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Estatuto amateur del novillero

Carlos Ruiz Villasuso
domingo 24 de noviembre de 2019

Todo cae por su propio peso, sobre todo, el sobrepeso. Y el sobrepeso consiste en esto: que el toreo ha creado una estructura inversa a la natural, una pirámide invertida en donde pretendemos que la parte más estrecha apuntale el futuro de la parte más ancha. La parte más estrecha de este triángulo equilátero al revés son los novilleros/novilladas (pocos y pocas) y la parte más ancha y superior es la del toreo y los matadores de toros. Esto sólo sucede en el toreo: la cantera es más reducida que el campo de lo profesional. El fútbol base más chico que los futbolistas profesionales.

Uno se pregunta por qué. Y la razón es la misma que he tratado de apuntar a los responsables de este tinglado hace muchos años. En el toreo es tan profesional un novillero como la máxima figura del toreo. Por esta razón ni existe base ni existe cantera ni existe nada que no sea un espectro profesional a todos los efectos, cuyos costes lo hacen inviable y que está gritando medidas urgentes.

Miren el escalafón de este año: 145 matadores han toreado este año al menos una corrida de toros. Hay más en activo, pero no han toreado. El de los novilleros nos dice que han toreado 136. Y de ellos, la gran mayoría no llega a las diez novilladas. ¿Por qué? Porque a todos los efectos son profesionales, con costes de profesional. Un chaval que no sabe si quiere ser torero aún, si puede serlo, si tiene talento y capacidad para serlo, soporta el sobrepeso de unos gastos insoportables.

Medidas sin base definitoria legal sobre el novillero van a mantener esa polémica cainita de quién cede, si los subalternos, si los ganaderos, si la Administración… Un estatuto amateur retrataría a todos porque a todos les iba a obligar a lo mismo: a no cargar sobre la espalda de un chico su sueldo, su peonada, su impuesto o su lo que sea

Por otra parte, quien organiza, ya sea con dinero privado o público, novilladas, sabe que va a perder dinero. Dicha esta realidad nada desconocida, andan las huestes del toreo debatiendo y discutiendo cuestiones sin detenerse en una que, o se hace real, o las novilladas no tienen solución: la redacción y aprobación de un estatuto de amateur del novillero.

No se trata de decir qué es una novillada sino de definir qué es un novillero. Y este ha de ser considerado de forma legal y reglamentaria como un amateur a los que se le apliquen la fiscalidad del no profesional, el personal de apoyo (lidia) para un no profesional, los costes de plaza (cero) para un no profesional, los impuestos de lo no profesional. Solo definiendo qué es un novillero se puede defender al novillero.

El teatro amateur existe, está reglado y tiene unos costes y ayudas, como el deporte y como tantas otras actividades. Se sabe qué es porque se sabe quién es ese amateur. Un no profesional. ¿No nos da vergüenza o sonrojo poner sobre la espalda de un chaval una carga de dinero, de salarios, permisos, gastos administrativos…? No. No nos la da. Y por eso el novillero es un ente que no se sabe quién es. Y, ¡oh!, paradoja, se anda tratando de decir qué son y cómo hacer novilladas. Cómo vender ese pan sin saber qué harina es la del pan.

Cualquier acuerdo que se tome sobre las novilladas que no insistan en la redacción y aprobación de su estatuto como no profesional, será un acierto traducido como un error en tránsito. Porque medidas sin base definitoria legal sobre el novillero van a mantener esa polémica cainita de quién cede, si los subalternos, si los ganaderos, si la Administración… Un estatuto amateur retrataría a todos porque a todos les iba a obligar a lo mismo: a no cargar sobre la espalda de un chico su sueldo, su peonada, su impuesto o su lo que sea.

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