Las Verdades del Barquero

Un circo

Barquerito
lunes 13 de junio de 2011

En días de abono y feria en Madrid resulta casi más sencillo salir a las nueve y cuarto por la puerta grande -a pie o no- que entrar a las siete menos cuarto por cualquiera de las otras puertas. El canon del alquiler de la plaza se paga en parte no menor con la venta de alcoholes y refrescos: el patio del desolladero, adonde conduce de entrada la puerta de arrastre, es en realidad una macrotaberna. El desolladero propiamente dicho, donde se despiezan como por arte de birlibirloque y en cuestión de tres minutos los toros muertos y recién arrastrados, se oculta púdicamente a los paisanos. El hedor de sangre vieja, resistente a la lejía, haría las delicias del conde Drácula o del difunto Eugenio Noel. La morcilla de las Ventas.

El espacio del patio es, sobre plano, el de un falso trapecio. El jardincito donde en placas o efigie se encuentran inmortalizados tres personajes clave en la historia y la esencia de la plaza -don Livinio Stuyck, Manolo Chopera y Antoñete- está acotado como estudio móvil del Canal Plus. Es, por tanto, espacio vetado. Dos bares con sus terrazas de parasoles y su coda de clientes y curiosos invaden más de la tercera parte del resto libre del patio. Una inexplicable ley de inercias hace que la puerta de arrastre sea cita habitual para antes de entrar en los toros. Hay codazos y achuchones: es que no se puede ni pasar. Las grúas de la televisión cercenan la zona de acceso seriamente. Si se tiene una entrada de las de cortar y no un pase de cortesía o de favor, a la plaza se puede acceder por cualquiera de las de entrada. Cualquiera pero no todas.

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