La Pincelada del Director

Sevilla y Manzanares, el romance por antonomasia

El alicantino, apenas veinticuatro horas después de triunfar en Arles, culminaba su particular semana de gloria en la Maestranza, su escenario favorito. A estas alturas es leyenda viva. Donde otros se encogen, él se crece
José Luis Benlloch
martes 23 de abril de 2019

Llueve. Lo hizo todo el fin de semana. Alguna alegría tenían que llevarse los camperos que van a poder contener la sangría del pienso esta primavera. No ha ocurrido lo mismo en las grandes ciudades, donde la lluvia ha sido todo un dolor y los planes empresariales, religiosos y lúdicos se han ido al traste para hacer bueno una vez más aquella teoría de los gustos y la lluvia.

Se le vio como un torero maduro, responsable, con gran suficiencia técnica, cualidades que añadidas a su prestancia y a su espada le confieren galones más allá de los amores y los caprichos

En lo taurino, como todos los años, cuando llegan estos días los ojos han estado puestos en los escenarios máximos, Sevilla y Madrid, cada una con su personalidad. Maestranza y Ventas ¡Qué miedo, qué ilusión! Eso es el toreo. Miedos, ilusiones, gozo, insatisfacciones, nunca nada es suficiente, nunca nada es perfecto. Si alguien lo lograse o solo lo creyese, sería la mejor señal para irse a casa. Pero no sucede salvo que alguien quiera engañarse. El toreo es una persecución constante o no es toreo. Nunca una faena es perfecta ni una feria redonda, cuando están las figuras suspiramos por los emergentes y cuando aparecen los emergentes preguntamos por las figuras y hasta por los presupuestos. Forma parte de su ADN.

Roca Rey se arrimó como un desheredado o más aún, en realidad como toca arrimarse a un mandón del toreo. Ponerle remilgos a posturas así suena tan cursi como injusto

Las figuras volvieron a hacer el clásico viaje Arles-Sevilla, una paliza de lo más deseable que han suavizado los aviones. El que no lo hace es porque no puede, que querer… cómo no van a querer. Sábado de Gloria y Domingo de Resurrección. Arles y Sevilla. Top se dice ahora. Manzanares afiló su espada y se cargó de moral. Tres orejas nada menos. Lorenzo defendió su papel de futurible y Morante -¡vaya doblás!- a la vista de los vídeos dejó pasajes para el recreo.

De Madrid me cuentan que lo más lucido llevó la firma de Juan Ortega, que nadie devolvió nada. Paciencia, los toreros no se hacen de un día para otro.

El alicantino, apenas veinticuatro horas después, culminaba su particular semana de gloria en la Maestranza, su escenario favorito. Sevilla y Manzanares es el romance por antonomasia. El querer verdadero. Cosas de los clásicos. A estas alturas es leyenda viva. Donde otros se encogen, el alicantino se crece. Este Domingo de Resurrección se le vio como un torero maduro, responsable, con gran suficiencia técnica, cualidades que añadidas a su prestancia y su espada le confieren galones más allá de los amores y los caprichos. Fue en una tarde en la que hubo más méritos que brillantez, sobre todo en lo que corresponde a Juli, que no acaba de tener suerte en este arranque de temporada y otro tanto habría que decir de Roca Rey, que en el sexto se arrimó como un desheredado o más, como un desesperado, en realidad como toca arrimarse a un mandón del toreo. Los remilgos ante posturas así suenan tan cursis como injustos. Igual pretendían que lo dejase para otro día. Un tío, el peruano estuvo hecho un tío y el que quiera chiflar que chifle, los ridículos son libres.

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