreabilidad y ante eso, para gustos, colores. Por cierto, y para situar, un ejemplo más del descalzaperros de los corrales, decir que Damasco había sido desechado por el equipo veterinario y recuperado por el presidente. Algo parecido a lo que sucedió con el legendario Harinero, que sufrió las mismas excentricidades antes de ser indultado en el año 2006, detalle que advierte de lo enquistado del problema.

Del resto cabe decir que el primero fue pura miel para el torero y poco picante para los más toristas, en ese sentido un toro ideal para un artista; el tercero fue más impersonal, soso y sin gracia, el menos fuenteymbro; el cuarto, un torazo de 574 kilos, tuvo temple y clase desde que asomó por los chiqueros y mantuvo su calidad hasta el último aliento; el quinto hizo honor al puesto, hizo un gran tercio de varas y fue noble y bravo, con un comportamiento a más ante la muleta de Román; y el sexto, hermano del segundo, tuvo templanza y bravura. La corrida en muchos aspectos marcó el rango y el nivel de presentación y juego que merece Valencia. La manida pregunta de cuál es el toro de Valencia se contestó ayer, ese. No hace falta más ni debe ser menor.

El segundo de la tarde, de nombre Damasco, fue de una bravura tremenda, descarnada y generosa; la corrida centró el debate sobre cuál debe ser el toro de Valencia, ese. No hace falta más ni debe ser menor

Finito volvió a resurgir en Valencia. Una vez más. Las dos faenas, a falta de compactarlas, tuvieron momentos que fueron pura delicia torera. Las medias verónicas a su primero avisaron de que había inspiración y respuesta del público. Había lo que se dice química comunicativa. Luego la faena tuvo altos y bajos, diría que artísticas aristas, de tal manera que después de cinco muletazos enganchados en la apertura surgieron cinco sobre la mano derecha que merecieron un lienzo y todo seguido llegaron algunas pausas que sonaban excesivas y se disimulaban con brujerías varias, naturales tremendos y fantasías. Alargó la faena y todo se complicó con la espada aunque no se olvidó. Otro tanto sucedió con el excelente cuarto, al que hizo toreo propio de la mejor platería cordobesa. Toreo de ley, cuando se paró y también cuando le anduvo al fuenteymbro a dos manos, con los pases de la firma, las trincherillas, por abajo y también por arriba barriéndole los lomos, pura belleza. Esta vez mató con más eficacia, no digo que bien, y cortó una oreja.

Ginés no compareció hasta que montó la muleta en el sexto, en el que sin estar brillante estuvo solvente

Román elevó el grado de las emociones a nivel de riesgo cardiaco general. El arranque de faena por arrucinas de rodillas ante aquel torbellino de bravura, no una vez sino dos, fue un calambrazo terrible. Luego la faena tuvo mando y coraje. Disparaba el toro, aguantaba el torero y el público contenía las pulsaciones como mejor podía. Fue un duelo de los que merecía un final feliz que no llegó porque Román, lastimado de una mano mató rematadamente mal. Y si su primera faena fue de toma y daca, la segunda se argumentó sobre un asiento y un sosiego técnico que no se le conocía. En realidad mostraba un claro avance, templado y muy firme, sin atolondramientos, muy enterrado en la arena, argumentando, emotivo, con una lógica que no se le conocía… Así hasta que de nuevo la espada le estalló en las manos como una bomba y lo que pudieron ser cuatro orejas -¡con la falta que le hacen!- quedó en dos ovaciones, que está bien pero no es lo mismo. Progresa, progresa.

Ginés no compareció hasta que montó la muleta en el sexto, en el que sin estar brillante estuvo solvente. También lo emborronó con los aceros.

CRÓNICA PUBLICADA EN LAS PROVINCIAS EL 20/03/2019

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