En una playa de Cai me encontré con una frustración y una contradicción. Las saludé a ambas con el saludo con el que se saluda a lo que se quiere que se vaya: que me alegro de verte, “adió”. Abriendo la boca para hablar, vino un golpe de arena y la tierra fina se metió hasta el paladar. La frustración, en lugar de irse, se quedó porque, entre otras cosas, el forastero soy yo y ella es nativa. La contradicción se llegó a introducir hasta el esófago del alma. Les explico.
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