La Pincelada del Director

Pablo Aguado, Miguel Ángel Perera, Román…, reincidentes

Quedó claro que lo de este Aguado, el que aterciopela el riesgo, ya no es casualidad, que su naturalidad no es impostada, ni su torería aprendida, que tiene todos los ingredientes para ser un referente y crear tendencia
José Luis Benlloch
martes 21 de mayo de 2019

Lo volvieron a hacer. Reincidieron. Felizmente. Y en Madrid nada menos. A la vista del mundo mundial. Suenen pues las trompetas anunciando el paso de los triunfadores. Sobre todo para Aguado, que pasaba su primera gran reválida después del suceso de Sevilla en un ambiente de máxima expectación, detalle que por mucho que se desee no deja de ser un hándicap en la carrera de los toreros. Lo que se dice un trago. Un premio no pocas veces envenenado. Porque ya se sabe lo dados que somos los aficionados a preguntarnos aquello de “¿Lo volverá a hacer?”… “¿En Madrid también será capaz?”… Pues en Madrid, también. No era tarea fácil, sobre todo porque lo que había hecho era de difícil repetición y porque el escenario, ese Madrid lleno -y hasta vacío- pesa como un mal año al que nunca se acostumbran los toreros. Lo hizo y si me apuran lo mejoró pensando que las circunstancias no eran las más favorables o eso se suponía para su corte de torero, que no es de los de producción intensiva sino de inspiración esporádica. O así fueron siempre los artistas con los que le queremos homologar. Verán. Soplaba un viento de los que provocan desgobierno y zozobra, tuvo dos toros poco claros, una visita cargada de incertidumbre a la enfermería para comprobar cómo había quedado una rodilla que ya traía maltrecha y la tarde comenzaba a perderse en un ambiente de desilusión cuando surgió el milagro. Todo ello con la cátedra, qué digo la cátedra, el planeta toro pendiente de lo que hacía el sevillano, con esa mirada escudriñadora que adoptan los aficionados cada vez que se anuncia la aparición de un grande y piden la toga de juez.

Lo bueno es que pudo con todo ello sin renunciar un ápice a su personalidad. Porfió con las circunstancias en su primero a costa de dos volteretones y sendas palizas, visitó la enfermería y salió de la enfermería sin remilgos, sin esas teatralidades efectistas a las que recurren muchos implorando admiración y condescendencia, en realidad entró y salió con la misma responsabilidad profesional y la misma naturalidad con la que torea y acabó toreando a su segundo como en Sevilla o mejor que en Sevilla por todo lo que he querido reseñar y porque el toro no era ni mucho menos el de Sevilla. Quedó claro pues para los más reticentes que lo de este Aguado, el torero que acaricia para someter, el que aterciopela el riesgo, ya no es casualidad, que su naturalidad no es impostada, ni su torería aprendida, ni tampoco un producto exclusivo de Sevilla, que tiene todos los ingredientes para ser un referente y crear tendencia. Es bueno que los chicos -el futuro es de los chicos- comprueben que se puede ser figura desde planteamientos distintos, que no es necesario ser un gran técnico, ni un gimnasta, ni retorcerse, ni ponerse una pistola en la sien sin que ello suponga desmerecer a quienes lo hacen, al contrario, solo resalto que también se puede ser torero desde posturas más poéticas. Por todo ello en Madrid Aguado se ha ganado el derecho a la espera, quedó claro que cuando el milagro de esa despaciosidad no sea posible vale la pena volver por si surge. Por cierto, en Madrid mató fatal, algo se tenía que dejar para otro día.

Es difícil entender la bronca a quien acaba de cuajar un toro de la exigencia de Pijotero porque lo cuajabas o te arruinaba. La bronca, la petición de dimisión, el chorreo… debe ser para el usía, no para Perera, pero en Madrid todo es posible

La feria ha arrancado fuerte. Con las pasiones desatadas en la arena y en los tendidos, de otra forma no sería Madrid. Perera entra en el paquete afortunado de los que lo volvieron a hacer. En realidad lo logró por séptima vez en su carrera. Como tanto gustan de decir los compañeros del deporte, eso es información y no opinión. A las siete puertas grandes me refiero, aunque esta vez no pudiese esquivar la polémica que generó un palco desconcertante, que un día se pone un bigote y el siguiente un babero, cuyos pecados quisieron algunos que recayesen sobre el propio torero que quedó atrapado entre dos aguas. El extremeño hizo lo que tenía que hacer: primero afrontar el reto de un gran toro, otro toro importante de Fuente Ymbro, lucirse y hacerlo lucir en pasajes de gran emoción y luego respetar la decisión de una mayoría de público que había pedido las dos orejas, eso no se puede obviar. Así que no cabía ningún tipo de renuncia a riesgo de caer en la desconsideración hacia los que habían decidido que era de dos. A partir de esa realidad se hace difícil entender la bronca a quien acaba de cuajar y bien un toro de esa exigencia porque lo cuajas o te arruina. Si fue excesivo el premio, que seguramente lo fue aunque hay opiniones para todos los gustos, la bronca, los pliegos de firmas, la dimisión, el chorreo… debe ser para el usía, no para el torero, pero en situaciones tan pasionales como esa todo es entendible. Con un Madrid es Madrid y el recuerdo del toro Pijotero galopando en respuesta a los cites gallardos de Perera, queda explicado todo. Valió la pena.

Hubo más reincidentes. Román mismamente. El valenciano de la sonrisa y las frases inacabadas, el tipo más sincero y menos convencional del toreo, se puso la lógica lidiadora y la prudencia por montera y volvió a emocionar. Una vez más. Eso no se debe hacer se le dice, ¡Piensa! le insisten, todo sin el menor resultado, cada cual es cada cual y este Román, afortunadamente, es como es, un tipo que vuela libre y al que no hay que animarle para que se la juegue ni decirle ponte, más bien al contrario. En este San Isidro, reincidente él, no es la primera vez, volvió a poner la tila por las nubes como solían escribir los antiguos revisteros y todos aparcamos los academicismos de salón, o casi todos, para contener la respiración. ¡Está loco!… ¡Dos cojones!… ¡Román, joder!… Le negaron la oreja porque todavía resonaban los ecos de la bronca por la puerta grande de Perera y el usía apostó a conservador, o porque medir peticiones no es lo suyo, o simplemente porque no sabe, no entiende, no siente, pero nadie le puede negar a Román su entrega ni el coraje ni la responsabilidad torera. ¿Que asusta?… pues claro que asusta, pero no es ese un mal verbo en el toreo.

Ginés Marín fue otro de los que reincidieron. Volvió a mostrar su mejor faceta. Sin acabar de desprenderse de ese halo de tristeza que le acompaña últimamente en la plaza, toreó con verdad y cabeza, tuvo fe en un toro que no era claro y acabó sometiéndolo, le arrancó naturales muy hondos y de mucha verdad además de matarlo con gran exposición. El chico de los Adame fue otro de los que reeditó su mejor versión. Diría que incluso la mejoró. Toreó por momentos con unas maneras que no se le conocían y que no quisieron reconocerle in situ, puro prejuicio, porque su toreo al natural a un toro excelente tuvo tempo y trazo de toreo caro, lo mismo que las verónicas de recibo y la estocada en la suerte de recibir, nada que conmoviese a la presidencia que, para entonces, seguía con el síndrome Perera comiéndole la sesera. Y no conviene olvidar a Álvaro Lorenzo, que mantuvo su crédito de buen torero y que si bien no es de los que se arrebatan hace el toreo sin prisas, con cabeza y buena escuela.

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