La Pincelada

Sevilla: Me gusta, no me gusta… me gusta

José Luis Benlloch
lunes 26 de abril de 2010

Sevilla es mucho Sevilla. Con sus singularidades, su sabiduría, sus caprichos, su magia, su escenario deslumbrante, sus filias y supongo que con sus fobias…

Sevilla es mucho Sevilla. Con sus singularidades, su sabiduría, sus caprichos, su magia, su escenario deslumbrante, sus filias y supongo que con sus fobias que por cierto si es que las tiene cada vez se le notan menos. Por todo eso cautiva y por todo eso todo lo que pasa en Sevilla es noticia y se valora.

Hablando de filias y fobias y de los matices que pueden llegar a ser noticia en Sevilla, hay que anotar que entre los máximos triunfadores hasta ahora dos no son sevillanos ni siquiera andaluces y al otro, Morante, que sí lo es, le escatimaron una oreja y en todo caso más reconocimiento del que le rindieron después de una gran faena. Aquello del ombliguismo localista parece ir en retroceso.

Me gustó de esta Sevilla la sensibilidad con El Cid en su última tarde, cuando más le urgía el triunfo le arropó y trató de llevarle en volandas sin que con ello traicionasen el rigor de la plaza. No me gustó tanto, ya lo he escrito más arriba, la cicatería de los tendidos de sombra con Morante. Dicen que por haberse ido al sol… pues aún lo comprendo menos.

No me gustó que en las corridas de la mayor categoría el segundo sobrero -repitió varias tardes- fuese ese torazo de Toros de la Plata que le acabó tocando a Ponce. Por el nombre debía ser un villamarta de los Núñez, por la hechura un torrestrella posiblemente vía Guadalest, por la altura cualquier cosa menos un toro con posibilidades, por la edad algo poco deseado y al final, por comportamiento, fue lo que fue, no cabía sorpresa. Lo que no tengo tan claro es si los responsables son los empresarios o los responsables de los toreros.

Me gustó mucho, los toreros lo agradecen, el cambio del albero por la arena que evita el fango resbaladizo y aún me gusta más porque se ha conseguido respetando bastante la estética cromática, sigue pareciendo dorado.

Me gusta poco el color de las almohadillas, es una gozada la comodidad de las nuevas gradas ahora llamadas tendido alto, me gusta como siempre -ahí no llega la globalización- que todo el mundo se ponga de dulce para ir a los toros, que los banderilleros cuiden desde los lazos de las zapatillas hasta la castañeta, me gusta que estrenen, que todos quieran lucirse en la Maestranza, me gusta Sevilla aunque a veces pasen por alto toros como el segundo de Gavira, gran toro dentro de un conjunto que fue demasiado de nada. Y me hacen sonreir las ocurrencias del alguno, como en aquella tarde regular: ¡Paese que la corrida la’ayan comprao en los chinos!. Sevilla.

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