La revolera

El pensamiento único

Paco Mora
lunes 25 de mayo de 2020

Napoleón fue confinado en la isla de Santa Elena donde murió de tristeza y soledad, y dice la letra pequeña de la Historia que guardado su corazón en un frasco de cristal, este cayó al suelo y se lo comió una rata. El Conde de Montecristo, que adquirió ese nombre por denominarse así el islote en el que lo enterraron en vida para quitarlo de en medio, porque estorbaba a los planes de los poderosos de su entorno, acabó mejor porque pudo escapar y vengarse de sus crueles enemigos. Son solo dos historias de confinamiento, una real y otra literaria, pero ha habido muchas más, unas conocidas y otras ignoradas. Quizás por ese poso trágico, el hecho de haber estado confinado durante más de dos meses ha propiciado que, en vez de tambalearse se hayan reforzado los cimientos de de mis ideas y convicciones.

El confinamiento es un estado antinatural para el ser humano, porque el hombre nació libre para vivir libre y morir cuando, de forma natural o por accidente, termine su ciclo vital. Cuando el confinamiento alcanza a la totalidad de la población de un pueblo, los que lo organizan y vigilan su complimiento suelen aprovechar la inanidad a que queda reducido el individuo para cambiarle los esquemas de vida a su conveniencia. Las mentes totalitarias solo entienden el poder absoluto, y nada mejor para conseguirlo que despersonalizar al individuo, convirtiéndolo en súbdito, despojándolo de sus gustos, aficiones, ideas y pensamientos. Creando así una masa obediente y borreguil que les permita ejercer su imperio incluso sobre los sentimientos de los sometidos a su poder cuasi divino.

Los aficionados a los toros, y no digamos los ganaderos, toreros y empresarios taurinos, estamos sufriendo un duro proceso de lavado de cerebro por parte de unos políticos a los que el anonadamiento de una población asustada por la epidemia de Covid-19 que amenaza con diezmarla, porque científicamente todavía no se perciben en el horizonte medios para hacerle frente, y mucho menos vencerla, facilita la tarea de convertirnos en una manada de seres despersonalizados y sumisos, que acabemos dando la razon a nuestros nuevos dioses paganos, negándonos a nosotros mismos el libre albedrio de que nos doto el Dios verdadero.

O ponemos pie en pared y utilizamos la soledad de nuestro confinamiento para reforzar nuestra ideas, aficiones y creencias o acabaremos abjurando de nuestra condición de aficionados a la Fiesta de los Toros, y dándole la razon al semidiós podemita de la larga coleta y las romas ideas de dictadorzuelo de pacotilla. Claro que también existe la posibilidad latente de que si tanto se tensa la cuerda que pretende inmovilizarnos y negarnos hasta la capacidad de sentir a nuestra manera, imponiéndonos el pensamiento único hasta convertirnos en un obediente rebaño, la cuerda se rompa y… ¡Salga el sol por Antequera!

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