En el concurso de magos y magias ganó Morante un año más. Sin trucos, ni trampa ni cartón. Sino el puro rigor de hacer encantos con los dedos, las manos y los brazos, muy raramente los codos. Con el mentón hundido en trance, pero, a trance cumplido, alzado luego suave, orgullosamente. Como le pasaba al Paula. Con el cuerpo dejado en una inercia singular, porque Morante pertenece al cupo de los toreros que gravitan y no levitan. De los que descargan el peso al cargar la suerte, que es probablemente lo más difícil. El encaje natural.
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