La Pincelada del Director

La corte de los milagros

Que los toreros salgan indemnes una tarde tras otra, que los toros embistan cincuenta veces con el morro por el suelo, que los ganaderos no pierdan la ilusión, que sigan brotando vocaciones juveniles, que la Fiesta continúe pese al intervencionismo de autoridades y supuestos expertos, que siga existiendo pese a las mordazas mediáticas, que el toreo sobreviva a todo eso sí es un milagro, un milagro tras otro que se produce feria tras feria
José Luis Benlloch
martes 26 de marzo de 2019

Las Fallas en su tramo final siguieron disparando noticias. Unas buenas y otras terribles. Entre estas últimas la cogida de Enrique Ponce, que solo tiene consuelo en el territorio de las creencias y la fe. Habrá sido para bien, se suele decir entre la gente del toro cuando no quedan otros consuelos, pues eso, habrá sido para bien, pero aun así duele ver al maestro herido y con la temporada hecha añicos. Él, tan capaz que parecía invencible, tan poderoso, tan torero, tan lidiador…, cayó, y si cae él, parafraseando al clásico, se podría decir que los otros viven de milagro. Y eso es el toreo, un milagro constante o qué si no. Que los toreros salgan indemnes una tarde tras otra, que los toros embistan cincuenta veces con el morro por el suelo con los kilos que tienen que arrastrar, que los ganaderos no pierdan la ilusión, que sigan brotando vocaciones juveniles, que la Fiesta continúe pese al intervencionismo de autoridades y supuestos expertos, que siga existiendo pese a las mordazas mediáticas, pese a la presión fiscal y a las agresiones de los grupos políticos a la búsqueda de votos de no saben ya dónde ni a qué precio, a pesar de las modas llegadas de allende las fronteras y de la no menos preocupante ignorancia general desde donde la pretenden abolir sin conocerla, que el toreo sobreviva a todo eso sí es un milagro, un milagro tras otro que se produce feria tras feria, temporada tras temporada. Ahora toca esperar a Ponce, que volverá; en realidad no se ha ido, solo es el descanso más torero de todos, el de la recuperación.

Román fue el terratrèmol -terremoto- por antonomasia, se mostró tan bravo y tan disparatado como siempre. ¡No lo corrijan más de lo necesario! Ricardo Gallardo con sus fuenteymbros combinó el toro emotivo con el toro toreable. ¡Eureka!

Las Fallas en general han sido un éxito con participación de muchos jóvenes, detalle muy a valorar que supone más éxito, también más mérito y más esperanza. En el tramo final, en el tiempo que va de un Aplausos a otro, resplandecieron varios nombres propios. Finito de Córdoba, que no es joven precisamente, pero su toreo, de tan poco visto, sabe a nuevo; Román, que sí es joven y maneja como pocos el resorte de la emoción y lo imprevisible; y Ricardo Gallardo, que con sus fuenteymbros combinó el toro emotivo con el toro toreable y el resultado -¡eureka!- convirtió la tarde del cierre en una bomba de emociones. Embistieron cinco de los seis toros en versiones diferentes, el bravo bravísimo segundo, el templado y enclasado cuarto, el noble y creciente quinto, el dulcísimo primero ad hoc para confiar al maestro Fino, el completo sexto… todo ello a pesar de la posición obstruccionista de algunos supuestos expertos mañaneros. Lo de Román fue el terratrèmol por antonomasia -así le llaman al final de la mascletà-, se mostró tan bravo como siempre y tan disparatado como siempre -¡que no lo corrijan más de lo necesario, que ahí radica su principal arma!- y a eso le añadió una templanza en su segundo que no le habíamos visto hasta ahora. Solo le falló la mecha del último trueno, dicho a las claras pegó un ídem con la espada, de lo contrario estaríamos hablando de una cosecha de trofeos de los de otra época y de un lanzamiento incontestable. Por todo ello, lo suyo, tan ayuno de técnica o eso parece, tan al margen de lo recomendable, tan inesperado siempre -nunca nadie sabe por dónde puede salir Román-, acaba siendo otro milagro, uno más que se reprodujo en Fallas.

El toreo a dos manos de Fino fue pura brujería, como salido de los últimos pliegues del alma, la resaca de una vida torera más que vivida, sorbida; si Ponce, tan capaz, tan poderoso, tan torero, tan lidiador… cae, se puede decir que los otros viven de milagro

En sus antípodas se mostró Fino, ya cuesta decirle Finito, se le podría llamar también don Juan, don Juan Serrano, el maestro que llena el ruedo, el que sufre ante el reto del toro, al que se le nota reconciliado consigo mismo cuando siente que ha hecho lo que debe hacer, aquellos cimbreos saliendo del toro eran gesto de orgullo, un ¡Ea, ahí queda eso! Su toreo a dos manos fue pura brujería, como salido de los últimos pliegues del alma, la resaca de una vida torera más que vivida, sorbida. Las dos faenas fueron una exhibición de torería, alejada de la perfección porque el arte es imperfecto en sí mismo, tampoco hizo falta más porque si un día lo viésemos todo perderíamos motivos para volver.

Juli ejerció la responsabilidad

La noticia de última hora sobre los carteles de San Isidro se llamó Juli. Fuera de la feria inicialmente, ha asumido la responsabilidad propia de una figura y ha aceptado la sustitución de Ponce. Si bien es cierto que se trata de dos puestos en el abono de lo más golosos, de máximo lujo, no es menos cierto que se trata de Madrid y que se hubiese podido acordar del desacuerdo inicial y llamarse a andana. No lo ha hecho, la feria y Madrid le necesitaban más que nunca y ha dado el paso al frente. Sería justo que Madrid se lo reconociese y le acogiese como no lo ha acogido en sus últimas comparecencias. Hay gestos que merecen limar cualquier aspereza.

POSDATA.- Pero no siempre hay milagro, tras muchas horas de búsqueda y angustia el pasado sábado saltó la noticia del infortunado hallazgo del cuerpo sin vida de Miguel Lázaro en el fondo de una acequia de su querida huerta. Fue el sorista más leal que tuvo Vicente nunca, presidente del Club Taurino de Foios, alma de todas las actividades culturales que engrandecían el toreo en aquella población, un clásico en los tendidos de Valencia y Bilbao, donde acudía con leal puntualidad. Miguel, al que conocíamos también como Cañabate, fue hombre trabajador y cabal, bueno en el mejor de los sentidos. Hoy en su kiosco sobrará un Aplausos después de muchos años, será el invendido más doloroso de esta casa donde se le tenía especial estima a Miguel. (Publicado en Las Provincias)

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