LAS VERDADES DEL BARQUERO

La Magdalena de Adolfo Martín

Una seria, distinguida y brava corrida en el arranque del abono de Castellón. Dos toros, un tercero cinqueño y un sexto de categoría, muy completos, pero muy distintos entre sí también. Un noble primero, un belicoso pero brillante segundo, un quinto de calidad. El debut del ganadero en Castellón coincidió con el resultado del bombo de San Isidro, que ha deparado para el 30 de mayo, con toros de Adolfo, un cartel con gancho: Escribano, Román y Roca Rey. Se tiene por prueba de fuego para el torero peruano y…
Barquerito
viernes 05 de abril de 2019

Los dos últimos toros de la corrida de Adolfo Martín que el 24 de marzo abrió abono en Castellón salieron de muy buena nota. El quinto, cinqueño, negro entrepelado de cincha cárdena, abierto y vuelto de cuerna, fue muy aplaudido de salida. También lo fue el sexto, cárdeno, ancha cuna arremangada, bizco y degollado, más en Saltillo que cualquiera de los otros. El uno dio en báscula 511 kilos. El otro, 510. La corrida, muy bien hecha, venía rodada: dos de los cuatro toros previos -primero y tercero-, aplaudidos en el arrastre; pitado sin razón un segundo encastado y guerrero de mutante conducta brava. Rodada pero no embalada cuando se soltaron esos otros dos toros. A las siete menos diez el quinto; a las siete y cuarto el sexto y último.

En marzo los toros empiezan en Castellón a las cinco en punto. Haya o no cambio de horario. Aquí se pierde el tiempo en fruslerías gratuitas como en tantas otras plazas. Diez minutos para despejar la plaza ya despejada de antemano; la puerta de cuadras y cuadrillas dista no poco del terreno donde obliga a picar el reglamento, el caballo que pica tiene que volver en dirección contraria a las agujas del reloj y hasta que no ha desaparecido de escena no entregan los utilleros las banderillas, todo lo cual suma su cuota de tiempo muerto o vacío.

Adolfo ha sucedido a Cuadri en el fervor popular de las comisiones del bou al carrer. Seriedad, fidelidad a la palabra dada y garantía de emoción. Los aficionados que rinden culto al toro de la calle atendieron al reclamo

Las transiciones, es decir, el espacio que media entre la muerte de un toro y la suelta del siguiente, no llega a los límites obscenos de, por ejemplo, Valencia o Sevilla, pero también aquí los areneros se lo toman con calma. El pregonero, el que porta la tablilla de hierro, divisa, número, nombre, peso y edad del toro, aparece con retraso y cara de fastidio.

No hay razón lógica alguna para que los brindis al público tengan que hacerse desde el platillo o la boca de riego; una vuelta al ruedo puede durar en algunos casos tres, cuatro y hasta cinco minutos. Los hay que brindan no uno sino los dos toros de reparto. En este caso, Vicente Soler. El doble brindis o rebrindis ha dejado de ser una rareza. También los brindis suman pérdidas de tiempo que son, casi siempre, ajenas al sentido de la lidia. No tanto como el parón de banderillas. Y, en fin, laceros y mulilleros saben bien cómo demorar el arrastre de un toro cuando adivinan que el palco puede sucumbir a una petición de oreja, la primera o la segunda. La mayoría de faenas son, en fin, sencillamente interminables, asfixiantes, agotadoras.

En el caso de la corrida del 24 de marzo la única vuelta al ruedo la dio Paco Ramos, oreja en mano del toro que partió plaza y abrió feria. Una vuelta al ruedo normal. No se hizo preciso cronometrarla. Vicente Soler pretendió dar la vuelta al ruedo tras el arrastre del tercero, pero la espada -desprendida, al tercer intento y tras faena de ritmo y logros menguantes- se le había ido de la mano y la gente no consintió. De buenas maneras, pero no.

De modo que en ese punto las pérdidas de tiempo fueron mínimas, ni siquiera tangibles. No así en el apartado de avisos. Uno para Paco Ramos, que se atragantó con espada y descabello con un cuarto que lo esperó primero y no descubrió después, sino que parecía listo para arrear desde el terreno que defendía, delante de chiqueros pero no en tablas. Otro para Abel Valls con el segundo, el único de los seis de Adolfo dotado de la chispa agresiva tan propia pero ya no tan frecuente de la ganadería, y aviso por la misma razón: la espada mal blandida. El último de los tres avisos fue para Soler en el sexto toro, el más combativo de los seis. El más completo: capa, varas, banderillas, muleta y hasta entrega en la reunión con la espada.

¿Algún enviado especial de Roca Rey o José Antonio Campuzano en la corrida? No que se sepa. Tres toros de categoría habrían convencido al torero limeño de que matar en Madrid una corrida de Adolfo es, después de todo, una brillante idea

Solo que, en ese domingo de romería y paella campera en el Desierto de las Palmas y junto a la ermita de la Magdalena, los romeros taurinos se resienten en la plaza de la paliza de la peregrinación y, luego, muchos de esos tres o cuatro mil aficionados de la provincia -“los pueblos”, dicen los capitalinos- acusan a partir de la segunda hora en el circo los estragos de los almuerzos bien regados. Esos aficionados, que rinden culto al toro de la calle -el bou de carrer tan famoso- habían atendido al reclamo de la corrida de Adolfo, nuevo en esta plaza pero no en los pueblos donde se corren los toros a la antigua.

En los pueblos se cría la fama: Cuadri ha sido el ganadero predilecto de las comisiones taurinas. Por la gentileza tan reconocida del propio Fernando Cuadri y, sobre todo, porque el toro de los Cuadri, personalidad y presencia apabullantes, hondura monumental, se aviene con el ideal de los amantes de las grandes emociones. Muy grandes. Adolfo Martín ha sucedido a Fernando Cuadri en el fervor popular de las comisiones. Seriedad, fidelidad a la palabra dada y garantía de emoción. El toro de Cuadri no es particularmente ofensivo; en lo de Adolfo abundan los de cuerna pasa y vuelta. Cualquiera de los dos, por tanto.

La Diputación Provincial patrocinó y sufragó esta llamada Corrida de la Provincia donde se anunciaron tres de los cuatro matadores de toros castellonenses en activo. El cuarto, Varea, fue colocado en uno de los tres carteles estelares del abono y con una corrida de jandillas de los hermanos Matilla. Hace un año Varea mató en Castellón una corrida de Victorino que por insípida y escasa dejó amargo sabor de boca.

Solo el 10 de marzo, en la apertura del abono de Fallas, también Varea se anunció en la corrida de Victorino. Se le hicieron muy largos en la muleta los dos de lote. A los dos los toreó de capa con personal estilo: una verónica sutil y recia, de brazos pero firme y vertical, sin parentesco reconocido en el repertorio actual pero registrada en el incombustible imaginario de las fotos de época. ¿Belmonte? No la media belmontina tan trillada. Sino la entera. Un lance columpiado sobre los talones. Capote de generoso tamaño y muy desplegado, tanto que se puede ir de las manos, y a veces se va.

Las dos faenas de Varea en Valencia fueron sin motivo largas. Cinco de las seis vistas en Castellón la tarde de la Magdalena, también. Larguísimas. Solo el lindo trasteo de Paco Ramos con el primer toro de la feria se salvó del insistir, insistir y más insistir. Medida razonable porque, aunque noble de verdad, ese toro primero, la cara alta, tomó la muleta andandito por la mano izquierda. Por la otra, vino con buena gana y en embestidas muy regulares, es decir, de un solo y mismo estilo.

La corrida de Adolfo –muy listo en banderillas el cuarto- cumplió en varas con nota: prontitud, fijeza, celo bueno. Solo el segundo salió escupido de dos primeros picotazos cobrados al relance. El tercero, cinqueño, el de más seria conducta del envío, romaneó como los buenos en el primer viaje. El primero de corrida quiso caballo tan solo verlo. El cuarto cobró cuatro varas. Solo una el quinto, que se estiró con la elasticidad felina propia de la sangre Albaserrada, pero perdió las manos de tanto querer alguna vez. O habría salido derrengadito de esa única y severa vara. El picador más brillante de toda la tarde, El Patillas, le puso al sexto dos puyazos notables por todo.

El cuarto adolfo fue el único duro de roer y trajinar, Paco Ramos se pasó de faena y tiempo y a las siete menos diez, justo cuando iba a comenzar el sabroso postre de los dos últimos toros, se dejó sentir el runrún del hastío y del cansancio en una plaza como la del parque Ribalta que no es el colmo de la comodidad precisamente. ¿Algún enviado especial de Roca Rey o José Antonio Campuzano en la corrida? No que se sepa. Tres toros de categoría habrían convencido al torero limeño de que matar en Madrid una corrida de Adolfo es, después de todo, una brillante idea.

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