Yo, como todos los chavales de mi tierra, fui y soy aficionado, al menos, habitual al toro desde la infancia. Todo tipo de espectáculo con toros. El que pasaba con la cuerda por delante de la casa, el que se exhibía en la plaza del pueblo, al que le llevaba el padre o el abuelo a la Magdalena de Castellón, o a las Fallas, o a la Feria de Julio de Valencia (que era mucho más importante que la feria de marzo). O a Vinaroz, con los mejores langostinos que he comido en toda mi vida. Una plaza pegada al mar, en la arena de la playa, y a la que me llevaba mi padre con su amigo Salvador Dalí, que ya muchos años más tarde, trabajando en la Televisión Española con Mariví Romero en el programa Revista de Toros, me permitió hacerle, en su genial guarida, una entrevista en la que yo flipaba en colores y que tuvo mucha repercusión. Me llamaba mucho la atención lo diferente que era este genio cuando actuaba en público de cuando lo hacía en privado. A aquel catalán universal sí que le gustaban los toros.
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