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El animalismo como distopía

Carlos Ruiz Villasuso
domingo 08 de septiembre de 2019

La utopía es un ideal de la representación de una civilización, forma de gobierno o mundo social imaginario, irrealizable y paralelo (no alternativa) al mundo real. Las utopías, no por irrealizables y paralelas a lo real, son agresivas con la humanidad. Idealizan. No hay perversión o agresión en la Utopía de Tomás Moro, ni en la República de Platón, ni en La Nueva Atlántida de Francis Bacon. Propuestas todas ellas de modelos idealistas de sociedades, absolutamente irrealizables, pero con el eje del ser humano en esa idealización.

Sin embargo, la propuesta del animalismo no es una utopía. Es una distopía. La RAE dice que distopía es una “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. Proponer un ideal social en el que el animal tenga los mismos derechos que el ser humano es una propuesta de alienación humana. Agreden la base del humanismo y trabajan para sustituirlo. Una utopía simula o aparenta que es posible un modelo social idealizable para el ser humano. Una distopía como el animalismo no simula, sino que disimula al ser humano. Disimula que más de la mitad de la población de los humanos de este planeta, ocho millones, por ejemplo, en este país, carecen de lo básico para vivir.

El animalismo ningunea al ser humano precario, lo hace desaparecer, disimula su existencia. Su ser humano es el ser humano del mundo del confort, que ya no ha de usar al animal para sus necesidades, sino hacerlo semejante. Ningunea porque hace de un alguien (millones de seres humanos en continentes, países, ciudades) un ninguno: no existe el humano en precariedad, no es necesario hacer una sociedad mejor y más humana para esos millones de seres humanos sino para los animales. Y nada y nadie no pertenecen al mundo de lo utópico sino a la perversión de lo distópico.

Distopía. H.G. Wells escribió La máquina del tiempo; Aldous Huxley, Un mundo feliz y George Orwell, Rebelión en la granja. Libros críticos para con las ideas totalitarias e igualitarias, para las propuestas como las del animalismo. Hago esta distinción severa porque tratar de calificar una ideología económica y social de un poder financiero de unos 100.000.000 millones de euros (animalismo como distopía que blanquea el negocio del mascotismo) es un error grave. La palabra utopía no causa alarma, suena sin agresividad en el oído, casi de forma poética. Usarla para definir al movimiento social animalista es blanquear su totalitarismo social/económico anti humanista.

Qué tienen de común utopía y distopía. Que todas son ideas urbanas. De ciudad. De la polis griega en el caso de Platón, del Londres de Tomás Moro… La ciudad como lugar nuevo en donde comenzar a idealizar una humanidad nueva. El animalismo también nace en la ciudad. Pero con dos radicales diferencias. La utopía de la República nacía en la ciudad nueva para superar ese mismo concepto de ciudad hacia un modelo social más amplio. La distopía nace en la ciudad, pero cuando la ciudad ya es elemento viejo, atrasado, reiterado. No trata de pasar de la ciudad Estado griega hacia el País República. No. Al revés. Propone una involución humana.

Trata de regresar al modelo de ciudad Estado. Propone una megalópolis de asfalto en donde el ser humano de bienestar conviva con un nuevo ser: la mascota. Propone el abandono de lo rural en los países de bienestar como el nuestro (en 2045 el 90 % del territorio nacional, lo rural, estará habitado sólo por el 8 % de los españoles) para vivir en las grandes ciudades Estado. Un nuevo modelo de relación humano/mascota. España tendrá el 75 % de su población metida en 11 capitales. Y, al mismo tiempo, propone disimular, negar, olvidar, abandonar, la existencia de más de la mitad de la población del planeta, humanos a los que no se les dedicará los recursos que emplearemos en ese nuevo ser llamado mascota para el que se invertirá, en apenas tres décadas, más de un tercio de nuestro Producto Interior Bruto. Hablemos de esto. Todos los días. A todas horas. Nos jugamos ser seres humanos. Toda la biomasa de animales grandes del planeta se reparte así: 300 toneladas de humanos; 100 de animales salvajes y… 700 de animales domésticos y mascotas. Pregunto: ¿a quién sirve el animalismo? ¿A los 100 millones de animales salvajes o a los 300 de humanos? No y no. El negocio está en los otros 700 millones de biomasa.

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