LAS VERDADES DEL BARQUERO

Cuatro tardes de mayo

Con Roca Rey y Pablo Aguado de protagonistas privilegiados y por todo singulares. Dos corridas de Cuvillo y Jandilla en Sevilla, y otras dos de Montalvo y Parladé en Madrid. Cinco toros de nota. Cuatro fechas de las llamadas históricas en la feria de Abril y en San Isidro. Una rivalidad de momento a distancia entre un torrencial torero de masas y otro que encarna la magia de los toreros de culto
Barquerito
lunes 27 de mayo de 2019

Cuatro de las primeras dieciocho tardes de toros de mayo han hecho temblar la tierra. El planeta de los toros. El viernes 3 en Sevilla, con una corrida de hasta dos sobreros de Cuvillo, Roca Rey firmó la que habrá sido su más redonda faena en la Maestranza.

Los sorteos no le han sido nunca propicios en Sevilla. Ni siquiera en esa tarde del 3 de mayo. Se llevó del reparto dos cinqueños. Cinqueña era la corrida toda con la sola excepción del único colorado que entró en sorteo, que fue el segundo. Los veterinarios de Sevilla, hiperactivos en la última edición de la feria de Abril, han jugado al ratón y el gato casi a diario. No se han dado cifras del número de toros rechazados en los reconocimientos. Se conocerán algún día.

Cuvillo fue el ganadero más perjudicado por los filtros y fielatos. La corrida hubo de recomponerse entera y, que se sepa, sin repescas. La misma mañana del sorteo se desembarcaron toros de recambio. Como la ganadería es larga, el quita y pon se resolvió sin más. De Cuvillo se han jugado en Sevilla unos cuantos toros mayores de edad, pero lo raro fue que se tratara de la corrida casi entera. Los dos sobreros, también.

“El valor de sangre fría y sin arrebatos. De aire imprudente cuando parece el riesgo atropellar la razón. Esa es seña de identidad del torero limeño desde sus primeros pasos. La ciencia y la experiencia le han enseñado a protegerse sin escatimar el riesgo”

De los dos, el primero, destino Roca Rey, cumplió visita de cortesía en el caballo de pica y, flojo y perezoso después de banderillas, se defendió en la muleta. Una manera de defenderse no activa sino de mera resistencia: pararse, medir, probar. Esa clase de toros se predican como deslucidos, pero en realidad aquilatan los bemoles del torero de turno. Su valor. No son toros de público, ni de ganadero, ni de torero tampoco. Pero cuentan.

Antes de subirse a la cresta de la ola, e incluso estando ya instalado en ella sin intención de apearse, Roca Rey tiene cuajadas faenas de méritos y logros caros con toros de los llamados deslucidos. Con los rajados e imprevisibles en terrenos de chiqueros. Con los probones, que han puesto a prueba precisamente su valor sin fisuras tanto como los cobardones huidos. El valor de sangre fría y sin arrebatos. De aire imprudente cuando parece el riesgo atropellar la razón. Esa es seña de identidad del torero limeño desde sus primeros pasos. La ciencia y la experiencia le han enseñado a protegerse sin escatimar el riesgo. A lo largo de la pasada temporada se hizo patente el proceso. Proceso y progreso. Para no estar expuesto en todos los trances.

Con el toro parado y mirón, el atrevimiento ha seguido siendo más o menos el mismo de siempre, porque el grado de riesgo depende de las circunstancias: del lugar, de la fecha, del toro que sea. El catálogo de aventuras de Roca Rey durante las tres últimas temporadas es muy extenso. Por eso se ha convertido en lo que en el mejor sentido de la palabra se llama un torero de masas. Harían falta unos cuantos como él, se escucha decir y repetir entre taurinos de todos los signos.

La figura del torero de masas se ha asociado siempre con la idea de la heterodoxia. Solo que la parte heterodoxa de Roca es tan solo una corteza, una costra impostada de peso taurino específico poco relevante, una gratuita puesta en escena. Espectaculares alardes, posturas afectadas, lances de montaña rusa. Lo que importa es el poder de verdad, condición imprescindible para que el torero de masas se sostenga inmarcesible y, si se trata de uno precoz, siga creciendo como la espuma y a ritmo sostenido.

Del ritmo para torear de muleta ha hecho Roca Rey escuela cabal. Ante el toro que no prueba ni mide ni se para ni espera. Del ritmo derivan las faenas volcánicas en las que todo pasa muy seguido y el toreo mana con devastadora abundancia. De todo lo cual, sobre la base del ritmo, el encaje y el ajuste, Roca dio ejemplo sobrado la tarde de los cuvillos con un sexto toro Encendido que rodó a sus pies con una de esas estocadas en corto, en la yema y hasta el puño que son el finis coronat opus que rubrica esos siete minutos y pico de auténtica locura.

“Pablo Aguado, el toreo tenido por exclusivamente sevillano, de orfebres locales, ingrávido y sutil, fantástica pompa de jabón. Muñecas, cintura, yemas de los dedos, engaños mínimos, sofocante lentitud, sencilla solemnidad”

Solo una semana después volvió Roca Rey a torear en el abono de Sevilla la tercera de sus cuatro tardes firmadas del abono. No hay billetes. La siempre golosa corrida de Jandilla. Morante por delante. Y la incógnita relativa de Pablo Aguado, solo dos corridas de toros en Sevilla en el expediente. La tarde del 10 de mayo fue la de la consagración de Pablo Aguado. Fiesta mayor en Sevilla por el redescubrimiento y la reinterpretación pura del toreo de arte y escuela, el toreo tenido por exclusivamente sevillano, de orfebres locales, ingrávido y sutil, fantástica pompa de jabón. Muñecas, cintura, yemas de los dedos, engaños mínimos, sofocante lentitud, sencilla solemnidad.

Dos faenas espléndidas y distintas. Febril la del sexto jandilla, armónica y sedosa la del tercero. Un total de apenas cuarenta muletazos. Dos estocadas a ley. Y muestras sobradas del toreo de capa ajeno a los vaivenes del repertorio abierto. La verónica y su media, la chicuelina rescatada del molde antiguo y no burdo remedo.

La irrupción de Aguado fue en el fondo tan volcánica como pueda serlo la faena más tronante de Roca Rey. Solo que en aquella corrida Pablo pasó a convertirse en lo que se entiende por un torero de culto. Se ha llamado de culto a los toreros que apenas se ve torear pero lo hicieron como nadie más de una vez. Y a los marginales de leyenda, también. ¿Nombres? Ahora no toca.

En puridad, sin embargo, el de culto es el torero que convierte el toreo en milagroso arte de magia. El torero mago. El toro seducido. Roca acusó el golpe de la faena de la magia de Pablo. Era la primera vez que alternaban en un mismo cartel. Morante salió escopetado a defender su trono de Sevilla después de la proclamación de Aguado. No hubo manera. A Roca pareció pesarle de pronto en las manos la muleta, ese engaño lívido y ligero que sabe mecer y gobernar como pocos. Y, en fin, se viene desde entonces hablando de tarde histórica no sin motivo. Una puerta del Príncipe, un asalto al palacio. Poner las cosas en su sitio, reza una maliciosa sentencia taurina. Volver al pasado para iniciar el futuro.

“Una manera de defenderse no activa sino de mera resistencia: pararse, medir, probar. Esa clase de toros se predican como deslucidos, pero en realidad aquilatan los bemoles del torero de turno. Su valor. No son toros de público, ni de ganadero, ni de torero”

Y, al cabo, otras dos tardes de mayo en Madrid, la primera de las cuales, la del 18 de mayo entrará en el catálogo de las históricas porque fue la de proclamación y consagración de Pablo Aguado en las Ventas, su definitiva revelación. La segunda, la del 22 de mayo, porque Roca Rey vino a acreditar, refrescar y enriquecer sus talentos, su carácter, su valor, su genio como torero de arrastrar. Arrastrar gente, llenar, irse a los medios con el toro que sea, traérselo de largo al templado y sabio modo de César Rincón -referencia indiscutible-, no cansarse, reventar la pompa misma de jabón.

Los prodigios de Aguado: los hay que se saben de memoria la faena de la consagración de Madrid aunque hayan renunciado a revisitar grabaciones. Gente que salió bramando y toreando de la plaza tras la faena al encastado toro de Montalvo de la apoteosis. Y los prodigios de Roca Rey con el Maderero de Juan Pedro Domecq. Entre los cuales, una tanda al natural muy de última hora que dejó con la boca abierta al mismo anónimo que, un momento antes cuando parecía que la coda de faena sería una serie de alardes, reclamó desde una grada de sol y sombra: “¡Déjate de tonterías y torea!”. Y eso hizo: torear. ¡Y cómo!

Fotos: JAVIER ARROYO y PLAZA 1

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