CAMADA 2020

Cristina Moratiel, ganadera de Baltasar Ibán: “El toro que no transmite emoción no me gusta”

José Miguel Arruego
sábado 09 de mayo de 2020

Fotos: JAVIER ARROYO

“No queremos otro tipo de toro”. Así de contundente empieza su alocución Cristina Moratiel, representante de la ganadería de Baltasar Ibán, que tiene claro lo que tiene en el campo y no variará la apuesta. Aplausos visitó el Cortijo Wellington antes de que el coronavirus pusiera patas arriba la temporada. Allí se remataban tres corridas de toros y tres novilladas con la idea de ser lidiadas en los próximos meses, aunque a día de hoy parece imposible. Una camada de la que su propietaria destaca las hechuras “muy en contreras” de esos encierros: “Toros bajos, llenos, pero muy bien armados, tremendamente astifinos”. ¿Los pelajes? “La variedad cromática clásica en nuestra divisa: mucho toro colorado, castaño, negro y un montón de salpicados y bragados”, concluye.

“En 2019 hubo un buen puñado de toros y novillos encastados en nuestra camada, ese toro encastado, bravo y con picante que siempre hemos buscado en casa”, explica Moratiel, que profundiza en su ideal ganadero: “El toro bravo es muy exigente pero si un torero es capaz de tirar la moneda, te lo da todo. Eso genera emoción, que es la cualidad que yo busco cuando acudo a una plaza como aficionada: emocionarme. El toro que no transmite emoción no me gusta, y si una corrida no me emociona, prefiero ir al cine”, sentencia.

“El toro bravo es muy exigente pero si un torero es capaz de tirar la moneda, te lo da todo”

Cuando le pedimos distinguir entre bravura y raza, incluso decantarse por una de las dos virtudes para definir su embestida soñada, la ganadera argumenta que “nunca he pensado cómo definir ambos términos. Bravura es lo que hace al toro atacar y volver. Que vaya la primera vez al caballo no es tan importante como la segunda, porque ahí ya sabe lo que le van a hacer. La casta, sin embargo, es lo que le hace mantenerse en pie y seguir acometiendo aunque tenga, por ejemplo, una mano rota, como he visto en alguna ocasión”.

Por eso, y a modo de síntesis, Cristina añade: “No buscamos ni más suavidad ni más fiereza. Queremos la bravura encastada y con clase; un toro que permite mucho si le puedes; que no se quiere comer a nadie y es muy agradecido, pero muy exigente. Hay que hacérselo todo muy bien; es de los que te pide el carnet y no aguanta un descuido; exige todo por abajo, que no le toquen el hocico y, sobre todo, distancia. Y entonces embiste humillado, con fijeza y repitiendo. Nuestra identidad es el toro bravo porque sin él ni hay espectáculo ni existiría la Fiesta”.

En lo referente a la morfología, su propietaria describe el animal que cría como “un toro bajito, corto de manos, fino de cabos, no muy enmorrillado, largo de cuello y con poca culata… un toro fino y con una mirada muy seria. Creo que tienen la nobleza de contreras y la bravura de fonseca, una muy buena combinación, porque nuestro toro, hay que tenerlo en cuenta, no es contreras puro. A principios de la década de los 70, Baltasar Ibán se anticipó a lo que iban a ser las exigencias en cuanto a morfología, y fijó el cruce con lo de María Antonia Fonseca, que nosotros refrescamos hace unos años, de manera puntual y muy controlada, con lo de Pedraza de Yeltes porque teníamos la ganadería muy cerrada y temí la consanguinidad. Pero a estas alturas, el cruce Contreras-Fonseca está muy fijado y de hecho Baltasar Ibán está considerado como un encaste”.

“La última venta que hicimos fue a Palha, hace ya varios años. Ahora no vendo nada por egoísmo, no quiero que nadie tenga Baltasar Ibán”

Se habla de encaste, porque, además de mantener dicho cruce, esta ganadería ha sido madre de otras tantos en España como fuera de nuestras fronteras: “La última venta que hicimos fue a Palha, hace ya varios años, que creo que lo mantiene en pureza y por separado. Hubo también hace años alguna venta pequeña que ya no existe e incluso antes de que yo llegara se exportó ganado a Ecuador. Ganaderías como Santa Rosa de Lima o Campo Bravo parten de nuestra simiente”, subraya Moratiel antes de aseverar con gran sinceridad y sin paños calientes que “ahora no vendo nada por egoísmo, no quiero que nadie tenga Baltasar Ibán”.

Respecto a la consideración que el aficionado tiene de los toros de la divisa rosa y verde su propietaria reflexiona: “No considero que Baltasar Ibán sea una ganadería dura, la veo brava. Somos independientes al resto, no somos comerciales en el marco de una ganadería que siempre se ha mantenido sobre 180 vacas de vientre. Hay que tener en cuenta que la ganadería es bastante corta, sacamos seis o siete corridas anuales. Actualmente, el mercado sí demanda encastes distintos al de domecq, se valora mucho en ferias importantes y, desde luego, en Francia”.

Junto a Cristina Moratiel es indispensable la figura del mayoral de la vacada, Domingo González, mucho más que el conocedor de la ganadería, con quien la propietaria forma una mancuerna perfecta: “Como bien saben los que nos conocen, el que tiene la última palabra es Domingo, que además es mucho más exigente que yo. Tenemos la suerte de compartir criterios, así que remamos en el mismo sentido. Fíjate que normalmente, en entrevistas o cuando recojo un premio, hablo en plural, y no es plural mayestático, hablo de la importancia que él tiene en el día a día de la ganadería”.

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