POR PACO CAÑAMERO

Adiós a un valiente

Paco Cañamero
sábado 02 de mayo de 2020

Se nos fue Dámaso Gómez esta mañana de sábado, cuando en Madrid -su Madrid- sonaban los campanas festivas para celebrar la Fiesta de la Comunidad, en esta ocasión desde este confinamiento, convertido en un arresto domiciliario dentro de casa. Se va aquel León de Chamberí, tan valiente y grandioso torero, dejando escrita una importantísima página que se prolonga desde la década de los años 50 hasta el inicio de los 80, en todas rubricada por su entrega y capacidad entre los grandísimos diestros que compartió cartel, desde su admirado Luis Miguel, pasando por Ordóñez, Rafael Ortega (otra debilidad suya), César y Curro Girón, Julio Aparicio, El Litri, Gregorio Sánchez… junto a la siguiente hornada formada por Puerta, Camino, El Viti, Andrés Vázquez, Paquirri, Teruel… Rivalizando con ellos, Dámaso Gómez se ganó el sello de torero de toreros, de profesionales y de los buenos aficionados, quienes supieron calar su interpretación y pureza. Aún así la historia, injustamente, no le ha dado el sitio relevante que se supo ganar, muchas veces con corridas terroríficas, frente a las que logró parte de sus más notables triunfos.

Desde joven, era todavía novillero, se estableció en Salamanca y allí pronto se hizo un sitio de postín entre los ganaderos, quienes le respetaron y confiaron en él las labores de tentadero, mientras su nombre alcanzaba el máximo prestigio. Fue protegido del señor Juan Luis Fraile, padre de los actuales hermanos Fraile y gozó de predicamento en la casa ganadera de Lisardo Sánchez, siendo habitual en sus tentaderos, donde era un primor verlo; al igual que en la de Atanasio Fernández, Manolo Cobaleda y otras muchas. Su nombre de excelente tentador fue una referencia en la Salamanca ganadera de los 60 y 70.

Y tanto en el campo como en la plaza, Dámaso, era un personaje puro e íntegro. Decía las cosas tal cual las sentía sin esconderse jamás, ni estar pendiente del qué dirán. Con él hablé muchas tardes de tentadero en El Puerto de la Calderilla, la finca de su íntimo amigo Lorenzo Fraile y también en las tardes de toros de la feria de Salamanca de finales de los 80 y principios de los 90. Entonces, el viejo Chopera -Manolo- le invitaba al palco de prensa y era un privilegio tenerle al lado. Nada menos que a ese Dámaso fue a quien, vestido de verde botella y oro, con su melena blanquecina y aleonada, vi retirarse un día de San Mateo en La Glorieta frente a una cornalona corrida del Conde de la Corte. Tarde para la historia en la que dijo adiós el viejo maestro del barrio madrileño de Chamberí, con su garra de siempre, al salir a matar a su segundo con cuatro costillas rotas ante la negativa del equipo médico. Fue en la misma corrida que Espartaco, cuya carrera hacía aguas, se consagró con Albahaca para volver a tomar aire y donde el aroma de Juan José impregnó La Glorieta.

Con Dámaso se va un colosal torero, a quien la historia no hizo justicia, pero que dejó su nombre escrito en el corazón de los profesionales. También dice adiós un tipo íntegro y muy puro, al igual que lo fue era delante del toro. DEP, maestro.

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