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Mi libro

Carlos Ruiz Villasuso
viernes 29 de noviembre de 2019

En aquel programa de la televisión, cuando Mercedes Milá hacía de su programa su propio orgasmo, Paco Umbral le espetó un así: “A mí me importa poco todo esto, yo he venido aquí a hablar de mi libro”. Porque le habían llamado al programa por su nuevo libro, tenía razón. A mí nadie me ha llamado aquí para hablar de mi nuevo libro, pero lo voy a hacer, con permiso de mis “compis” de Aplausos, gente paciente que ha aguantado todas mis teorías sobre el color de los suspiros.

En cada profesión, pero sobre todo en cada arte, hay una especie de “derecho irrenunciable a la queja”. El que pinta dice que no hay derecho a que su arte no sea expuesto. Igual que el que hace esculturas o poemas. Un ganadero se queja de que siempre lidian los mismos y lo mismo dicen muchos toreros y lo refrendan aficionados. Es el sistema, dicen. Y, entonces: ¿qué pasa con mi libro, además de no pasar nada? Un indiferente.

Lo que pase con el que no torea, con el que no ve expuesta su obra pictórica o con el cuatreño que no sale al ruedo de una plaza es indiferente al toreo, a la pintura o a la ganadería. Soy de los que creen que no existe sistema sino, simplemente, algunos hemos de pasar por la prueba de la fe en uno mismo. Los toreros que son buenos toreros sólo han de tener fe y aguante. El ganadero, ídem. Y los que escribimos, también. El derecho a quejarse existe, pero es estéril, gasta energía y provoca una idea de rencor en la espera injusta. Muy estúpido todo.

De la misma forma que Ojeda u Ortega Cano tuvieron su fe, la tuvo García Márquez para ver cómo por más de veinte años despreciaban su Cien años de soledad. Y hay muchos más casos. No todos pueden ser Mozart o El Juli. Yo, al escuchar esas quejas con derecho a quejarse, creo que son una pérdida de tiempo y una erosión del talento propio. Pero, para que quede claro, yo aquí, hoy, he venido a hablar de mi libro.

A veces el talento se dispersa, a veces se mira al ombligo o, simplemente, es un talento fuera de lugar o tiempo. En este caso, echémosle la culpa al empedrado, que es la insospechada, inusual y multitudinaria querencia a lo mediocre. Lo peor es el éxito del mediocre porque un mediocre jamás se cura de su éxito. Se cree con derecho al siguiente

Se queja todo el país, al parecer, de cómo nos va. Y se queja después de meterle mano a la urna, eso que llaman democracia y que sólo es votar. Se quejan de sus propias creaciones, dejando a la queja en pelotas: tenemos en política justo lo que nos refleja. Este país y sus políticos casan bien. Digan lo que digan las quejas.

El sentido de lo justo es ficticio. Entiéndase justo como eso que da equilibrio al talento/capacidad de alguien y su reconocimiento. Si Márquez, Isabel Allende, Cervantes y otros muchos talentosos y hasta genios, léase Paco Ojeda, hubieran vivido aferrados al sentido de lo justo, no existirían. Y en estos tiempos de necedad, al albur siempre de una ocurrencia, de un cínico o de un banco, el sentido de lo justo es catatónico. Pero, hablemos de mi libro, que para eso he venido hoy.

A veces el talento se dispersa, a veces se mira al ombligo o, simplemente, es un talento fuera de lugar o tiempo. En este caso, echémosle la culpa al empedrado. Y os voy a definir empedrado: la insospechada, inusual y multitudinaria querencia a lo mediocre. Lo peor es el éxito del mediocre, la cultura del éxito del mediocre en tertulias de bufanda, en libros pésimos de ocurrencias salivares… en toreros de reiterada impostura trágica o técnica o artística. Y digo que es lo peor porque un mediocre jamás se cura de su éxito. Se cree con derecho al siguiente. Un talentoso se levanta pronto del KO de un fracaso a expensas del que le va a venir. Ahora hablo de mi nuevo libro.

Mi nuevo libro es un libro. El autor dice que es sencillamente genial. Yo no discrepo. Es novela larga y hay droga, narcos, muertos, vivos, mafias, México, España, Rusia, presidentes de gobierno y señoras putas. Reales y ficticios. Todo real en ficción, menos las señoras putas, que son ficción de lo real. Como otras veces, es una paradoja: dicen que es genial pero no lo publica nadie grande. Tengo una marca, la del toreo, que vive en cordón sanitario. Tarde para quitarme el estigma y, además, no se pone en los cojones. Un día alguien desde dentro de la tauromaquia llegará a ser reconocido fuera de sus muros y ya no acudiremos a la importación.

¿Que qué pienso yo? Que ando fatal con la espada.

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