Las Verdades del Barquero

En la muerte de Carlo Crosta

Barquerito
lunes 12 de diciembre de 2011

Carlo Crosta, alma mater del Club Taurino de Milán, primero, y, después, de la Peña Taurina Los Italianos, falleció en Milán el pasado 29 de noviembre. Tenía 71 años…

Carlo Crosta, alma mater del Club Taurino de Milán, primero, y, después, de la Peña Taurina Los Italianos, falleció en Milán el pasado 29 de noviembre. Tenía 71 años. En un viaje de turista mochilero, Carlo Crosta descubrió en 1968 los sanfermines y quedó desde entonces y para siempre prendado de dos cosas: los toros y Pamplona. A las dos causas se entregó con generosa y fiel pasión. No faltó a Pamplona ni un solo año desde aquel flechazo primero. Al cumplir los veinte años de sanferminero, vivió el honor de disparar uno de los cohetes del célebre chupinazo desde el balcón del Ayuntamiento. Lloró como un niño entonces.

No había nadie que mejor conociera por dentro todos los ritos y momentos de los sanfermines, ni nadie que más disfrutara con ellos. La escalera del “ya-falta-menos” con que el uno de enero, el dos de febrero y demás se van citando en llamadas cómplices los fieles. Los días todos y enteros: dianas, encierro, almuerzo, kilikis, apartado, peñas, comida, corrida y baile. La cena de los mayorales, los secretos de los corrales del Gas, el encierrillo, la procesión del santo, los churros de La Mañueta, las estanterías y mesas de El Parnasillo, la estupenda librería liberal del ensanche donde hacía acopio anual de todas las novedades taurinas. Incansable. Con tiempo para vivir con su familia pamplonesa –los Flor- y su otra gente íntima (los Aldabe y Castells, los Polite, los Aguirre, los Epalza, los Archanco, la gente del Oslo y del Iruek, y tantos y tantos más), y hasta hueco para colaborar en transmisiones de radio junto a Mariano Pascal o como cronista de apoyo en el desaparecido “Navarra Hoy”.

Los años, las lecturas, su infinita curiosidad por todo y su talento para escuchar y aprender hicieron de Carlo Crosta un aficionado excelente. Competente, exigente, dueño de un rico vocabulario taurino bien medido. Conocedor y amante del toro, organizaba excursiones anuales con aficionados italianos de su club y su peña a ganaderías de todas las latitudes: Sevilla, Salamanca, Cádiz, el Alentejo y el Ribatejo portugueses, Extremadura. Hizo entrañables amistades por donde pasó. Fue devoto de Antonio Ordóñez, el primer torero que lo deslumbró en sus años todavía jóvenes, y luego de El Viti, Camino, Miguelín, Ruiz Miguel o Diego Puerta, que ha muerto, por cierto, a la misma edad que él y casi en la misma fecha.

Publicitario de alto nivel y brillante ingenio, Crosta se prodigó en otras ferias y ciudades a medida que fue creciendo su afición: Castellón –le gustaba arrancar temporada en la Magdalena-, Arles, Nimes, Madrid, Azpeitia, Zaragoza y, sobre todo, Sevilla. Pero Pamplona siempre primero. Con su abono de sombra y sus gafas de sol. Se hizo de Manzanares padre y lo fue incondicionalmente, y estuvo esperando la salida y los éxitos de Manzanares hijo como quien espera el maná. La televisión le hizo disfrutar de esos éxitos y muchas cosas más desde el sillón de su casa de Milán. Generoso de su persona, fortaleza formidable, optimismo contagioso, pura distinción, Carlo ha dejado en Pamplona cientos de amigos que ahora lloran su repentina muerte. Un vacío entre sus consocios italianos y, de paso, entre la crema exquisita y cosmopolita de aficionados que atienden el reclamo de San Fermín como un grito de llamada todos los años: suecos, alemanes, británicos, estadounidenses. Él era y fue el primero de todos. Inigualable, inolvidable.

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